Google Home y Amazon Echo: dos de los dispositivos más vendidos en la categoría de electrónica de consumo recientemente, pueden ser definidos de muchas maneras: desde considerarlos espías que supuestamente nos escuchan en todo momento y amenazan nuestra privacidad, hasta verlos como la puerta a una vida de supuestas comodidades y lujos cotidianos.
La realidad no es ninguna de esas dos: en la práctica, y tras ya bastante tiempo de experiencia con una casa llena de esos dispositivos, interactuar con ellos es algo que ni supone, como muchos pretendían, un espionaje constante que se convertiría en acoso y en una supuesta captura de datos de todo tipo, ni una comodidad tan radical como otros pensaban. Lo interesante de la interacción con dispositivos de ese tipo, como con cualquier otro de diseño reciente, está en la práctica diaria, en la forma que las personas tenemos de convertir en cotidianas cuestiones que hace muy poco tiempo habrían sonado dignas de película de ciencia-ficción, y en el efecto que algo así supone sobre nuestro cerebro y nuestra forma de entender el contexto que nos rodea.
La experiencia es muy clara cuando la vives en primera persona: aprovechar de verdad uno de estos dispositivos y extraerle un cierto partido en términos de comodidad cotidiana implica un cierto aprendizaje. Poco, porque hablamos de dispositivos bastante sencillos en su planteamiento, pero existe, y no es completamente despreciable. La curva que define ese aprendizaje es interesante, porque tiene un primer escalón supuestamente bajo, en el que enchufas el aparato y empiezas a hacerle preguntas sencillas y a pedirle que te recuerde determinadas cosas o te ponga música, y un segundo nivel de complejidad algo superior (no inaccesible, pero sí relativamente más laborioso), habitualmente no recorrido por todos los miembros de la familia, en el que te encargas de configurar el dispositivo e integrarlo con otros para cada vez más tareas: encender bombillas, definir estancias, conectarlo con el termostato, con el riego del jardín, con el timbre o la cerradura de la puerta, enchufes, o con todo aquello que quieras instalar. Las compañías que fabrican este tipo de dispositivos saben que su adopción depende fundamentalmente de ser capaces de ofrecer al mercado un extenso catálogo tanto de skills, como de otros dispositivos capaces de integrarse con ellos, llevan tiempo avanzando en este campo.
Si observamos cómo intentan interactuar con nuestros dispositivos personas que no tienen costumbre de hacerlo, podemos ver infinidad de errores, de carencias o de problemas originados por esa falta de desarrollo de los protocolos que se van desarrollando con el tiempo. Los asistentes domésticos, en general, son todavía muy torpes, cometen errores absurdos o son incapaces de hacer frente a infinidad de peticiones, fundamentalmente por un problema característico de todas las interfaces de voz relacionado con la manera en que enfocamos el aprendizaje del lenguaje humano, pero interaccionar con ellos «tiene su cierto encanto»: acostumbrarse a utilizar las cosas que hacen bien, evitar errores característicos, o descubrir nuevas posibilidades. Sin duda, forzarnos a interaccionar con una inteligencia artificial, por tonta que sea todavía, es algo que modifica la percepción de nuestro entorno y sus posibilidades, algo que empezó en nuestros smartphones cuando Siri apareció en nuestras vidas, y que ahora sigue desarrollándose fundamentalmente en ese ámbito de los asistentes domésticos.
