La adaptación a un mundo de comunicación ubicua y permanente tiene, como es lógico, sus problemas. Conciliar los hábitos, necesidades e intereses de las personas, establecidos durante siglos, con un nuevo escenario tecnológico en el que las herramientas convierten en sencillo e inmediato lo que antes suponía una limitación conlleva el desarrollo de nuevos hábitos de uso, de nuevos protocolos para cada situación. Cuando las herramientas de comunicación dependían de manera prácticamente exclusiva del ámbito del trabajo, localizar a alguien fuera de horas equivalía a hacer algo inusual, incómodo, que únicamente se justificaba en casos muy excepcionales. A partir del momento en que todos llevamos un ordenador en el bolsillo y nos permite no solo hablar por teléfono, sino también comunicarnos de maneras percibidas como menos intrusivas, como el correo electrónico o la mensajería instantánea, las cosas cambian completamente, y adaptarse a la nueva situación puede resultar complejo.
Así, Nueva York se plantea ahora emular a Francia y promulgar una ley que asegure el derecho de los trabajadores a desconectar, una prohibición a las compañías privadas que impida que soliciten a sus trabajadores que estén disponibles fuera de horas de trabajo. Un modelo legislativo proteccionista que parece estar poniéndose de moda últimamente, cuando, en realidad, el problema no es el correo electrónico, el mensaje o la llamada más allá de las siete de la tarde, sino la existencia, en muchísimas compañías, de una cultura de trabajo 24/7 o de estructuras jerárquicas piramidales y autoritarias que son las que realmente justificarían una prohibición como esa. En la práctica, se trata de una identificación incorrecta del problema, que no está en la tecnología, sino precisamente en ese tipo de estructuras, lo que lleva a que, en realidad, una legislación así termine por crear más problemas de los que realmente soluciona.
Otro caso similar, igualmente con Francia como protagonista, está en la prohibición de que los niños lleven sus smartphones al colegio. ¿Puede hacerse? Por supuesto, la capacidad de los políticos para generar leyes absurdas y sin sentido es proverbialmente omnímoda. Pero ¿sirve para algo? ¿Tiene realmente sentido? La respuesta, mucho me temo, es que no. Por mucho apoyo populista y poco madurado que en un primer momento, durante la campaña electoral, haya podido tener la norma, la realidad es que no solo los propios niños se oponen, naturalmente, a la medida, sino que incluso los padres de esos niños e incluso muchos de sus profesores no están de acuerdo con ella. Convertir las escuelas en lugares en los que la tecnología no puede ser utilizada, en lugar de cambiar para integrar esos dispositivos en la educación, es una manera brutal de convertirse en retrógrado, de renunciar a una herramienta que, con los cambios adecuados en los procesos educativos, puede convertirse en un arma fantástica para acceder a información. Pretender fosilizar la educación para que se siga haciendo como siempre y permanezca refractaria al cambio tecnológico es, simplemente, una barbaridad.
En Europa, todo indica que Facebook, con el fin de adelantarse a los previsibles problemas derivados de la entrada en vigor de l Reglamento General de Protección de Datos (GDPR), se dispone a introducir un cambio en sus términos de uso que prohibirá a los menores de dieciséis años hacer uso de la herramienta de comunicación. En este caso no hablamos de una ley, sino de un intento de adaptación de una compañía ante la inminente entrada en vigor de una. Pero ¿tiene algún tipo de sentido una prohibición así, más allá de simplemente cubrir el expediente? ¿De verdad alguien espera de manera realista que los miles de jóvenes que hoy utilizan WhatsApp dejen de utilizarlo en cuanto la prohibición entre en vigor? ¿Cómo pretenden controlar algo así? ¿Igual que en su momento controlaron lo de Tuenti, que supuso el mayor ejercicio de hipocresía desde que el mundo está conectado, y convirtió a la red social, gracias al atractivo de lo prohibido, en la estrella de los patios de colegio?
