Comencé a introducir la transformación digital en mis programas hace algo más de cuatro años, y hace ya tres que la convertí además en curso independiente, aunque en realidad, las ideas que subyacen tras el concepto llevaban allí prácticamente toda la vida. La percepción de las compañías en este sentido era cada vez más clara: a medida que la digitalización y la adopción de la tecnología ganaba presencia en todos los aspectos de la vida de las personas y en la sociedad, las compañías debían adaptarse transformando su experiencia de cliente y su relación con todas las entidades externas, veían cada vez más importante adaptar sus procesos internos para responder a estos cambios y, eventualmente, entendían la necesidad de transformar y adaptar su modelo de negocio en función de estos cambios.
¿Cómo das forma a un programa que recoja ese tipo de aspectos? Lógicamente, empiezas por el principio, por motivar el concepto, por intentar hacer entender las razones para la transformación digital, la necesidad de cambiar porque, si no se cambia siguiendo las tendencias que resultan cada vez más evidentes en el entorno, las compañías pueden caer en la obsolescencia o ser percibidas cada vez más como de otros tiempos. Consecuentemente, mis cursos comenzaban habitualmente con un cierto tono de «galería de los milagros», intentando demostrar a los asistentes que el cambio existía, que era evidente en muchísimos aspectos del comportamiento de las personas, y que no se podía vivir al margen de él.
Este año, por primera vez, empiezo a detectar que ese tipo de contenido ya empieza a ser innecesario: el perfil de los asistentes a cursos de este tipo y sus expectativas están evolucionando. Si al principio acudían personas que precisaban de una motivación para la transformación digital, ahora mi alumno medio ya empieza a estar completamente convencido de la necesidad y la motivación del cambio, y busca algo diferente: herramientas para llevarlo a cabo de una manera exitosa. Desde una visión inicial de «cuéntame lo que pasa, cómo me afecta, y ayúdame a considerar cómo es de importante para mi negocio y cómo responder a ello», pasamos a un «ya entiendo lo que pasa, estoy plenamente convencido de la necesidad de transformarme, así que dame herramientas para que pueda liderar esa transformación». Ahora, a diferencia de lo que ocurría hace algunos años, es un «no me cuentes que el mundo ha cambiado, que eso ya lo sé, ya estoy convencido de ello… cuéntame qué hago para adaptarme a él». En esa segunda visión, lógicamente, la mayoría de la primera parte introductoria sobra, y el eje del contenido se desplaza hacia la idea principal que surgía más adelante en el desarrollo del curso: que la transformación digital de las compañías comienza por la transformación digital de las personas que trabajan en ellas y que, por tanto, hablamos de cuestiones como el liderazgo y la gestión del cambio. Ninguna compañía es capaz de transformarse si sus líderes no han entendido la importancia de esa transformación y han transformado su relación personal con la tecnología.
¿Qué buscan ahora los asistentes a un curso de transformación digital? Cada vez más, empiezan por herramientas diagnósticas que les permitan evaluar la situación en sus compañías, entender con qué cuentan, cuánto esfuerzo les espera, cómo están con respecto a otros, a qué pueden aspirar y cuánto les va a costar en términos de esfuerzo. ¿Qué es y en qué consiste realmente esa diana móvil llamada «ser digital», cuánto me falta hipotéticamente para llegar a ello? ¿Existe un «nirvana de lo digital» al que aspiro a llegar? ¿Cuál es mi objetivo como compañía? Pretenden ser capaces de poner el termómetro ya no solo a su compañía, sino a su consejo de administración, a su alta dirección, a los que tendrán que aprobar los presupuestos para llevar a cabo esa transformación digital que ellos entienden ya como imprescindible. El asistente medio ya no viene a que le cuentes lo que es la transformación digital: viene a que le equipes adecuadamente para liderarla. Además de herramientas diagnósticas, por tanto, necesita otras que le permitan entender qué variables, qué ejes de la transformación adquieren mayor importancia en su caso, en el de una compañía como la suya. Consecuentemente, los casos que hay que utilizar no son tanto los clásicos de compañías modélicas que comenzaron ya digitales y que se han convertido en la envidia de todos, sino compañías más parecidas a las suyas, que han llevado a cabo procesos de transformación digital partiendo de distintas situaciones, con éxitos o con fracasos. Pretenden aprender de la experiencia de compañías como las suyas, en lugar de perseguir modelos que, simplemente, no les parecen comparables o se ven completamente fuera de su alcance. Todos queremos ser como Amazon o como Google, pero pocos, muy pocos, están en situación de intentarlo.
