La idea de los efectos imprevistos es algo que me ha fascinado siempre en innovación: cada vez que el contexto cambia, los distintos actores que actúan en él tienden a reorganizar sus papeles y su forma de actuar para tratar de adaptarse a esos cambios, a menudo dando lugar a nuevos comportamientos que podían ser los esperados, pero también a otros completamente imprevistos.
La llegada del streaming a la música, y el caso de Spotify en particular, es un caso muy interesante en este sentido: lo que se esperaba que fuese simplemente un nuevo canal de distribución sencillo y conveniente que alejase a los usuarios de la tentación de las descargas irregulares está también provocando numerosos cambios en la música en nuestros días, tales como canciones mayoritariamente más cortas y álbumes con mayor número de canciones.
Spotify fue la reacción de la industria de la música ante la generalización progresiva de las descargas irregulares: dado que el principal atractivo de aquel entorno era la inmediatez en la obtención de la música deseada y la posibilidad de obtener canciones individuales en lugar de tener que adquirir todo un álbum, Spotify planteó una interfaz sencilla y agradable en la que un usuario podía encontrar precisamente eso: un grifo infinito en el que encontrar prácticamente cualquier canción, de manera inmediata, y con un modelo freemium que acomodaba tanto a los que querían música gratis, convenientemente sazonada con una publicidad muy molesta, como a los que preferían pagar una tarifa plana y evitarla.
El modelo funcionó sobre todo para las discográficas, accionistas de la compañía y que venían de un momento de cuestionamiento brutal en el que se habían convertido definitivamente en los malos de la película. De hecho, funcionó tan bien, que les permitió mantener o incluso incrementar sus ingresos, a costa de seguir manteniendo a la mayoría de artistas en una situación precaria. El modelo de Spotify da lugar a una distribución intensamente sesgada en favor de unos pocos artistas, los verdaderos beneficiados por sus algoritmos de recomendación. Frente a las cifras de la compañía, que afirman que más de trece mil artistas obtienen al menos 50,000 dólares en royalties anuales, otros datos dicen que tan solo treinta y tres artistas llegan a romper la barreras de los cincuenta millones de oyentes mensuales, lo que da lugar a una «realeza» acomodada a la que es casi imposible acceder, frente a una amplísima base que ve la música reducida a algo casi vocacional, pero difícilmente un modo de vida.
Otros afirman que el modelo de inventario infinito y algoritmo de recomendación es un enfoque utilitarista, pero que no fomenta el amor por la música. Pero lo que sí está claro es que ha cumplido su función: alejar a los consumidores de la tentación de obtener su música mediante descargas irregulares.
Al tiempo, algunas características de Spotify han provocado efectos inesperados: el hecho de que una canción no cuente para los ingresos de un artista hasta que se hayan reproducido treinta segundos de la misma está generando que las canciones, ahora, adelanten sus estribillos y sus partes más atractivas para situarlas al principio, eviten introducciones largas y hagan canciones generalmente más cortas que maximicen el número de escuchas. Del mismo modo, y dado que los fans de un artista suelen escuchar sus nuevos discos enteros las primeras veces, poner en el mercado un disco con un número de canciones mayor supone automáticamente más ingresos y resulta más atractivo.
También tiene lugar un fenómeno mayor de polinización cruzada: dado que incluir artistas de otros géneros abre el mercado potencial, es habitual que veamos a algunos artistas poner en el mercado una canción en la que colaboran con un artista que apela a audiencias diferentes: estrellas del pop anglosajón que incluyen colaboraciones con artistas latinos, con raperos o con otros géneros musicales, a menudo después de haber lanzado una versión que carecía de esas colaboraciones.
Todo sistema de gestión genera unos incentivos buscados, que son aquellos que justificaron su desarrollo, pero es susceptible de dar lugar a otros incentivos inesperados, en algunos casos no deseados, que surgen de la interpretación que los participantes hacen a la hora de maximizar sus rendimientos. La cuestión es bien conocida en gestión empresarial, en donde existen numerosos ejemplos, y lógicamente, el mundo de la música no iba a estar al margen. De hecho, ya no lo estaba anteriormente: durante mucho tiempo, la duración de las canciones y el número que había en un disco estuvieron determinadas, simplemente, por las limitaciones de capacidad del soporte.
Ahora, cuando escuches música, ya sabes que algunas de sus características habrán sido determinadas no por la inspiración de quien las compuso o las interpreta, sino por las características del canal por el que llegan hasta ti. Un tipo de efectos que existen en toda innovación, y que siempre debemos intentar tener en cuenta o, como mínimo, detectar lo antes posible por si requieren la introducción de mecanismos de corrección.