Líbrenos dios de los políticos de gatillo fácil, por favor. Legislar puede parece relativamente sencillo: convencer a un número suficiente de supuestos representantes de los ciudadanos – en muchas democracias, mucho más representantes del presidente de su partido que de los propios ciudadanos – de que apoyen una moción, típicamente usada como moneda de cambio para que, en reciprocidad, sus proponentes apoyen otra. En la práctica, esas leyes «de laboratorio» no solo tienen una utilidad entre escasa y nula, sino que además, en numerosas ocasiones, terminan por generar más problemas que los que supuestamente pretendían solucionar. Si en lugar de prohibir los correos electrónicos o mensajes del trabajo a partir de las siete de la tarde, nos dedicamos a intentar cambiar la cultura jerárquica y autoritaria de las compañías, que es el verdadero problema, seguramente contribuiríamos bastante más al cambio que intentado prohibir no el problema, sino simplemente una de sus muchas manifestaciones. Si en vez de prohibir que los niños llevasen sus smartphones al colegio, intentásemos integrarlos en el proceso educativo y pusiésemos una buena WiFi y cargadores en los pupitres para evitar que los niños se queden sin batería, mejoraríamos la educación, en lugar de relegarla al siglo pasado. Si en vez de absurdamente prohibir WhatsApp, tratásemos de incidir en la educación que los padres dan a sus hijos, un ámbito en el que actualmente muchos se inhiben completamente, la sociedad podría evolucionar de una manera mucho más adecuada a como lo está haciendo actualmente.
Pero no, lo fácil es legislar. Y la legislación, en muchos casos, se convierte en trampa. En una trampa absurda que, como sociedad, nos hacemos al solitario. En algo que no soluciona nada, que no sirve para nada más que para darnos golpes en el pecho y decir «lo hice», pero que no soluciona en absoluto los problemas reales. Mientras, como sociedad, no nos acostumbremos a pensar en la inevitabilidad del progreso tecnológico y en las consecuencias que necesariamente tiene – y debe tener – sobre el escenario en el que vivimos, mientras sigamos intentando «parar el tiempo», no llegaremos a ningún sitio. O sí llegaremos, porque lo que tiene la inevitabilidad es eso, que es inevitable… pero nos costará bastante más tiempo y más esfuerzo.
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En varias comunidades autónomas se han convocado plazas para profesores de enseñanza secundaria. Ni en el temario, ni en las pruebas de la fase de oposición, ni en los méritos para la fase de concurso, se tienen en cuenta los conocimientos, experiencia o aptitudes de los futuros docentes respecto de la tecnología.
Cuando seguramente, lo último que define un buen profesor, es su capacidad de memorizar todos y cada uno de los aspectos de su materia, este sigue siendo el factor fundamental para su selección sobre otros opositores.
La tecnología es una molestia en clase porque, salvo excepciones, no saben que hacer con ella. Ni como gestionarla, ni como sacarle partido, ni como educar en su utilización adecuada. Así que la solución es, como no, prohibirla.
Sobre la prohibición de los móviles en las aulas no soy docente así que no soy el más cualificado para opinar. En general soy más partidario de educar en lugar de prohibir, y más partidario de adecuarse a las circunstancias de cada colegio, cada aula o cada alumno en lugar de aplicar recetas únicas para todos. En todo caso la prohibición la reduciría a los móviles, o apps concretas de los móviles. Sí creo que hay que introducir tabletas y ordenadores con internet, y aprender de otra manera, no con memoria para todo.
Sobre las empresas sí tengo más criterio, y efectivamente el problema es complejo:
Por un lado las herramientas no son las mejores y el uso de las mismas no es adecuado: el correo electrónico es una herramienta pésima para comunicación entre equipos. Una herramienta donde hay una bandeja de entrada y si la quieres dejar vacía cada mensaje que llega ha de ser borrado, archivado en un saco, puesto en espera o movido/etiquetado para futura referencia no puede ser productiva. En mi implantación de GTD esta es la parte más dificultosa de integrar con otras listas que no se basan en correos.
Lo segundo es que se usa fatal, porque para empezar algunas personas no distinguen el concepto de mensajería instantánea del de comunicación síncrona, o la usan como si fuera un chat con 20 personas en copia. Las personas más productivas no están pendientes del correo, ni tienen un aviso por cada correo que entra. Si es urgente, ya te llamarán por teléfono.
