Tecnología y habilidades humanas: una conversación interesante en el Hay Festival

IMAGE: Roberto ArribasDentro de la programación del Hay Festival que está teniendo lugar en Segovia, esta mañana tuve la oportunidad de mantener una interesante conversación con Marta García Aller, periodista, profesora y autora del muy inspirador libro «El fin del mundo tal y como lo conocemos» y con Scott Hartley, ex-Google, capitalista de riesgo, profesor en el Harvard’s Berkman Center for Internet & Society y autor de otro libro también interesantísimo, «The fuzzy and the techie«. Una de esas oportunidades en las que, de verdad que no es por ser tópico, se termina el tiempo y te parece que llevas cinco minutos y que seguirías hablando horas con esas personas y sobre ese tema. Hay una grabación de la sesión, en inglés, de cerca de una hora. 

Marta abrió con dos preguntas provocativas, sobre noticias de ayer de El Mundo y El País: la primera, sobre el sexo con robots y su posible regulación (un tema sobre el que hemos hablado en algunas ocasiones y al que, de hecho, suelo recurrir cuando me parece que una clase no tiene una dinámica suficientemente participativa). La segunda, sobre el fútbol, y concretamente sobre la posibilidad de que un algoritmo sea capaz de predecir lesiones o, especulando, que pueda llegar a tomar decisiones sobre los sueldos que deberían cobrar. Indudablemente, una manera de entrar en el debate por la puerta grande con temas populares como el sexo y el fútbol, pero que rápidamente dio paso a cuestiones mucho más centradas en el tema central de la sesión: hasta qué punto son importantes las habilidades humanas y los conocimientos no intrínsecamente tecnológicos en un futuro aparentemente cada vez más dominado por las maquinas.

Mi intento de aporta cuestiones interesantes al debate se centró en el hecho de que cada día más, lo importante no es la tecnología, sino los procesos de adopción de esa tecnología. Cada día tengo menos dudas acerca de las posibilidades de la tecnología de estar a la altura y ofrecer soluciones a la práctica totalidad de los problemas del mundo actual: podríamos perfectamente recurrir a la tecnología para reducir las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera hasta prácticamente la mitad, o para reducir a un porcentaje casi testimonial los muertos en carretera, por citar dos problemas importantes a muy diferentes niveles… pero sencillamente, no lo hacemos, porque los procesos de adopción están detenidos por resistencias que deberían avergonzar hasta el límite a todos los que las manifiestan, pero que siguen ahí, sólidamente cimentadas, impidiendo que resolvamos problemas importantísimos: decisiones políticas, ignorancia y tópicos, cuestiones económicas, el bienestar de los que se dedican a conducir vehículos, los beneficios de las empresas que los construyen o de las que extraen y comercializan petróleo, o las supuestas libertades individuales – algunos lo equiparan hasta con un supuesto «derecho humano a conducir vehículos con motor de explosión» – de las personas para decidir cómo, cuándo y qué conducen, como si existiese algún derecho que consagrase la libertad de alguien de ir pegando tiros por la calle y matando – en este caso de cáncer o de enfermedades respiratorias  – a los que tienen la mala suerte de pasar por ella.

No, el problema no está en la tecnología ni en los tecnólogos, que están haciendo su trabajo en general notablemente bien: está en la escasez, cuando no ausencia, de personas de otras ramas, tales como filósofos, educadores, historiadores o, en general, profesionales de las Humanidades capaces de añadir a esos procesos de adopción elementos no tecnológicos, sino de otros tipos, planteados en muchas ocasiones desde perspectivas humanísticas. Solo analizando la historia podemos entender que la revolución que trae consigo el machine learning no va a terminar con nuestros trabajos y convertirnos en inútiles, sino a potenciarnos y a proporcionarnos nuevos tipos de trabajo mucho más interesantes y vocacionales. Únicamente analizando el asunto desde un prisma filosófico o ético podemos entender y divulgar que hay determinados tipos de trabajo que no debería hacer un ser humano, y que el hecho de que haya personas viviendo de ello ahora mismo no es el problema, el problema está en el coste que eso representa para la sociedad, y por tanto, el qué ofrecer a esas personas para que dejen de hacer lo que hacen. Todo ello con el protagonismo total de un ámbito, la educación (una opinión lógica en mi caso de la que he hablado en otras ocasiones, dado que es bien sabido que para quien tiene un martillo, todo problemas es un clavo ;-) que se ha convertido en el verdadero problema: hemos renunciado a educar en tecnología, a introducirla en el proceso educativo, y por tanto, no somos más que idiotas sin idea de lo que hacen tratando de guiarnos mediante ensayo y error en un entorno desconocido, sin referencias válidas, y con el riesgo de ser influenciados y manipulados por actores perversos con fines de todo tipo.

