Educación: contra el vicio de prohibir…

IMAGE: OpenAI's DALL·E, via ChatGPT

Mi columna de esta semana en Invertia se titula «Inteligencia artificial y educación: no nos equivoquemos de nuevo» (pdf), y trata de relacionar la decisión de muchas instituciones educativas y gobiernos de prohibir radicalmente los smartphones en la educación «porque son peligrosos» con lo sucedido hasta el momento con la inteligencia artificial generativa, que fue igualmente prohibida y ahora es protagonista de persecuciones utilizando herramientas absurdas para tratar de identificar si los alumnos la han utilizado o no.

Como siempre, la verdad se sitúa en un punto medio: ni smartphones a todas horas y para todo, ni algoritmos utilizados de manera que los alumnos no vean necesario aprender nada. Pero cuando una tecnología se sitúa como una de las llamadas «de propósito general», y por tanto se convierten en protagonistas de una revolución en su proceso de adopción y podemos tener por seguro que pasarán a formar parte de nuestras vidas queramos o no, tenemos que tratarla como tal e integrarla en el proceso educativo, y si es potencialmente peligrosa, más aún. Relegarla a la prohibición solo supone renunciar a educar, y por tanto, generar problemas más graves cuando esos alumnos finalmente pueden acceder a ella.

Los economistas canadienses Richard Lipsey, Ken Carlaw y Cliff Bekar, en su libro «Economic transformations: general purpose technologies and long-term economic growth«, estiman en veinticuatro las tecnologías definidas como de propósito general que han surgido a lo largo de toda la historia humana, entre las que se encuentran desde la agricultura, el sistema fabril, el desarrollo de la metalurgia y de materiales como el bronce o el hierro, la escritura, la imprenta, la electricidad hasta, por supuesto, internet o el smartphone. De haberse escrito ahora, y no en 2006, la lista incluiría, por supuesto y sin ninguna duda, la inteligencia artificial. Hablamos de tecnologías que no solo son protagonistas de procesos de difusión fulgurantes, sino que además, son susceptibles de marcar una enorme diferencia entre los que tienen acceso a ellas y los que no lo tienen.

A día de hoy, nos resultaría inimaginable plantearnos nuestra sociedad sin esas tecnologías, aunque dada la relativa novedad de las más recientes, algunos todavía pretendan abominar de ellas y plantearse que cualquier tiempo pasado fue mejor. Obviamente, las tecnologías son eso, herramientas, lo que permite que sean utilizadas de manera positiva o negativa. A lo largo del proceso de desarrollo y adopción, estos usos positivos se acompañan de usos irresponsables y potencialmente peligrosos, como ha ocurrido con un smartphone que en principio resulta interesantísimo como potente ordenador de bolsillo, pero que también se convierte, por culpa del desarrollo de determinados modelos de negocio nocivos, en una herramienta peligrosamente adictiva.

La forma de reaccionar ante ese tipo de peligros es, como bien sabemos con tecnologías anteriores, la educación. A ninguna persona razonable se le ocurriría hoy en día prohibir la metalurgia porque con ella pueden fabricarse armas peligrosas, ni la escritura o la imprenta porque pueden ser utilizadas para plasmar ideas peligrosas. Sin embargo, eso sí ocurrió en el pasado: el imperio otomano, por ejemplo, trató infructuosamente de prohibir la imprenta, y logró retrasar tres siglos su adopción. El problema de la contención, muy bien ilustrado por Mustafa Suleyman en los primeros capítulos de su reciente libro «The coming wave«, es que ejercerla es sumamente delicado, y salvo en contadísimas y muy específicas ocasiones, nunca funciona.

Cuando algo se considera potencialmente peligroso pero sabemos que su uso es susceptible de marcar una diferencia positiva, lo que la sociedad debe hacer es educar en ese uso. En el caso de esas tecnologías relativamente recientes, como internet, el smartphone o la inteligencia artificial, estamos en ese caso. Las empresas, durante algunos años, pretendieron prohibir el acceso a internet de sus trabajadores porque «se distraían». Los colegios hicieron lo mismo, y apoyados por mentalidades en muchos casos populistas y por ideas obviamente muy poco elaboradas desde algunos gobiernos, pretenden hacer lo mismo con los smartphones, obviando que hacer renuncia expresa a educar en su uso supone crear una generación de torpes ignorantes que en cuanto puedan poner sus manos en un smartphone, lo harán sin haber recibido la debida instrucción (y no me refiero a instrucción técnica, esa es prácticamente obvia) y, por tanto, serán susceptibles de caer en todo tipo de problemas y peligros que muchas compañías irresponsables diseñan para ello.

