Una molécula de ADN es una cadena formada por una sucesión ordenada de cuatro bases nitrogenadas: adenina, timina, guanina y citosina, que suelen representarse con los caracteres A, T, G y C. Un mensaje es una cadena formada por la sucesión ordenada de veintisiete caracteres, de la A a la Z, con algunas rarezas más (mayúsculas/minúsculas, caracteres extendidos, etc.). Pero en esencia, el problema es el mismo: detectar repeticiones y reconocer las pautas de las mismas. De ahí que utilizar los algoritmos desarrollados por la bioinformática para detectar spam suene tan interesante. En New Scientist está la noticia un poco más desarrollada.
La pregunta es: ¿cuanto spam debería detectarse y anularse para que dejase de resultar interesante producirlo? El problema es que el coste de producir spam es tan bajo, que con que simplemente un uno por mil de los mensajes enviados sea respondido por un cliente, la operación habrá merecido la pena. Con todo lo imaginativa que me parece y lo que me gusta esta solución… ¿serán ese tipo de soluciones las que acabarán con el spam, o deberíamos incidir más en la educación de los usuarios y «factores blanditos» afines? Si todos los usuarios supiesen identificar un mensaje de spam y que contestarlo es una imprudencia y una estupidez que nos fastidia a todos, lanzar spam sería infinitamente menos rentable. El desarrollo de filtros cada vez mejores ayuda, sí, pero me temo que siempre habrá gente que no los instale y siga dando de comer al spammer…
Hay quien dice que la mejor manera para acabar con el spam es cobrar (aunque sea simbólico) por el envío de correos electrónicos.
Si el correo electrónico fuera un servicio de prepago, se podría hacer que quien reciba un correo elecrónico decidiese si ese correo contaba con su consentimeinto o no. En el caso de que no lo tuviera y se tratara de spam, el remitente pagaría por el envío no solicitado. En caso de que fuera consentido el correo electrónico sería gratuito.