El año 2018 está siendo, como de hecho se había anunciado, el año del autobús autónomo: despliegues en múltiples ciudades de países como China, Estocolmo, Japón, Suiza o los Estados Unidos, en campus universitarios en países como Dinamarca, Estados Unidos o Suecia, y ambiciosas plataformas de transporte urbano puestas en marcha por compañías como Baidu, Daimler o Volkswagen, recorren el mundo tratando de encontrar ayuntamientos y autoridades dispuestas a plantear pilotos para la experimentación.
El atractivo de los proyectos de autobuses autónomos para el transporte urbano es evidente: por un lado, ofrecen una imagen vanguardista y moderna de las ciudades. Por otro, permiten abaratar uno de los costes operativos más evidentes del servicio, el del conductor, lo que debería incidir en una rebaja del precio y un alivio de problemas como los derivados de la conflictividad laboral. Y por supuesto, dado que todo indica que el futuro de estos vehículos es indudablemente eléctrico, supone un compromiso de cara al problema de las emisiones, sin duda el más acuciante de todos los que se presentan en las ciudades. En una reciente encuesta en el Reino Unido, la mitad de los conductores afirmaron que estarían de acuerdo con prohibir la circulación de vehículos con motores diesel en todas las áreas urbanas.
El transporte público es una de las áreas más importantes de cara a plantear las ciudades del futuro: su eficiencia es muy superior a la de los vehículos privados, sus rutas son muchísimo más predecibles, y permiten plantear soluciones con costes de desplazamiento muy inferiores a los de otras alternativas, con potencial, cuando funciona bien, para eliminar la necesidad de muchos más vehículos privados. Como en su momento dijo el polémico alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, el desarrollo de un país no se refleja en el hecho de que sus habitantes más pobres tengan un vehículo, sino en el de que los más ricos quieran utilizar el transporte público. Pero ¿cómo lograr que muchos miles de personas que jamás se suben a un autobús quieran hacerlo? Indudablemente, esto exige dar a los autobuses un componente no solo de eficiencia, sino también de comodidad y de experiencia de usuario que los convierta en una opción apetecible. No se trata de crear servicios de transporte público para que los usen otros, sino de crear los servicios de transporte público que todos queramos utilizar.
En ese sentido, el autobús autónomo, cuyo enfoque fundamental está en la eliminación del coste del conductor para obtener un coste operacional más reducido, plantea varios problemas: el primero, que en los niveles actuales de coste, esa reducción adicional podría plantearse si no como marginal, sí posiblemente como un beneficio menor: la mayor parte de los sistemas de transporte público en las ciudades son fuertemente deficitarios, pero son un déficit que resulta muy fácil asumir y justificar. Algunas ciudades, de hecho, trabajan desde hace tiempo con modelos de transporte gratuito como forma de incrementar su popularidad y de extender su nivel de uso, lo que indica que el coste del conductor no es, posiblemente, el punto más preocupante, y más teniendo en cuenta que eliminar al conductor no implica eliminar a todos los humanos implicados: algunos, de hecho, opinan que los vehículos autónomos podrían terminar generando más empleos de los que eliminan.
Por otro lado, eliminar al conductor supone la desaparición de un elemento de control: si bien funciones como el cobro pueden ya seguramente ser asumidas de maneras más eficientes, cómodas y seguras, hablamos de cuestiones como el comportamiento de los pasajeros o el cuidado del vehículo: en algunas ciudades, es posible que poner en circulación autobuses autónomos implicase rápidamente que apareciesen cubiertos de graffitis, o que se desarrollasen dinámicas indeseables en su interior. Si pretendemos que el uso del transporte público se extienda a colectivos que actualmente tienden a no utilizarlo, es muy posible que la imagen de un vehículo lleno de pintadas o con individuos en su interior que se sienten libres de hacer lo que les plazca sin ningún tipo de control no sea la mejor de las situaciones. En algunos de los proyectos citados anteriormente, de hecho, los vehículos llevan una persona a bordo que no conduce, pero sí se encarga de solucionar dudas y de mantener un cierto nivel de control.
El problema, por tanto, no es tan sencillo como simplemente eliminar al conductor, aunque valga la pena hacerlo por cuestiones que van desde la mayor seguridad hasta la eliminación de un puesto de trabajo que tiene mucho de alienante y poco agradable. Es el momento de la experimentación, de demostrar proactividad y voluntad no solo de innovar, sino de solucionar los problemas que indudablemente surgirán. Momento de cambiar la imagen del transporte público y tratar de convertirlo en algo que subsane muchas de las que han sido sus carencias históricas, con un enfoque que no vaya únicamente al coste, sino también al de aspectos como la comodidad o, sobre todo, la experiencia de usuario. Conseguir que el transporte público no solo sea una opción para aquellos que quieren un transporte barato, sino también para los que queremos ciudades más limpias, menos congestionadas, más sanas y más agradables.
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Puede que pase como en el metro, que han eliminado las taquilleras y han tenido que inventarse los «topos». «seguratas» que por parejas patrullan constantemente por las estaciones. Para evitar que la gente no se salte los controles de pago y no transformen los túneles de las estaciones en una selva.