Con la inteligencia artificial está pasando lo mismo. Hablamos de una tecnología indudablemente potentísima, pero que debe ser, como tal, administrada, nunca prohibida. La primera oleada de reacciones de las instituciones educativas ante el lanzamiento de ChatGPT en noviembre de 2022 fue clarísima: había que prohibir su uso. Desde entonces, se está produciendo una guerra constante entre alumnos que pretenden utilizarla constantemente y para todo, e instituciones y profesores que tratan de identificar mediante herramientas variadas (generalmente muy poco fiables y muy poco recomendables) cuándo ha sido utilizada, y amenazan con todo tipo de sanciones, desde el suspenso a la expulsión.

No, una vez más, la prohibición no tiene ningún sentido, como no lo tiene pretender volver al papel y al lápiz alegando que «cualquier tiempo pasado fue mejor». Es sencillamente absurdo renunciar a educar en tecnologías que los alumnos necesitarán sin ningún género de dudas en el futuro. ¿Es peligrosa la inteligencia artificial para el aprendizaje? Potencialmente sí, pero eso, de nuevo, no debería implicar su prohibición, sino la educación en su uso.

Un interesante estudio reciente, «AI tools in society: impacts on cognitive offloading and the
future of critical thinking
«
, prueba que, como aventuré en su momento en un artículo que ha sido republicado y traducido ya en varias ocasiones, el uso de herramientas de inteligencia artificial generativa en el pensamiento crítico tienden a fomentar lo que se conoce como cognitive offloading, la descarga cognitiva: tendemos a delegar tareas mentales al sistema externo, en muchos casos, además, con muy escasa supervisión. Las herramientas de inteligencia artificial reducen la carga cognitiva al automatizar tareas rutinarias, pero esa comodidad disminuye las oportunidades de que nuestro cerebro participe en procesos críticos y reflexivos, fundamentales en el aprendizaje.

Eso nos lleva a que el uso frecuente de herramientas de inteligencia artificial, si no lo asociamos con las necesarias indicaciones o la formación adecuada en su uso, tienda a asociarse con menores puntuaciones en pensamiento crítico, sobre todo entre los estudiantes más jóvenes, que pasan rápidamente a mostrar una mayor dependencia de estas herramientas en comparación con los grupos de mayor edad que llevan a cabo un uso más adecuado. Es muy parecido a lo que ocurre con la calculadora: obviamente, no puede recomendarse su uso cuando un alumno aún no ha desarrollado la las habilidades matemáticas básicas, pero es completamente absurdo prohibirla en niveles más avanzados o para determinadas tareas.

Lo importante, por tanto, es plantear una reflexión sobre cómo nuestra creciente dependencia de la inteligencia artificial podría debilitar habilidades esenciales como el pensamiento crítico y la resolución de problemas especialmente en las generaciones más jóvenes, resaltando la importancia de encontrar un equilibrio entre aprovechar los beneficios de la inteligencia artificial y mantener nuestras capacidades cognitivas independientes, sin renunciar a la educación como hicimos con los smartphones. ¿En algún momento se plantearon los profesores utilizar los smartphones como parte del proceso educativo, incluso sustituyendo al libro de texto? No, y de hecho, la mayoría trataron esa idea como una blasfemia y se limitaron a reclamar su prohibición. Ahora, una generación de alumnos influenciables, volubles e incapaces de diferenciar bulos y desinformación de realidades demuestra que eso fue un craso error que, como sociedad, pagaremos durante mucho tiempo.

Eso nos lleva, por tanto, a la enorme importancia de incorporar la inteligencia artificial en el proceso educativo, pero a hacerlo de la manera adecuada, con supervisión y con las garantías de que el alumno no «subcontrata» su pensamiento crítico al algoritmo, sino que lo usa como un ingrediente más en su proceso productivo. No prohibir, sino supervisar y enseñar a usar. Usar inteligencia artificial no es necesariamente copiar, y de hecho, su uso es el futuro de la educación.

Si optamos por aproximaciones maximalistas, por prohibiciones taxativas y por persecuciones absurdas mediante herramientas que fallan con suma facilidad y generan acusaciones falsas, estaremos repitiendo errores anteriores, y renunciando a educar en herramientas que cualquiera puede entender que resultan fundamentales para el futuro.