¿Qué tiene eso que ver con la transformación digital de las compañías? Que cada día más, y llevo mucho tiempo comentándolo y no soy el único, sabemos y comprobamos que la transformación digital de una compañía depende menos de la tecnología que esta es capaz de adquirir, y más de las actitudes y aptitudes que es capaz de desarrollar en las personas que trabajan en ella. Las empresas que logran transformarse digitalmente no lo hacen por invertir más en tecnología, algo que indudablemente haría las delicias de los proveedores que la venden, sino las que son capaces de cualificar a su plantilla, de crear una visión digital, de eliminar determinados miedos y «supersticiones», y de superar una serie tristemente amplia de clichés y lugares comunes. Si en una compañía, una parte significativa de los empleados tienen actitudes negativas hacia el progreso tecnológico y, en su vida personal, son auténticos rezagados en la adopción de tecnología, la compañía no será capaz de transformarse sin alterar ese vital componente de la ecuación. La transformación solo será posible capacitando a sus trabajadores y/o incorporando a otros con actitudes y aptitudes diferentes, dispuestos a plantear que lo que hace la compañía, por exitoso que sea, tiene que evolucionar para no quedarse desfasado frente a un entorno que cambia a gran velocidad.
La forma de llevar a cabo esa transformación, por tanto, no es considerando la tecnología como la parte fundamental de la ecuación y pretendiendo imponerla en los flujos de trabajo, sino haciendo que las personas que trabajan en la compañía lo entiendan, lo acepten como necesario, e incluso lo pidan. Las compañías se transforman cuando las personas que las integran lo hacen, no antes. Y una parte muy importante de esa transformación de las personas no tiene lugar necesariamente durante sus horas de trabajo, sino en su vida privada, en sus casas, en los dispositivos que utilizan para cosas que no son necesariamente trabajar.
Los asistentes domésticos tienen un cierto componente de hubs de interacción: a ellos se anclan todo el resto de dispositivos que decidimos adquirir y conectar. Podríamos pensar que ese papel corresponde al router, pero no es real, porque en general, la interacción con el router es más bien escasa o nula, y la gestión de esos dispositivos acaba estando en la mayoría de las ocasiones entre tu asistente y tu smartphone. Configurar funciones sencillas en un hogar digital hoy supone desarrollar algunas – pocas – habilidades, pero sobre todo, implica pensar en términos digitales, entender sus posibilidades, plantearse preguntas interesantes y probar cosas nuevas. Precisamente el tipo de cosas que hacen que nuestra actitud ante la tecnología cambie y se adapte al contexto. A punto de comenzar la tercera década del siglo XXI, con el smartphone ya en fase de adopción masiva en todos los países desarrollados (a pesar de que son muchos menos los que realmente le sacan partido como tal y lo utilizan como algo más que un teléfono), la siguiente frontera, en términos de indicador, está en los asistentes domésticos.
Pregunta en tu compañía cuántas personas tienen un asistente doméstico, un Google Home o un Amazon Echo, en sus casas. No lo plantees como una prueba de nada, ni como un examen, simplemente interésate por ello. El ratio que te salga puede, en muchos sentidos, condicionar los esfuerzos de tu compañía en términos de transformación digital.
This post is also available in English in my Medium page, “How many people in your company have home assistants?«
Un poco traído por los pelos lo del Echo para adjudicar el coeficiente de resistencia a la tecnología.
No creo que el Echo sea el indicador adecuado que puede haber en una casa como amor a la tecnología, por ejemplo en mi casa tengo fibra óptica, un wifi y un repetidor wifi, un ordenador de sobremesa, dos portátiles, una tablet, un ebook, varios, quizá cuatro smartphones y la Thermomix , ¡Ah! y también tengo programable la lavadora y el lavaplatos, pero me me falta el Echo,
Soy por eso contrario a la tecnología,…. ¡Por favor! .
No vale tener una Roomba, o una impresora 3D, o una puerta con cerradura digital, o incluso un Ffilbit,… Hay gente que con un smartphone hace virgerías, ¿Son contrarios a la tecnología porque no quieran en su casa un Echo?
Yo he dicho que es un indicador, no que sea el único indicador. A eso se le llama sacar las cosas de quicio. Pero vamos, nada a lo que no esté últimamente muy acostumbrado :-(
Buenas! Aquí Jaír, de EfectiVida.
