En la columna de ayer (pdf) intenté, no sé con cuanta fortuna, contestar a cierto personaje capaz de decir en un foro público que «al igual que se requiere una licencia para poder conducir, se necesite una identificación especial para navegar por la red».
El artículo, por razones de espacio, fue levemente recortado. El texto original que envié es el siguiente:
Aquí vale todo
Hoy he decidido hacerme rico. Desde la ventana de mi despacho veo la calle María de Molina, una céntrica avenida madrileña con un elevado nivel de tráfico. He pensado que en lo sucesivo, todo aquel que pase por María de Molina deberá, en primer lugar, identificarse. Estoy harto de ver pasar gente que me distrae, y que encima lo hacen desde el más impune anonimato. De hecho, algunos pasan hablando en voz alta o haciendo sonar la bocina de sus coches, cosa que me desconcentra un montón. Por tanto, mi siguiente actuación será bajarme a la calle, y tras la pertinente identificación de los transeúntes, exigirles el pago de un canon por uso de la calle, para compensar las pérdidas de concentración que su actividad me ocasiona. ¿Por qué razón iba mi labor investigadora y docente a contar con una protección menor que la frívola actividad de un cantante? Además, dispondré que automovilistas paguen más que peatones, mujeres más que hombres, y rubias más que morenas (dicen que distraen más).
Obviamente, la situación detallada en el párrafo anterior carece de toda lógica, atenta contra cualquier tipo de sentido común, es patentemente absurda y simplemente ridícula. Primero, porque la calle no es mía. Y segundo, porque los transeúntes no pueden considerarse responsables de manera indiscriminada de un presunto perjuicio en mi estado de concentración, aunque se pudiese demostrar palmariamente dicho perjuicio. Y sin embargo, ayer, en una conferencia pública, una persona abogó por el establecimiento de un «carné de conducir para navegar por Internet» con el fin de erradicar el anonimato. Y ese mismo día, presentó un escrito firmado por ciento catorce organizaciones defendiendo la remuneración por copia privada como «una cuestión de justicia». También tendría bemoles que unas organizaciones que viven de la remuneración por copia privada no firmasen el escrito. Perdónenme, pero tomar en consideración un escrito que hace gala de tamaña «objetividad» es algo que no se le ocurre ni al que asó la manteca. Contra sus ciento catorce firmas, tengo yo varias decenas de millones que opinan justamente lo contrario. Hasta el Senado me da la razón.
Y yo observo maravillado y aprendo, claro. Ante sus ojos, es facilísimo. Primero obligamos a los internautas a identificarse. Después pedimos a sus proveedores de acceso a Internet la lista de qué ha hecho cada uno, y según por dónde hayan navegado y qué se hayan descargado, que nos paguen religiosamente. Es necesario compensar a los cantantes por esas pérdidas (que, por cierto, no han ocurrido… el sector ganó el pasado año mucho más que el anterior).
Estamos en un momento efervescente en cuanto a desarrollo tecnológico. La tecnología y la imaginación humana dan voz a las personas, crean foros de información y discusión, proporcionan medios de difusión cultural de eficiencia nunca antes imaginada, posibilitan formas de interacción de enorme riqueza, desarrollan oportunidades de negocio de inusitada diversidad… y todo lo que propone este señor es que no innovemos y sigamos pasando por caja. Por su caja.
Aquí vale todo. Si alguien pide que todos circulemos con las manos en la nuca y el carné en la boca, aquí no pasa nada. Si pide que le paguen por usar CD, DVD, silbar una tonada o cantar en la ducha, también, ¿por qué no? Incluso puede pedir que paguemos «por si acaso» cantamos en la ducha, aunque en realidad no lo hayamos hecho. Aquí no se escandaliza nadie. Pidamos, pidamos, que la ocasión la pinta Calvo. Aquí vale todo.
Algunas veces me pregunto si estos tipos (sociedades de gestión y demases) son unos ignorantes o simplemente se lo hacen. Aunque lo más probable, es que las dos premisas anteriores sean ciertas y no excluyentes.
Si fueran ignorantes no habrían dado los pasos que han dado.
Sr.Enrique enhorabuena por ese artículo. Se puede decir más alto, pero nos mas claro.
Genial lo del canon por si acaso cantamos en la ducha. Son tan esperpénticas ciertas pretensiones que la mejor manera de responderlas es con una buena dosis de humor. Intentar comparar la navegación por internet con la conducción de vehículos a motor, actividad reglamentada por su evidente riesgo para la vida propia y la de terceros, es de cretinos.
Genial Enrique.
A mí también me gusta usar el método de reducción al absurdo. Creo que es muy comprensible, aunque suele chocar con lo políticamente correcto.
Te agradezco que seas tan claro y defiendas con tanta inteligencia y cordura lo que otros no hacen y debieran hacer.
Ojalá y el «suceso» del Senado no se quede en simple anécdota.
Aceptamos cerebro como dispositivo de almacenaje de material protegido? Nos impondrán un cánon cada vez que en Valencia pensemos en «Paquito el Chocolatero»?
Un abrazo y enhorabuena por el artículo
Qué tal Enrique
Me ha gustado lo de la pinta Calvo (Dixit). Lo que es curioso es que en el Senado ganó la proposición anti-canon por un «error» de un senador socialista. El caso es que todo el mundo está en contra del canon: el PP que permitió su instauración, IU que no sabe a qué palo quedarse, por no parecer derechista y el PSOE porque está atenazado por la SGAE.
Los intereses políticos mandan sobre los cívicos. Nada nuevo.
Muy bien. ¿Pero «levemente» recortado? Je, je.. más espacio te tendrían q dar.
Un saludo.