En ese sentido, hablar de cuestiones que están ya en la mente de todos los directivos, como el machine learning, se convierten en un arma interesante a efectos didácticos. Los proyectos de este tipo exigen un nivel de madurez en los procesos de las compañías, una orientación al dato, que hace que en la mayoría de los casos, la idea de ponerlos en práctica conlleve una larga travesía del desierto, un trabajo ímprobo de definición de objetivos, de obtención y transformación de datos o de ingeniería de procesos antes de llegar a la obtención de modelos, a la evaluación y medición de sus resultados o a la comprobación de su valor predictivo. Así, el nivel de «machine learning preparedness», entendiendo cada vez más machine learning como un objetivo al que todas las compañías van a tener que llegar, puede funcionar como un termómetro adecuado a la hora de evaluar el nivel y los objetivos de la transformación digital en las compañías.
Los modelos de diagnóstico tienen un problema: suelen estar creados por consultores que, tras varios intentos de explicar o de poner en práctica la transformación digital en compañías, tratan de cristalizarlos en matrices sencillas o en herramientas generalizadas. Mi esfuerzo, en ese sentido, es intentar que los directivos entiendan que el modelo de diagnóstico, en realidad, lo tienen que hacer ellos, y que quedarse con el modelo descrito por un consultor supone, en realidad, creer que todos los problemas son idénticos, que en todos tienen las mismas variables el mismo peso, y que existe una receta capaz no solo de arreglar su problema, sino incluso de arreglar todos los problemas. ¿Hay que introducir modelos de ese tipo en un curso de transformación digital? Cada vez más, pero con un componente crítico, como una forma de ver cómo otros entienden el proceso y qué elementos resultan significativos para el caso de las compañías de los asistentes.
Finalmente, son necesarios modelos para vender ese proceso dentro de las compañías. ¿Qué herramientas concretas puedo utilizar para provocar el cambio? ¿Con qué resistencias me voy a encontrar? ¿Qué tengo que contarle a mi consejo para que entienda el tema y me dé su tan necesario apoyo? ¿Qué personas en un consejo de administración son más susceptibles de apoyar este tipo de ideas y de entender su necesidad? ¿Qué modelos de transición debo utilizar? ¿Por dónde empiezo? Este tipo de contenidos que se entienden no tanto leyendo o estudiando, sino trabajando con compañías que están llevando a cabo su transformación digital, con directivos de verdad con problemas de verdad. Cuando los profesores de las escuelas de negocio hacemos nuestro trabajo, los contenidos de un curso no deben reflejar un supuesto «ideal académico» o algo contenido en algún libro, sino lo que las compañías demandan. Mi observación de que los contenidos demandados por mis alumnos están evolucionando no tiene más importancia que esa… una señal. Pero cuidado, porque a poco que se me otorgue una mínima capacidad de observación en función de mi posición, esa señal no es poca cosa.