Muy interesantes los planteamientos expuestos. La resistencia a lo nuevo es algo habitual en empresas y particulares.
Sin embargo, personalmente sigo sin verle la gracia a un aparato que hace básicamente lo mismo que ya hace mi smartphone, que aunque es antiguo, tiene control por voz de Google y también es capaz de poner la música o encender bombillos. Además de que el móvil hace muchas más cosas, obviamente.
Por un momento me he imaginado a alguien diciéndole al altavoz inteligente que llame a fulanito, y al altavoz usando tu móvil para hacer la llamada mientras piensa -porque no olvidemos que es inteligente- en la enorme tontería que acabamos de hacer.
Igual estoy equivocado, pero de momento, no me convence. Y no soy de los que se resistan demasiado a lo nuevo…
Por cierto, hoy publiqué un artículo citando este blog (y hablando bien de él, por supuesto): No leeré más libros
Saludos desde Las Palmas!
Me hace gracia el anuncio de television, es uno que dice «le voy a preparar a mis padres una cosa especial muy bonita por su aniversario, veras lo contento que se van a poner con el pedazo de detalle» y luego se ve el tio que les pone unas latas de sardinas y encima con el estorbo del aparatito ese de Amazon que el se cree de altisima tecnologia y que le esta ayudando muchisimo, tontainas asi hay a patadas ja ja ja
En cambio a mí, con Echo o sin Echo, me parece sumamente interesante la idea de que en materia de tecnificación la cuestión no está en los aparatos sino en las aptitudes y en las actitudes. Y creo que eso es, precisamente, poner el dedo en la llaga. Estoy a dos años de jubilarme después de treinta en la administración pública y de constatar que, efectivamente, pese a la riqueza de medios -hace más de veinticinco años que el principio un empleado, un PC es una realidad en mi entorno- el monstruo administrativo sigue atascado en toneladas y más toneladas de papel, en metros cúbicos y más metros cúbicos de archivo y en millares y más millares de metros cuadrados de edificios públicos ubicados en las zonas más costosas de la respectiva ciudad.
Porque lo que no han conseguido los medios -hoy comunes, pero hace diez o quince años ciertamente potentísimos- es hacer cambiar las actitudes, las mentalidades. La clase funcionarial -en todas sus escalas, de la más alta a la más baja- sigue enquistada en el siglo XX y aún más bien en sus inicios que en sus postrimerías.
Dentro de dos años me jubilaré y en cualquier rincón de unas oficinas abarrotadas de ordenadores, de teléfonos móviles -corporativos y particulares-, de tabletas -esas sí, particulares todas- y con Internet consumiendo banda ancha a todo pasto, habrá una impresora monstruosa cagando incesantemente, incansablemente, quintales y más quintales de papel.
Muchas gracias, Javier, por demostrar que el concepto de indicador no estaba tan mal explicado. Empiezo a estar un poco harto de que últimamente, a pesar de llevar dieciséis años escribiendo con una perspectiva estrictamente personal y no mediatizada, si digo que la posesión de uno de estos aparatos sirve para indicar una actitud hacia la tecnología determinada, resulta que los estoy vendiendo; si hablo de salud y de wearables, lo mismo; y si hablo de investigación y datos sobre tráfico en Madrid Central, es que me paga el Ayuntamiento o estoy afiliado al partido que lo gestiona. Anima ver que alguien lee con ánimo de encontrar algo positivo en lo que escribo, la verdad.
No te desanimes, tú planteamiento es muy acertado y estoy de acuerdo con él. Creo que lo que pasa es que vamos tan acelerados que no se lee despacio ni se reflexiona sobre lo leído con actitud de aprendizaje como para entender lo que planteas.
Evidentemente la administración publica, no ha sido, ni es, ni será, un ejemplo de «early adopters» de tecnología, pero hay que reconocer que algo se ha avanzado.