En ese sentido, en la educación, estamos de hecho yendo hacia atrás: la decisión de Francia de prohibir los smartphones en los colegios marca un mínimo en el nivel de estupidez al que el ser humano es capaz de llegar, trata de convertir los colegios en un reducto al margen de la tecnología, impide que se desarrollen habilidades digitales y, sobre todo, reduce la capacidad de exponer a los estudiantes a más fuentes de información, vital para el desarrollo del pensamiento crítico y fundamental, por ejemplo, para evitar que sean afectados por las llamadas fake news. Pero más preocupante aún: la decisión de Macron en Francia sirve ahora para justificar a políticos idiotas de todo el mundo, como es el caso de España, que quieren imitar a Francia sin hacer ningún intento de planteamiento adicional. No, los smartphones no «distraen» a los niños, o lo hacen únicamente si renunciamos a integrarlos completamente en el proceso educativo, a utilizarlos como herramienta para acceder a información en lugar de libros de texto considerados como «la única fuente del conocimiento», y a fomentar el desarrollo del pensamiento crítico cambiando drásticamente la metodología de las clases: eso, y no prohibir los smartphones, es lo que tendríamos que estar planteándonos hacer, porque la función de la educación, en gran medida, es la de enseñar a los niños a desenvolverse en el mundo, y el mundo actual está lleno de smartphones y de tecnologías relacionadas que resultan ya fundamentales para desenvolverse en él. En el mundo actual, el idiota no es el que no se sabe la lista de los ríos, las capitales de provincia o los reyes de su país, sino el que no es capaz de utilizar una herramienta tan potente como un smartphone para averiguarlo rápidamente y con las adecuadas garantías. Querer convertir los colegios en la aldea de Asterix, en irreductibles fortalezas al margen de la tecnología, es una de las mayores y más soberanas estupideces que hemos llegado a perpetrar como sociedad.

Scott incidió en una cuestión que me pareció también importante: el hecho de que en el desarrollo de tecnología, hablemos de algoritmos o de diseño, existen innumerables decisiones que conllevan fuertes implicaciones éticas o filosóficas, que se manifiestan en el hecho de que un smartphone no impida escribir o enviar mensajes cuando está en un vehículo y permita, por tanto, que el conductor envíe mensajes mientras conduce, o que no se introduzcan ciertas garantías que eviten que un timeline de Facebook sea tomado por actores perversos que tratan de manipular a su propietario. Por supuesto, en ese tipo de procesos que evalúan las consecuencias de las tecnologías sería interesantísimo contar con profesionales capaces de evaluarlas desde un punto de vista más humanista. Pero no olvidemos que la función de las empresas de tecnología es crear tecnología, y que no podemos jugar a intentar prevenirlo todo, porque sencillamente, no tendremos ni idea de lo que intentamos prevenir, y el exceso de precauciones terminará por impedir o dificultar enormemente el desarrollo tecnológico.

La discusión paró ahí por falta de tiempo, pero me pareció verdaderamente interesante, digna de una entrada en la que intentase dejar algunas de las ideas, algunos enlaces y algunos de los temas de discusión – o cuando menos, mi impresión personal sobre ellos – plasmadas en algún sitio.

 

 

 

This post is also available in English in my Medium page, “Technology and human skills: an interesting conversation at the Hay Festival Segovia» 

 

4 comentarios

  • #001
    xaquin - 22 septiembre 2018 - 20:19

    El derecho a conducir motores de explosión y la prohibición de usar smartphone «para consulta y demás» resultan síntomas graves de esta sociedad. En cierto modo es una variante expresiva popular de los derechos que dice tener un dictador (hacer lo que le sale de las pelotas). A fin de cuentas todos llevamos un dictador dentro (o algo así, dicen los gurús psicológicos).

    El hombre (la mujer suele ser diferente en esto) quiere tener el poder banal de joder al prójimo como si tuviera realmente poder. El facherío intelectual (facha pienso que puede derivar de fachada) del ser humano hace que la lógica y el sentimiento humano sean cosas de animales inferiores. Y por eso la competitividad y la idiotez animal (que en ellos es normal) se hace insoportable en un ser vivo a quien la naturaleza le dio un ADN con la historia evolutiva desde el especimen vivo más lejano.