Cada día más, la transformación digital está dejando de ser un «qué» para pasar a ser un «cómo». Obviamente, esto no pasa ni en todas las compañías, ni en todas las industrias, ni a todos por igual. Pero el proceso de cambio está ahí. Si en tu compañía no estáis aún en esa fase, si aún estáis juzgando si es necesario acometer o no un proceso de transformación digital en lugar de estar pensando de qué manera llevarlo a cabo de la forma más eficiente y resolutiva posible, cuidado. Es muy posible que la distancia entre tu compañía y sus competidores, o entre tu compañía y el entorno que la rodea, esté creciendo cada vez más, y que el camino a seguir para adaptarse vaya a ser cada día más largo y complejo. Es posible que a base de pensar mucho y no hacer nada, tu compañía esté cayendo en la obsolescencia. Mira a tu alrededor: mírate tú en el espejo, mira a los que trabajan contigo, mira a tus directivos. ¿Los ves capaces de entender la importancia de la transformación digital y de considerarla un objetivo estratégico? ¿Es tu compañía capaz de atraer y retener talento consciente de estos temas, o se limita a quedarse como un refugio para los que no pueden ir a otros sitios en los que ya han evolucionado en ese sentido? ¿Dónde estás? Según lo que te diga ese termómetro, ya sabes cuánto te tienes que preocupar.
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Mi opinión es que es extremadamente difícil, por no decir imposible, que la mayoría de las empresas realicen transformaciones de este tipo. La razón es que las empresas son personas, y si estas no cambian previamente a nivel individual, no lo van a hacer ni aunque tengan un líder iluminado (en el buen sentido), que a veces ni eso, con una iniciativa global de transformación.
Hay dos factores que hacen que las personas no cambien:
– El desaprendizaje de hábitos y la inquietud por probar nuevas formas de hacer las cosas es inexistente en muchas personas. La mayoría cree que su forma de hacer las cosas, invariable en años, ya es la mejor forma, al menos para ellos, o la más cómoda. La zona de confort es bestial. Da igual que hables de transformación digital, de Agile, de DevOps, de productividad con GTD (Get Things Done, David Allen), seguridad, usar el transporte público o de lo que sea. Esto se manifiesta también a nivel de grupo, cuando se seleccionan las partes de una filosofía (Agile, GTD, etc.) que interesan (las cómodas) y descartas otras porque creen que no les aplica (las incómodas).
– La inercia a volver a la forma antigua de hacer las cosas en cuanto desaparece el factor que provocó el cambio (el líder de la transformación). Y es que somos animales de costumbres. Decía Einstein que hacer las cosas siempre igual no puede dar resultados distintos, pero no ha calado mucho.
Es por ello que es mucho más sencillo encontrar empresas que ya han nacido «transformadas», donde los líderes y el personal de RRHH (si es que lo llaman así) ya saben lo que tiene que contratar.
No digo que no haya empresas que se estén transformando en algo distinto girando 180 grados, pero tienen un nivel de talento a nivel interno a todos los niveles superior a otras. Uno de los casos que más sigo, por motivos profesionales, es Microsoft, que de la época de Ballmer y su odio al open source a esta de Nadella donde al menos en la parte de desarrollo ahora es todo cross-platform, open-source, GitHub, etc. no se parecen en nada, y lo mismo con su viaje de releases empaquetadas cada dos años a sprints con releases de 3 semanas de sus productos en su nube. El caso resulta tan asombroso que al parecer les preguntan sobre cómo lo han hecho, problemas encontrados, etc. y, practicando otra virtud desconocida en su pasado, la transparencia, tienen algunas charlas y posts explicando «su viaje».
Por mi trabajo, tengo oportunidad de interactuar con personas de todas las edades y diversos grados de formación.
Veo a diário problemas que, para quienes estamos acostumbrados al mundo digital, son sencillamente inconcebibles: personas que no saben entrar a su correo electrónico si no es a través del móvil, que desconocen qué es un archivo adjunto, que no entienden como funciona una URL ya que no la distinguen del campo de búsqueda de Google, incapaces de manejarse con los tipos más habituales de archivos o cómo realizar un sencillo trámite por vía telemática.
Es urgente, no ya una transformación digital, sino una alfabetización digital de extensas capas de nuestra sociedad que viven en un mundo en que cada vez les cuesta más manejarse.