Planteemos con cuidado, sin extremismos ni reacciones histéricas, la estrategia de las instituciones educativas con respecto a la inteligencia artificial: podríamos estar corriendo el riesgo de dar lugar a otra generación de ignorantes incapaces no de usar las herramientas, que son enormemente fáciles de usar, sino de usarlas bien y con las garantías adecuadas. No volvamos a cometer el mismo error.


This article is also available in English on my Medium page, «We’ve tried banning technology in education before, let’s not make the same mistake with AI«

8 comentarios

  • #001
    Benji - 8 enero 2025 - 13:35

    Pues añado mi reflexión a esta entrada (más larga de lo habitual, denota pasión por el tema).

    1) El smartphone no debería tener entrada en prescolar o primaria. Simplemente no es la edad
    2) En secundaria, lo justo. Igual que tampoco los ponemos frente a ordenadores todo el rato tampoco podemos tenerles frente a ordenadores de bolsillo como son los smartphones todo el rato. Admiro lo colegios que les quitan el móvil en la entrada y se lo dejan tener en el recreo, creo que no van desencaminados. Pero necesitan abrir los móviles para usos específicos.
    Sería más fácil que los profes pudieran preparar los deberes en una app y los alumnos contestar ahí mismo. Mucho más fácil que pasar lista a ver quien lo tiene. Los padres también debería tener acceso «read-only» a sus propios hijos y ver lo que el profesorado propone y dispone y las calificaciones reales de su hijo/a
    3) En grados superiores, universidad, master, etc. son adultos. Que cada uno lo use o desuse como quiera.

    Más urgente que prohibir/desprohibir yo propongo algunas cosas que en España se ha perdido totalmente:
    1) Recuperar la autoridad del profesor en el aula
    2) Recuperar la educación ciudadana (usted, por favor, gracias, cocinar, finanzas personales, coser…) mínima para funcionar en el mundo adulto
    3) Enseñar Open Office (Write, Sheets, Presentations) / IA / Buscadores y verificadores de información en Informática. El concepto de click y doble click o click derecho
    4) Que la memoria no sea el único parámetro. Plantear problemas que puedan solucionarse de diversas maneras y usar más el tipo test

    Y por supuesto, que el gobierno pase las leyes a tales efectos. Proteger al profesorado de los padres empieza a ser un problema ya

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  • #002
    Juan T. - 8 enero 2025 - 14:12

    La pregunta es :

    ¿Qué hace que una persona tenga interés en formarse a si mismo?

    Por que si consigues esa tecla tendrás a alguien que ya no dependerá de lo que se le obligue a estudiar, y algo que era imposible anteriormente cuando se necesitaba una formación reglada por falta de alternativas, hoy tenemos que la misma IA podría ejercer del mejor tutor en todos los imaginables campos de conocimiento, y el colegio o la universidad serían mas bien instituciones de socialización , mas que de aprendizaje.

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    • Javier - 8 enero 2025 - 14:40

      ¿Qué hace que una persona tenga interés en formarse a si mismo?

      • Propósito
      • Dirección
      • Y voluntad

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  • #004
    Xaquín - 8 enero 2025 - 16:07

    «Como siempre, la verdad se sitúa en un punto medio: ni smartphones a todas horas y para todo, ni algoritmos utilizados de manera que los alumnos no vean necesario aprender nada.» (EDans).

    Varios matices…

    Solo existe un punto medio en un segmento, y tanto el segmento como el punto son elementos matemáticos (abstractos al 100%). Ni la recta tiene punto medio, entre otras cosas por ser una curva de radio infinito.

    En la realidad (real) solo se puede estar más cerca o menos de un límite al que llamamos extremo, pero que tampoco existe.

    Por otro lado «aprender nada» es imposible… hasta el aprender a no aprender necesita de aprender. Porque no sabía yo, pobre de mí, que enfrentarse a un algoritmo no te obliga a tener que aprender cómo interactuar con él… es que, acaso nadie sufrió acoso en el patio de us cole??? Porque debo tratar con auténticos angelitos no existentes…

    Porque ESO precisamente, sortear a los matones del recreo (o del aula, según que profe), es lo que le permite al alumnado diferente sobrevivir fuera del colegio… y defenderse en el patio es lo que lo hace más fuerte… lo que no quiere decir que se deba permitir el acoso para «sacar gladiadores»… eso sí se debe prohibir, pero no los mecanismos que permitan defenderse de él… por ejemplo una buena comunicación directa con el profesorado de guardia (si cumple su función «de guardia»)… y SÍ, incluso mediante un puto y jodido móvil!!! Que no solo vale para acosar, también par defenderse y gravar como otros acosan… joder, que NO queremos aprender…

    En la puta y jodida realidad (existente… que parece más)… donde sean algoritmos o seres humanos (es un decir) con cerebro (otro decir) te quieren hacer la puñeta : inclusos legalmente o como políticos, la tecnología está para ayudar si te enseñan a usarla.