This article is also available in English on my Medium page, «What Spotify tells us about the unintended effects of innovation»
«Ahora, cuando escuches música, ya sabes que algunas de sus características habrán sido determinadas no por la inspiración de quien las compuso o las interpreta, sino por las características del canal por el que llegan hasta ti. Un tipo de efectos que existen en toda innovación, y que siempre debemos intentar tener en cuenta o, como mínimo, detectar lo antes posible por si requieren la introducción de mecanismos de corrección.»
Muy bien… tenemos al artista A (que me gusta mucho) que hace una colaboracion con el artista B (que no me importa un pedo).
Ahora se, que no lo ha hecho «por experimentar» o probar con nuevos generos, sino por la pasta (porque es eso, no?)
Que mecanismo de correccion hay que aplicarle?
Dejar de comprar su musica?
Apalearlo en una esquina para que no se desvie de lo suyo?
Un artista, puede (y debe) hacer con su musica lo que le apetezca (otra cosa es que la discografica «le obligue» a pasar por el aro).
Caso aparte, seria aplicar la «correccion» al medio, en este caso Spotify, y dejar de utilizarlo en pos de los medios tradicionales (vinilo, cd), ante el empeño de sus «recomendaciones».
Nada que no ocurra desde hace muchos años en la FM, donde durante dos meses, vas a escuchar hasta el hastio, las mismas 40 canciones que estan en promocion las 24h del dia.
La «correccion»…??? Dejar de escuchar la radio.
No, no me refiero a las correcciones que lleves a cabo tú como oyente, tú no has tenido intervención en el desarrollo del sistema creado por Spotify. Me refiero a posibles correcciones en la forma en que Spotify calcula la remuneración de los artistas, para evitar que generen efectos inesperados…
Hombre, si el producto no me convence, dejare de usarlo. Si eso ocurre en masa, el producto se tendra que autoregular.
Es decir, nuestra aportacion sera decisiva. Si esperamos a que ellos se autoregulen, ya sabemos como acaba eso… XDD
En tanto a los artistas. Desconozco hasta que punto son ellos mismos o sus discograficas, quienes deciden el canal de comunicacion (me temo que son las ultimas).
En los 80 hubo un surgir de discograficas independientes precisamente para luchar contra las BIG. Lastima que con el tiempo se vendieron todas…
Me estaba preguntando por qué tantas canciones que escuchaba ahora no llegaban apenas a los 2:30 cuando yo prefería los tracks de 7 minutos :-)
Pues es curioso que un solo canal (digital) pueda redefinir los géneros y la estructura de la canción. Habrá quienes se plieguen a este modelo y quienes no.
Lo que debería hacer Spotify/Apple Music/Amazon Prime Music/Google Music es pagar a los artistas por minutos escuchados, no por tracks.
Lo otro que no entiendo es que Netflix y Disney cuesten 6.99€ o 11.99€ y que Spotify valga lo mismo cuando el coste de su ancho de banda (con Opus) sea una o dos magnitudes inferior. 1 minuto de 4k@60fps son 750MB mientras que para Spotify 128kpbs@Opus son como 1MB. Y sin embargo las de video son rentables y Spotify siempre está asfixiado. ¿Por qué?
¿Qué buena pregunta?
Sin entrar en si es mejor un mp3 a 128 o un Opus a 64 (que daria para larga discusion)
Se me ocurren dos factores:
a) la cantidad de servidores y ancho de banda contratados.
b) que el tajo que pretendan llevarse las discograficas sea la parte mayor del pastel.
No hay que olvidar que Disney produce sus contenidos y Spotify usa los de terceros…
Lo reconozco… es una opinion de cuñao de bar. :P
Mejor la opinión de cuñado de bar que ninguna. Me resulta triste que la joya de la corona de las tecnológicas europeas esté sufriendo tanto para seguir a flote… cuando sus gastos operativos debería ser mínimos.
@Lua: Opus 64 no crees que ganaría es audiciones a ciegas vs. mp3 @ 128?
Se me paso el comentario :P
Si y no. Al menos en las pruebas que hice en su momento (FLAC -> mp3/Opus, WAV->mp3/Opus) a igual codificador (y codificación) yo si notaba diferencias. No hay que olvidar que ambos son compresores a perdida.
Pero el matiz estaba en lo que estaba escuchando.
Me explico: canciones de Metal, Hard Rock, etc no lo notaba. La estridencia instrumental y vocal, enmascaraba la posible perdida. Me sonaban igual ambos formatos.
Sin embargo, con música mas “sinfónica” (Pink Floyd, Tangerine Dreams, etc) y si, también con música clásica, los matices si se notan. Hay que decir también que hay que estar atento para percibirlo y por supuesto, reproducirlo en un buen equipo. En condiciones “normales” (coche, movil o pc), supongo que dependerá del oído de cada cual.