Y si los que ven a los que saben hacer todas esas cosas, no les tienen ninguna envidia por llegar a ser como ellos hoy dia, «ni ganas de disfrutar sus ventajas» va a ser dificil motivarlos para que aprendan … apaga y vamonos
Adhiero al 1000%. Estoy en la misma situación. No se explicar por qué, pero el 99.99% de la gente que me rodea no tiene el grado mínimo de desenvolvimiento digital. Pero es que están en 1994, y por favor no estoy exagerando. Utilizo esa fecha como indicador de lo que yo era en ese momento, es decir: más cuadrado que una baldosa
Hoy le cuento a la gente que existen herramientas (Zapier) que integran distintas tecnologías y que hacen por mí y por mi negocio lo mismo que hacía una secretaria por una millonésima de fracción del costo y además 24×7 y soy «el dios tecnológico».
O les pido que me manden una captura de pantalla de su PC / Notebook para ayudarlos a resolver un problema y me mandan una foto de la pantalla tomada desde un metro y medio de distancia con su maldito teléfono (y encima con flash), y cuando los increpo me dicen que no saben tomar capturas de pantallas y no saben usar WhatsApp desde su computadora (…hijos de la gran…).
Eso sí, pregúntales por Messi o por la actriz tal o cual y vaya que hay tema de conversación….
Esas cosas me parecen demasiado «spooky». No me siento con el “honor” de decir: “soy el techie” de la cuadra, es un sentimiento de horror. Y con toda honestidad (y crueldad) me pregunto: ¿que va a pasar con esta gente?
Es reconfortante que la gente siga sabiendo valorar la genialidad de alguien como Messi.
Aunque es frustrante no poder ayudar a alguien a causa de su analfabetismo digital.
Pero hemos mejorado bastante. Recuerdo en 2001 tener que haber hablado con hasta cinco personas en un periódico para que me entendieran cuando quería enviarles un anuncio con foto por correo electrónico.
La Digilosofía ha venido para quedarse y nadie podrá detenerla…
Antes de 1975 las nominas de las empresas se hacian a mano (incluyo aqui la maquina de escribir) y se pagaba el sueldo en metalico,¡si, haciendo montoncitos de billetes y monedas! (recuerdo el truco para que «cuadrase»: no tenia que sobrar ninguna moneda, el banco (menos mal ) nos entregaba las que necesitabamos.
Pues bien, costo mucho esfuerzo convencer a los pagadores para que adoptasen los primeros ordenadores (IBM), tanto que no me estrañaria que alguno todavia siga con los «montoncitos», (bueno si, en la economia sumergida).
¡Aquello si que fue una transformación digital!
En el ámbito de mi trabajo (Música), prácticamente todos los compañeros que conozco estamos digitalizados.
Grabamos generalmente con «Pro Tools» o «Logic», tanto en casa como en el estudio, compartimos los archivos a través de la red, y algunas grabaciones en las que antes había que pasar por el estudio obligatoriamente, ahora se pueden realizar desde casa.
Por eso, en mi generación, (60….) como otras anteriores, es difícil, por no decir imposible, encontrar alguien que no esté familiarizado y trabajando digitalmente.
Por supuesto los más jóvenes, ni siquiera han pasado por un «Tascam» de cinta… ni falta que les hace.
Otra cosa son las empresas como una discográfica, pero con una diferencia clave. Para ellos la transformación ha sido mucho más «brusca», ya que el negocio ha cambiado de forma muy distinta, mientras que para nosotros, nos ha servido de ayuda en cuanto a la forma de trabajar.
Por tanto, y como casi siempre, no podemos generalizar, lo que es una ayuda muy útil para los músicos, se ha convertido en una pesadilla, (por no decir el Fín) para los que la comercializan, (o comercializaban casi…) y un mal trago para nuestros ingresos…., al menos de momento
Por último, depende del sector, ya que todo lo que nos ha facilitado la era digital a nosotros, no creo que aporte tanto para un Cocinero, por ejemplo, o incluso para un Escritor.