Por otro lado está el problema del «management»: en mi caso personal me aplico un horario muy flexible a cambio de estar disponible en cualquier momento. Incluso en vacaciones leo los correos de la oficina para ir «limpiando» y contesto los importantes. Pero eso es ahora que recibo pocos correos diarios y disfruto de un «management» muy sano. Hace años, con más de 100 correos «intensos» al día y fines de semana no remunerados apagando incendios, cuando llegaban las vacaciones dejaba la blackberry en el maletero del coche. Con las personas que tengo a mi cargo, aplico flexibilidad total de horario y ubicación, cosa que aprecian mucho. Si nos ponemos estrictos y legislativos, cada vez que tienen una revisión de gas en casa tendrían que pedirse un día libre. Y también les tendría que prohibir coger de vacaciones del 24 de diciembre al 7 de enero porque tendrían que turnarse para estar alguien «de servicio». Hace ya dos o tres años que se pueden ir los 15 días seguidos de vacaciones o solapando bastantes días bien entendido que «si hace falta, os llamo y os conectáis». Y todos contentos sin leyes.
Un cliente de la empresa para la que trabajaba, tenia el ordenador funcionando as 24 horas, Para la atención por la noche. contrataban a lo que llamábamos los «vampiros»,. generalmente estudiantes de oposiciones, que se ganaban un buen sueldo por atender mientras estudiaban sus temas las periódicas peticiones del ordenador, colocar un determinado papel preimpreso en la impresora, colocar una cinta de backup y cosas por el estilo. Pero que solo sabían hacer cosas muy básicas de operador, así que cuando el proceso fallaba, no eran capaces de hacer nada, Entonces llamaban al «responsable».
En un momento se me nombró «reponsable». así que se me dotó de un «busca»,.algo que ha pasado a la historia, pero que te avisaba para que tu llamaras a la oficina. Yo llevaba el «busca» ahí donde fuera, al cine, a cenar, … y m naturalmente eb la mesilla por la noche,
Cuando algo se atrancaba, el proceso era muy sencillo, había que «aparcar» el registro que había dado problemas, retroceder a uno de los puntos de «retorno» que tenían los procesos y borrar todos los ficheros que se hubieran originado desde esos puntos de «retorno».
AsÍ que a las cuatro de la madrugada, te llamaba el busca, llamabas a la oficina y comenzabas a dar instrucciones, en función de unos apuntes que tenías en casa, dabas instrucciones a los operadores.
Yo cada vez que mandaba borrar un fichero, notaba un latigazo en el corazón, pues un error al decir o escuchar el nombre del fichero, podría llevar a borrar otro y crear una catástrofe. Pensé que en alguno de aquellas emergencias me iba a dar un infarto, así que decidí dejar el puesto, Lo dije en mi empresa y me dijeron que no era posible porque se necesitaba alguien preparado para ocuparlo,. Callé pero ese mismo día comencé a buscarme otro trabajo, Afortunadamente entonces había mucho trabajo para informáticos, y pronto deje ese puesto y a mi compañia.
¿Se puede tener a alguien 24/7/365 días conectado con el trabajo.? – Comobpoderse se puede, pero para el trabajador es bastante inhumano.
Actualmente, la edad para acceder a Facebook sin consentimiento de los padres era de 13 años. A partir de ahora, se necesita supervisión paterna para los menores de 16.
Gracias al cielo, los niños no necesitan un enchufe para recargarse.
Respecto a la filosofía a seguir en el uso de las redes sociales por lo menores, sucede como con todo en la paternidad; requiere educación por ambas partes.
Siempre fue un símbolo, para ver la diferencia entre prohibir y educar, que sea delito llevar un arma a clase (by USA). ¡Claro que a los trumps les gustaría hacerla obligatoria en el profesorado!
Y con el móbil pasa lo mismo. Es más ridiculamente fácil prohibirlo que educar en su uso. Porque a diferencia del arma bélica el móbil es un arma para adquirir conocimientos (recibir datos+ organizarlos convenientemente). Pero no, los políticos y adláteres como buena fauna avestruz siguen convencidos, tal que nobles del Reino de Nápoles, que llega con ensuciar las paredes de la ciudad con bandos gubernamentales llenos de prohibiciones. Con el problema añadido de que las prohibiciones que no se cumplen adquieren una densidad excesiva que las lleva al fondo del olvido.
Me parece bien que se legisle para intentar proteger a los empleados del abuso que pueden cometer las empresas en relación con el horario de trabajo. Me parece bien, incluso en el caso de que la ley no esté bien pensada, porque toda ley es perfectible, y si falla se puede corregir.
También es un mensaje que se da a la sociedad en relación con los derechos, a veces olvidados, de los trabajadores. Pero hay que dejar abierta la puerta a las excepciones para altos cargos o de responsabilidad que deseen entregar una mayor parte de su tiempo a la empresa.