Es lo que yo digo siempre, que un robot, elimina UNA tarea que hace una persona, generalmente la más «importante» y pesada, pero que resulta que cualquier ser humano hace miles de cosas diferentes, con lo que las 999 cosas restantes se quedan sin cubrir cuando se sustituye un ser humano por una máquina, por perfecta que sea.
Que los robots quitan trabajo, pues evidentemente si, pero que por otra parte lo crean pues también. El metro de Madrid tiene subcontratados 1640 topos. No tengo idea de cuantas taquilleras y jefes de estación había antes, por tanto, ni idea si los cajeros automáticos han eliminado muchos, pocos, o ningún puesto de trabajo, como también desconozco cuanta gente se ocupa de mantener y recoger la recaudación de los cajeros automáticos y mucho menos de cuantos se ocupan de su construcción
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De este comentario podemos sacar la conclusión de que una máquina suele sustituir un trabajador bajo el Convenio Colectivo por dos subcontratados por cuatro perras. Para la siguiente «ronda de automatización» ya serán cuatro subcontratados por dos perras.
Desde luego, el que no se consuela es porque no quiere.
Puede ser. Es posiblemente que las taquilleras, tuvieran sueldos para tirar cohetes y quienes mantienen los expendedores automáticos sean becarios. ¿Por que no?. No parece probable, pero puede ser
El tema del vandalismo se puede paliar mediante medidas que podrían acabar con la impunidad, pero que colisionan con la privacidad: grabación del interior del vehículo mediante cámaras e identificación de los viajeros que suben al mismo mediante su título de transporte:
– Las cámaras grabando ya existen en los andenes del metro, en estaciones de tren, etc., y puede que dentro de algunos vagones y algunos autobuses (lo ignoro).
– Por otro lado, a día de hoy, al menos en Madrid, uno todavía puede comprarle un billete (de papel) al conductor de un autobús y viajar de forma anónima, aunque eso desaparecerá. La tarjeta «multi» también es anónima, pero eso podría cambiar en el futuro, y que fuera personal no transferible. Y la tarjeta del abono mensual no es nada anónima, lleva se precisa una foto para obtenerla.
Dichas medidas no son incompatibles con la presencia de un conductor en los autobuses actuales o un revisor en los autobuses autónomos, pero, una vez más, la privacidad sería perjudicada por los avances tecnológicos.
Sí, seguro que los conductores de autobus estan contentos de perder su puesto de trabajo porque es muy alienante …
Supongo que no les importará que por ejemplo les hagan revisores
También los podrían poner a cultivar alfalfa para alimentar a los caballos que podríamos hacer que vuelvan a tirar de los transportes animales del siglo XIX. Así no habría problemas de este siglo, si no de hace dos.
Yo soy partidario de recolocarlos de ascensoristas, al fin y al cabo están capacitados para llevar vehículos con viajeros.
En pequeñas localidades, o recorridos por barrios donde conductor y pasajeros se conocen a base de la rutina diaria, con frecuencia se hacen pequeños «favores» como parar fuera de la parada establecida para que suba o baje una persona mayor, parar delante de la vivienda del único ocupante en lugar de llevarlo hasta la siguiente parada un día de lluvia, o esperar un instante por un usuario habitual que llega corriendo por la acera a punto de perder el bus… detalles que para el usuario habitual son importantes, y que quizás pueden exasperar al que coge un bus para hacer «turismo». Habría que ver como un transporte autónomo consigue dar esa calidad de servicio al usuario habitual.
Sencillamente no podrá. Eso es lo malo que estos aparatos se piensan para gente «normal», pero la gente «normal» es curiosamente muy «rara», todos tenemos un defecto u otro, uno es zurdo, el otro gordo, al de mas allá tiene un pie escayolado, …. Yo por ejemplo, veo cada vez peor, sacar el tiket de la zona azul con mala luz me cuesta un mundo.
¿Conoces la foto de la mujer bajita tratando de sacar dinero de un Cajero automático?
http://instagramtag.com/p/0ssXxStG0w/
En principio la conducción autónoma no impide que se puedan realizar excepciones como las que indicas: esperar a un pasajero que llega corriendo por la acera, volver a abrir la puerta para que suba cuando la puerta se acaba de cerrar, etc. (ojo: ¡no todos los conductores humanos lo hacen!)
Respecto a parar fuera de las paradas establecidas, también se podría hacer, identificando previamente al viajero que lo solicita (o no), viendo las condiciones de tráfico y seguridad para parar, etc. De hecho, leí que los ayuntamientos de algunas localidades, para mejorar la seguridad de mujeres que bajan del autobús de noche, empiezan a regular que puedan solicitar al conductor parar lo más próximas a su domicilio aunque no corresponda con una parada predeterminada. Cabe esperar que dichas excepciones se trasladen también a los autobuses autónomos, ¡y que estos aprendan con el tiempo de las particularidades de los pasajeros que transportan!