Yo he vivido la transformación digital desde que me di cuenta de que aporrear máquinas de escribir habiendo unas opciones nuevas tan interesantes me hicieron ahorrar trabajando muy duro en el monte para comprarme un Amstrad CPC 464 en el año 87. Estaba en el insti y todas las noches cerraba el bar -que era indefectiblemente era cuando salía por la puerta el último borracho, a las 3, 4, 5…- y las 7 me levantaba. Alguna noche subía del bar y me ponía un rato con aquel ordenador de cinta de cassette. Puede que en alguna de aquellas noches se me ocurriera programar en basic un programita para hacer deporte siguiendo los pitidos que de forma rítmica acompañaban a un dibujito que se movía, reproduciendo el ejercicio de abdominales en cuestión.
En la uni, con 19 años comezó otro proceso de digitalización, el de mi primer poemario, Anónimo, que llevé a cabo en unos Centros Imi que montó el Gobierno Vasco. Yo iba y me sentaba a teclear en un Apple Classic II y los programadores que iban a estudiar distintos lenguajes de programación me llamaban «el poeta» jeje… Por fin, en 1991, dos años después, tuve listo mi poemario. Y ese mismo año, comencé con una revista, Cálamo, y en los años sucesivos, en unas salas de informática que abrieron pude diseñar casi todos los números de la revista usando Macs. Aprendí a digitalizar y usar un OCR. Me compré un Classic II, un ordenador por 180000 con su impresora, que pude amortizar por completo en un año, tecleando páginas a 80 pesetas la hoja. El año 94-95 más o menos, me conecté a internet por primera vez y como iba con una amiga que le gustaba mucho la cultura japonesa, estuvimos viendo webs de ese país. Recuerdo que había unas guías de teléfono chuiquitinas donde estaban casi todas las webs que había entonces en todo el mundo.
En el año 98, creé el Grupo entrecomillas y una de las ideas innovadoras que hacíamos era una Lista de Sorprensibles, que contenía los datos de cada persona que quisiera unirse a la lista: nombre completo, dirección, teléfono e email (fueron pocos, pero fueron creciendo…). Se trataba de que nos pudiéramos sorprender de todas las formas posibles: una carta, correo, mensaje de voz en contestador, metiendo algo en el buzón…
En 1999 me puse a trabajar en Alicante en una empresa de traducción que usaba MSDOS y WordPerfect. Yo animé a mi jefe a que utilizara el buscador del Windows 95 para encontrar los textos de las nuevas traducciones que nos enviábamos. Ahorrábamos muchísimo tiempo con esta traducción. Estuve año y medio con ellos, luego llegó el TRADOS, que produjo una reducción drástica en la necesidad de empleados. La esposa del jefe me dio un microcurso de una hora de html y ese mes creé mi primera web, la mirada de la ardilla, alojada en Arrakis.
En el 2000 entré con mis ideas y mi locura creativa en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Creamos El Bibliotecario (que luego fue clonado o inspiró la creación de servicios similares en la Biblioteca Regional de Murcia, el Ministerio de Cultura o en Andalucía), iniciamos las Tertulias Virtuales, un chat en el que entrevistábamos a la gente interesante. Fueron casi 80 tertulias cuyas transcripciones colgamos para ser leídas después. Dimos charlas, cursos para profes, personal bibliotecarios, en ferias, congresos…
Diseñamos un plan de usabilidad junto con el Colegio Espíritu Santo de la ONCE de Alicante en el año 2001. Me sorprende que hoy en LinkedIN todo el mundo es experto en usabilidad desde los años 80. Entonces nadie sabía lo que era, en fin. Desarrollamos nuestro plan y adaptamos los contenidos para que fueran accesibles. Una pena que ya ano importen ni los tiempos de carga ni el peso de las imágenes, etc. Hoy muchas webs con una conexión lenta son un castigo y eso que esas webs tienen en nómina expertos en usabilidad, en fin…
He ayudado a profes, trabajadores, desempleados/as, personal bibliotecario, escritores, emprendedores, etc. a usar internet para que su vida sea mejor y para que sigan mi filosofía de compartir. Con que una de esas personas lo haya seguido haciendo me considero una persona feliz por ello.
Un problema de la transformación digital es la enorme cantidad de ruido que genera. Observar que tipo de rueda va mejor estoy seguro que resultó bastante fácil. Aplicarla al transporte sería más complejo. Curiosamente la observación del buen funcionamiento de este tipo de instrumental no requería de grandes (y «oscuros») conocimientos.