En España, por ejemplo, es habitual trabajar más horas de las estipuladas. Y el empleado debe tragar si no quiere perder el trabajo. Esto crea más paro, porque las empresas no necesitan contratar más gente ya que con los que tienen, haciéndoles trabajar más horas, y no remuneradas, ya les va mejor.
Sobre el smartphone en las aulas quizás habría que preguntarle a los padres. Pero, en principio, podríamos pensar que si lo prohibimos se perderá la oportunidad de enseñar a los niños a utilizarlos mejor, y con fines educativos.
En cuanto a Facebook, prohibir que los menores de 16 no puedan usar su herramienta de comunicación parece una medida hipócrita. Si Facebook lo prohíbe, debería hacerse responsable de que los menores no utilicen su herramienta. Pero no podrán impedirlo, lo mismo que Google no puede evitar que un niño de 8 años acceda a una página porno.
Un problema de las leyes mal pensadas, o mal corregidas (por ejemplo sin retroactividad), es que pueden arruinar literalmente a una persona, material y mentalmente. Y además, contribuir a arruinar la marca de un país (la marca «España» en este caso):
El injusto jaque de Hacienda a Vallejo
No. Lo que tú interpretas no es lo que he dicho.
El caso de Vallejo es posiblemente una excepción. Y demuestra que a veces las leyes se interpretan mal, con arbitrariedad. Las cosas no deberían quedar así. Ni la sociedad debería nunca aceptar leyes dogmáticas ni deterministas o inmodificables. Pero tampoco se puede dejar de legislar porque sin leyes se impone la ley de la selva.
Frente a casos como ese lo que toca es o bien cambiar la ley o su interpretación. Si existe un error debe ser subsanado.
De todas formas, venga o no venga al caso, me alegra que menciones el tema de este ajedrecista que se metió a jugador de poker y se encontró de pronto entrampado, al parecer injustamente, por Hacienda.
A mi ese intento de prohibirle el Whatsapp a la juventud me ha emocionado, sinceramente. Aunque el premio gordo al gobernante sabio todavía lo conservan nuestros amigos americanos y esa extraña costumbre que tienen de exigir a la gente esperar 21 años para tomarse una cerveza.
Pues a mi me parece una gran idea ,
Es algo que incide directamente en las futuras generaciones , intentando forzarlas a algo que ellas ven absurdo y que es fácilmente incumplido, intuyo que van a ignorar esa ley salvo alguno menos afortunado que le pillaran y se le «caerá el pelo»
El mensaje para los jóvenes es claro «los políticos dicen y hacen chorradas y si quieres puedes evitarlas» y lección de vida para todo » ten cuidado y que no te pillen» .
yo creo que hacer leyes incomprendidas, excesivas o inaplicables no induce al respeto a la ley.
Yo no soy partidario de las prohibiciones y como ya ha comentado alguno, sirven sí, para aprender a saltárselas.
Mucho menos me gustan las normas que vienen de los que creen que son nuestros padres protectores y aquí llego donde quería: El problema con los niños y los mobiles es realmente de los padres que olvidan que quien es Smart e el phone y no su hijo.
Olvidamos muchas veces la importancia de todo lo que los niños aprenden sin tecnología ya que los de nuestra generación veneramos eso que tanto nos costó: aprender y memorizar un montón de cosas que creemos que no vamos a usar nunca.
Una persona que tenga que consultar constantemente un aparato para solucionar sus problemas, o peor aún, para establecer relaciones con otra, estará a mi modo de ver perdido y a merced de “la tecnología”.
¿Que es buena? Claro que lo es, como las enciclopedias y los documentales.
¿Qué los niños deberían aprender a subir a los árboles y a hablar entre ellos cómodamente en un parque? Sin duda, mucho mejor.
Si desconectar el whatsapp durante unas horas sirve para que alguno se de cuenta de que tiene su amigo al lado…. ya me sirve.
Entre la prohibición, y poner cargadores en los pupitres hay todo un mundo…, Me acuerdo cuando salieron las calculadoras…., era evidente que su uso en cursos superiores, podía ahorrar tiempo y facilitar la resolución de ejercicios, mientras que en la «EGB», suponía un problema si el alumno dejaba en manos de la máquina, lo que debería hacer y comprender por sí mismo. Es lo de siempre…, complicado poner límites, pero hay que ponerlos.