    Pero sí, hablemos mucho de la equidistancia… que tanto nos ayuda a sobrellevar asuntos tipo Gaza, Cuerno de África, CañadaReal… y la parafernalia trumpista del español español medio. no deja de ser otro timo como el de la estampita : el de la equis, dos, uno. Todo depende de que nos toque la quiniela…

    Y ahora que nos salga el tópico comentarista, aunque sea mudo, de que nos estamos politizando… como si la Atenas Clásica no hubiera existido nunca.

    La boutade final de un comentario, sobre que «los profes están (o estuvieron) acosados por los padres», ya no merece ni ser contestada.

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  • #005
    Olaf - 8 enero 2025 - 16:53

    El otro día recogí del trabajo a un amigo que es profesor de instituto. También visité la página del instituto. Al parecer formaba parte de mil redes distintas de excelencia y mejora de la educación, como se veía en infinidad de cartelitos. La visita al instituto y la página me dieron miedo.

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  • #006
    Gorki - 8 enero 2025 - 20:26

    Me parece que la solución estáa en cambiar el objetivo a conseguir por los alumnos, Creo que nos hemos preocupado, todos padres incluidos, demasiado por la «Titulitis» o el deseo sin sentido de conseguir «TITULOS» y hemos olvidado del auténtico sentido de los estudios, que es el «APRENDER».

    Si consiguiéramos que los jóvenes quisieran SABER una materia y no solo APROBAR, no habría problema para dejarles utilizar todos los medios a su alcance, Uno de mis hijos daba Photoshop en una Escuela de Diseño y se quejaba que muchos estudiantes hacían todo tipo de trampas en los ejercicios, porque pretendían solo aprobar y no aprender. ¿Para que quiere alguien el título oficial de Diseñador si no sabe diseñar?,

    Yo me canso a decir que nadie en toda mi carrera profesional me ha preguntado «Qué títulos tienes», sino «Qué sabes hacer», A mi me han contratado, (casi), siempre por aquello que sabía hacer, y nadie se preguntaba como habia alcanzado esos conocimientos, (Mucho s de ellos por autoaprendizaje)

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  • #007
    Mauricio - 9 enero 2025 - 00:37

    «Como siempre, la verdad se sitúa en un punto medio: ni smartphones a todas horas y para todo, ni algoritmos utilizados de manera que los alumnos no vean necesario aprender nada.»

    Se trata, Enrique, de una frase con la que estoy bastante de acuerdo, aunque, como ya lo expresé anteriormente, habría que tener en cuenta, entre otras cosas, el tema de las edades y determinar, por lo tanto, lo que resultaría conveniente para cada grupo etario.

    No olvides, sin embargo, que muchas cosas dependen del contexto y que tanto tus alumnos del IE como tú mismo se parecen poco, por ejemplo, a los adolescentes y profesores promedio de una escuela secundaria de un barrio obrero.

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  • #008
    Alqvimista - 9 enero 2025 - 07:56

    El problema, como siempre, son los extremismos.

    Hemos visto anteriormente al Sr. Dans clamar por no necesitar ni libros ni escritura manual teniendo maravillosa tecnología que la reemplace. Obviamente no es así. Ni prohibir libros ni la escritura manual ni la tecnología.

    El matemático que llevó a Portugal a la cima educativa y defiende los libros de texto: «Los alumnos aprenden mejor si leen algo que se pueda tocar»
    https://www.elmundo.es/espana/2024/10/11/6707fe4ce4d4d87b5b8b45c3.html

    Y como ejemplo el de Suecia:
    Suecia encuentra la formula para mejorar el rendimiento de los alumnos:
    «Habíamos perdido el rumbo»

    La estrategia del Ejecutivo sueco pasa por priorizar el uso de libros de texto físicos, así como la eliminación de los dispositivos digitales durante los primeros años de enseñanza.
    https://www.eldebate.com/educacion/20241202/suecia-encuentra-formula-mejorar-rendimiento-alumnos-habiamos-perdido-rumbo_247548.html

    El smartphone sólo es una herramienta más en la que habría que formar primero a los profesores y luego integrarla en el programa de estudio, sólo así podrán los alumnos sacar provecho de ella.

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