Pero en este mundo digital hay mucho ruido y mucho pescador de río revuelto. Como siempre, el problema básico pasa por el tipo de ser humano que queremos vaya evolucionando.
Como en todo lo referido al ámbito empresarial, me gustaría que el avance digital conlleve un buen trabajo educativo. Viendo como fue desde el artesano medieval hasta el fondo de inversión, no me siento precisamente esperanzado.
Trump, Putin, Xi… son solo la punta del iceberg.
Para mí, Transformación Digital de la Empresa encierra tres términos que se autoexcluyen.
Digital no es una «transformacion»… o se es o no se es. Un madridista no se «transforma» en culé, porque hay cosas que llegan mucho más allá del fútbol y los colores de las camisetas.
Las empresas no se «transforman» en digitales, porque las empresas no son analógicas ni digitales. Lo es el entorno: el ecosistema en el que operan.
Si lo pensamos como Darwin, algunas (pocas… muy pocas) empresas se adaptarán a esos cambios en su entorno. Otras no. Unas y otras… la práctica totalidad fracasarán. A las que lo intentaron sólo les quedará eso como consuelo: haberlo intentado.
La inmensa mayoría de las empresas morirán exactamente igual que nacieron. Serán las empresas que las sustituyan las que nazcan mejor adaptadas a ese entorno digital.
No se trata de sustituir unas herramientas por otras. Tirar los bolis y comprar tablets. Recibir pedidos también por whatsapp… no
Se trata de entender un entorno nuevo… que funciona de otra manera. Y es en ese entorno nuevo donde hay que hacer negocio. Comprar. Vender. Cobrar. Pagar…
No cabe duda que todos las empresas, de la modesta papelería o el bar de la esquina, al mas poderoso banco o compañía aérea, deben dar el salto a la trasformación digital.
Pero mientras que las grandes empresas, en especial las que venden al publico como bancos o compañías aéreas, en su conjunto, ya han dado y bastante bien el salto, aunque aun queden procesos por digitalizar, como puede ser el monedero digital, en los bancos y reservas combinadas de vuelos y otros servicios que puedes necesitar en un viaje de turismo o negocios de entradas a museos o alquiler de vehículos, a salas de coworking, pero son las pequeñas y medianas empresas, las que aun están lejos de digitalizarse y no tanto por falta de dinero para efectuar las inversiones necesarias, como por falta de imaginación para sacar rendimiento a las cosas que podrían conseguir con pequeñas inversiones. y lo que es peor. lo que hacen a veces es mas por el afán de parecer «modernos», aunque no tenga el menor sentido.
He estado en Talavera, y el restaurante Holiwood de un centro comercial, pretendía convencerme de que me bajara su App. ¿Para que puede querer un señor que cae a comer un día por ahí, la app de un restaurante que no esta pensado para dar comida a una clientela fija, como seria un restaurante de comida casera para empleados en un barrio empresarial, sino uno que por su concepción tiene una clientela que sólo va muy esporádicamente. Esto es un tipo de acción destinada a ser parecer «modernos» pero sin que se sepa para que se hace..
La manía de colocarte una App todo bicho viviente, de un sopicaldo, a una compañìa de mudanzas, es absolutamente enfermiza, .
Si, si, es de locos y solo sirve para llenarte el mobil de porquería. No tiene ningún sentido.
El hecho de que nos veamos abocados a una transformación digital es síntoma de evolución.
Nosotros estamos de acuerdo totalmente contigo Enrique.
Saludos
Como todo creo que tiene sus ventajas y desventajas. Yo tengo a mi mujer lejos y gracias a una webcam puedo conectarme y vernos en privado y en directo todos los días. Pero sí que es verdad que se esta perdiendo el contacto físico el hablar cara a cara, ahora es todo a través de chats y un montón de cosas que antes hacíamos y no necesitábamos de la red . Todo avanza a pasos agigantados y es necesario adaptarse a los cambios.