Las fuentes de difusión incontrolada de música o información, siguen siendo el esquema de Los 40 Principales, pero sin el toque humano (?) de los locutores, que peleaban por mudar en una especie de «algoritmo» humano tan monocorde, que acaban por hacer bueno a un algoritmo bien programado.
Tanto Youtube como Spotify, son canales que, sin los filtros necesarios, acaban haciendo del producto una variante de hilo musical. Al que , por cierto (como casi todo), se suele despreciar más de lo que se merece. Y por lo mismo, por falta de filtros mentales. A fin de cuentas el fenómeno DJ es una muestra más de como los algoritmos no tienen mucho que aprender de los seres humanos «adocenados». Y, al revés, explica el miedo que aquellos provocan en estes.
Esta ausencia de filtros también se daba en los «musicologistas», que trataban de «estar a la última», incluso en la llamada música clásica. Podían presumir de una aria, como ahora presumen de la última de la Taylor. Eso sí, tenían algo más de capacidad expresiva, para informarte de su pasión. Aún no llegara el lenguaje perruno de las interjecciones y los emoticonos. Yo, hasta echo de menos su toque algo barroco.
Mecanismos de corrección usados por mi parte:
1. No usar Spotify, usar Tidal u otro servicio de streaming no tan masivo.
2. No usar el algoritmo en la medida de lo posible e importar listas de amigos o webs conocidas para escuchar la musica que me puede gustar.
3. Seguir descargando musica en FLAC con mi ipod nano de 8 Gb que aun funciona, para saber apreciar la escucha de musica.
4. Huir de artistas que aparecen en entregas de premios de la MTV o que siguen sonando en la arcaica radio formula.
Tidal, Jamendo, Deezer y otras 100 y pico …
Otra cosa seran las ventajas/desventajas de cada cual.
Spoty simplemente se puso de moda y la gente se engancho, como a FB, IG o WA…
El medio es el mensaje
Tenemos por una parte la tremenda facilidad para producir musica de modo individual que ahora se acrecentará exponencialmente con la IA generativa aplicada a la composición.
Es decir, van a ser millones los productores musicales lo que hará que la oferta sea tan descomunal que la demanda que no quiere perder el tiempo en buscar musica a su gusto se atenga a los artistas que mas venden dejando a millones de artistas , y muchos de ellos buenos artistas, sin modo de profesionalizarse.
Aunque siempre les quedará ilusión de que una canción se viralice como sucedió con Quevedo, es decir, uno entre un millón.
Una de las soluciones para que esos artistas minoritarios puedan al menos sacar para gastos es que cambie la remuneración.
No se puede pagar lo mismo a los artistas por canción escuchada. Si yo pago una cuota de 10 euros y escucho, por ejemplo, a dos artistas minoritarios casi exclusivamente y escucho treinta canciones al mes, esos diez euros se deberían repartir entre las treinta canciones que he escuchado y no que paguen lo mismo por cancion que otro que por el mismo precio ha escuchado mil canciones de artistas consagrados.
Me estoy acordando algo que Enrique decia varios años atras, respecto a que Internet en varios aspectos favorecia la visibilidad de la cola larga, que los medios tradicionales solo nos dejaban ver lo que estaba adelante, y que se abria una posibilidad para que la cola larga tuviera llegada entre sus potenciales interesados.
Al final con esto de los algoritmos todo eso quedo en la nada, con Youtubers jugando a optimizar para el algoritmo, haciendose autocensura de terminos y cosas asi para seguir siendo los recomendados frente al resto, por eso lo que se comenta de Spotify es otra iteración en el mismo sentido, reiterar siempre alrededor de una minoria en lugar de ampliar el espectro, nada ha cambiado en el fondo…
Buenas
No sé qué nivel de responsabilidad de esas evoluciones un tanto «rarunas» de algunas tendencias musicales empiezan a ser ya más consecuencia de TikTok que de Spotify porque me da que la cantidad de «gentecilla» que utiliza ese canal como reproductor de música (además de como «descubridor», como en su día hicimos muchos con Spotify) no para de crecer.
No se lo he escuchado aún a ningún adolescente, pero cuando veo cómo explican por qué y cómo usan TikTok para el tema musical, me viene a la mente una variación del «yo uso Instagram porque Facebook es de viejos»: «yo uso TikTok porque Spotify es de viejos».
Un saludo
– Oye Pepe, ¿te acuerdas de la cadena «X» que hace 30 años solo ponían música para viejos?
– ¡Claro que sí! ¡Qué anticuados eran!
– Pues ahora ponen música muy buena.
Ja, ja, ja, ja,…