Yo tuve un compañero que se ganaba un sobresueldo en un notaria, copiando las actas del notario A MANO en el libro de registros, porque así lo exigía la Ley. Hoy cualquier Registrador de la Propiedad, (Rajoy por ejemplo), recibe y despacha copias simples de propiedad de inmuebles por Internet.
Igualmente recuerdo que en el único juicio que he padecído, el atestado y las declaraciones de testigos, crecía y crecía en hojas en papel barba, que se «encuadernaban» con unos cáñamos puestos a mano con ayuda de un punzón. Hoy se guardan las vistas de los juicios en un vídeo, que eso si, a veces se pierde, (a mi nuera la ha pasado) y exige la repetición del juicio, porque el sistema archivado no está a la altura del sistema de grabación.
No obstante donde se ha avanzado más en la empresa privada. Recuerdo que hace años, (unos 30), teníamos una ruidosísima sala de impresoras, donde varias impresoras de cadenas, emitían metros y metros de papel pijama. Al final del día, una de las labores, era separar el papel de calco de las diferentes copias y dividir el pijama en grupos de «listados» que sacábamos de la sala en una CARRETILLA y repartíamos los «listados» por todos los departamentos. Dejar un listado de 700 paginas encima de la mesa de un empleado era algo habitual, Hoy en día el papel pijama ha desaparecido, y se imprime como mucho la centésima parte que antes, y nada digo de como ha disminuido el correo en papel, o el uso de archivadores A-Z.
Tambien en los domicilios se adoptan los nuevos avances tecnológicos, ya nadie hace fotografía digital y es rarísimo que se saque en papel, (fotográfico o normal), una instantánea que ha sacado con el «movil», la cámara se queda para cinco aficionados a la fotografía artística.
Yo por ejemplo hace años que elimine la impresora. Mi mujer tiene una de esas que son multiuso, fotocopiadora, escaner e impresora, y cundo quiero sacar algo, cada vez menos cosas, se lo envió por email para que me lo imprima ella.
Sin embargo hay cosas que precisan tiempo, Inicialmente yo no sabia poner un programa sin imprimierle y estudiarlo e sobre una mesa, gracias que la tinta se puso a precio de droga dura, me acostumbre a economizar impresos y poco a poco dejhé de leer programas en papel para leerlos y arreglarlos directamente en pantalla. Una habilidad así requiere bastante tiempo de aprendizaje.
To que he contribuido a mecanizar las contabilidades de muchas oficinas. se el esfuerzo que han tenido que hacer los contables, para pasar de sus fichas por decalco a la contabilidad digital, porque les costaba mucho fiarse, de que todos los apuntes contables hubieran ido donde correspondía.
El tema de Transformación Digital ya es como rio Amazonas…a veces nos metemos en meandros como poco intransitables…
Pero bueno, el tema de los dispositivos – asistentes tecnológicos trae y traerá cola. Para bien y para mal. Porque si bien su potencial para optimizar algunas de las tareas o comunicaciones es enorme, pocas empresas (grandes o pequeñas) somos capaces, por ahora, ir más allá al componente controlador (todo lo contrario a la idea que subyace en este tipo de dispositivos).
Si bien en casa Echo me asiste para darle de comer al gato, en la oficina (todavia no la mia…pero llegará con lo frikis que somos) parece que es como poco como la voz de mi conciencia arreandome desde el universo digital. ;-)
Que el dichoso aparatito de escucha haya de estar conectado a un servidor en vaya usted a saber donde, es una puerta abierta a que nos estén monitorizando continuamente y por una puerta abierta como esa, va a acabar entrando alguien «Facebook dixit.»
No me gustó nada saber que los televisores de una determinada marca, disponen de un microfono que envia todo lo que capta a los servidores del fabricante, el propio fabricante no lo negó, solo se justificó con el habitual argumento de que esa información solo se utilizaba para mejorar sus productos en base a la información recibida.
Cualquier cosa que pueda ser mal utilizada acabará siendo mal utilizada.