    Hay mucho ser humano ufano de no desarrolar todas las habilidades que le dá su ADN. Prefiere sentirse más sabio que la naturaleza y, como el burro de la noria, estar satisfecho de lo mucho que avanza en su día a día.

    Trump, los gobernantes franceses o la comisaría europea de no se que coño, son claros ejemplos de que existe una regresión evolutiva, que no deja a los terrestres pasar del renacimiento europeo.

  • #002
    Narcis Vila - 22 septiembre 2018 - 21:10

    Interesante reflexión, en relación a la prohibición de los móviles em las escuelas, como idea, un día podrías escribir un artículo qie reflexione sobre a partir de que edad los niños pueden tener móvil. Hay un debate extenso en el tema! Gracias

  • #004
    Gorki - 23 septiembre 2018 - 12:27

    Tengo una nieta de 5 años y sus padres están en pleno debate por mantener alejada a mi nieta de los medios digitales,, no solo el teléfono, sino la tablet, la televisión, los videojuegos ,….

    Afortunadamente han pasado los tiempos en que a mi mujer y a mi, nos tocaba lidiar con este tipo de decisiones, Yo ta cubrí mi cuota, con aciertos y errores, y es ahora el momento que ellos empiecen a cubrir la suya que inevitablemente tendrá aciertos y errores.

    Eso no quita que tenga mi opinión personal, Para mi, una tablet, un teléfono,….. no se diferencian mucho de la existencia de las antiguas estanterías que había , (y yo la conservo), en el hogar de cualquier persona medianamente culta.

    En esas estanterías, había libros adecuados a determinados edades y libros que no lo eran, Quizá les asombre saber que yo, a los ocho años leía el Conde de Lucanor, y el Lazarillo de Tormes, porque mi padre me buscaba libros que creía que podían entretenerme y a la vez educarme. Un poco mas adelante leía tochos, como las obras completas de Walter Scott, «Amaya y los vasos en el siglo VIII» de Navarro Villaoslada, «El Dios de la Lluvia llora sobre Méjico»·…. no por casualidad, sino porque mi padre me la puso al alcance de las manos, o quiza porque me la recomendaba, realmente no recuerdo como lo hizo.
    Y así saltan do de uno a otro libro, leí «Quo Vadis», Las obras completas de Pio Baroja, que me encantaban, Bastante de Pérez Galdos, mezclado en un batiburrillo. con Zane Gray, Agata Cristie, y Stefan Sweig, Kafca, Freud, y Marcial La Fuente Estefanía y tebeos de Supermán…

    Yo creo que esa caótica lectura, fue buena par mi formación. Pero de adulto descubrí que había obras en aquellas estanterías, del Marques de Sade, de política, de MI Lucha, a Marx,, el Manual de Guerrillas de el Che y una serie de novelas semi pornográficas de Jardiel Poncela divertidísimas, …. una serie de libros que siempre estuvieron allí en las estanterías que no tenían cerradura.

    ¿Como hizo mi padre para que esos libros no cayeran en mis manos hasta que fui adulto y tuve la suficiente capacidad para digerirlas? – No lo se, pero estoy seguro que lo hizo de alguna forma intencionadamente,

    Hoy el mundo ha cambiado, no hay estanterías pero tenemos medios digitales que las sustituyen. Prohibir a los niños el acceso a esos medios, creo que es un error. Dejarlos que entren a saco en ellos, probablemente también., Orientarlos, es complejo pero puede hacerse.

    Estos días a mi nieta, que ha cumplido los 5 años, la cuento las historias de la mitología Griega. Por ejemplo hoy en el desayuno, la he contado la historia del Minotauro, el laberinto y el hilo de Adriana, y me observa con ojos como platos, Luego vanos a Google y le enseño imágenes del Minotauro, de los laberintos, de Adriana y sus ovillos y como aun confunde la realidad y la ficción se siente apabullada y sorprendida, aveces un poco assustada, pero sobre todo muy emocionada, del entrar en el mundo que conoce su abuelo.

    Cuando se vaya de mi casa, que mi hijo le lea los cuentos politicamente correctos que tratan de un león y una jirafa juegan al parchis en el claro de la selva, Esa es su responsabilidad. Pero yo, cuando tenga ocasión le contaré los cuentos que vienen desde la noche de los tiempos, La batalla de Aquiles y la destruccion de Troya, Polifemo, las Sirenas de Scila y Caribides, El velo de Penélopa, y cundo sea un poco mayor, la vez que Venus le puso los cuernos a Vulcano con Apolo y todo el Olimpo se riñó del feo de Vulcano, Cada cosa a su tiempo.

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