Con la temporada turística en pleno apogeo en España y con hordas de visitantes desesperados poseídos por el frenesí de más de dos años sin vacaciones, muchas ciudades comienzan a reflexionar sobre el modelo turístico, la invasión masiva de visitantes – con todo lo que conlleva de presión sobre las infraestructuras – y sobre lo que puede derivarse de un fenómeno muy reciente, el del teletrabajo.
España, Italia y otros países europeos comienzan a competir de manera cada vez más agresiva para intentar atraer no a los turistas, sino a los trabajadores que pueden plantearse un cambio de residencia. Un modelo muchísimo más sostenible para una Europa con buena conectividad y pocas barreras, el de las personas que establecen su residencia de forma temporal o permanente, que necesitan servicios de conectividad pero también de muchísimos otros elementos necesarios en la vida cotidiana, y que se estima aportan a la economía local un gasto tres veces más grande que el del turista medio.
La pandemia dejó claro para muchísimos trabajadores que el trabajo distribuido era una opción perfectamente válida. De hecho, frente a empresas que tratan de mantener su control y su micromanagement y obligar a los trabajadores a volver a las oficinas, cada vez son más las compañías que se encuentran con auténticos motines de personas que constatan que pueden ser igual o más productivos desde sus casas y que amenazan, por la solidez de sus argumentos, con convertirse en tendencia.
Ciudades en todo tipo de entornos que dinamizan su marketing, sus requisitos legales y su oferta de servicios para atraer a un nuevo perfil de trabajadores distribuidos, que se plantean lugares en los que encontrar un mejor balance entre vida profesional y personal, al hilo de compañías que flexibilizan sus políticas de trabajo remoto para evitar fugas masivas de talento y de un entorno legal cada vez más proclive a ese tipo de acuerdos. Entre hordas de turistas que permanecen unos pocos días e imponen una fuerte presión sobre unas ciudades habitualmente dimensionadas para un número mucho menor de visitantes, y un modelo de residente mucho más concienciado con la sostenibilidad, que acomete gastos de establecimiento y, a partir de ahí, se incorpora a una vida cotidiana a la que, además, aporta diversidad, la elección parece clara.
Obviamente, no todo es de color de rosa y siempre surgen problemas de algún tipo, pero para toda una generación, el concepto de trabajo es, cada vez más, algo independiente del lugar, lo que les permite escoger dónde quieren vivir en función de muchos parámetros que nada tienen que ver con la proximidad a una oficina determinada, y sí con un estilo de vida. Por otro lado, es evidente que por mucho que hayas disfrutado un determinado lugar cuando lo conociste de vacaciones, convertirte en residente, sea temporal o permanente, es una cuestión completamente diferente, y trae consigo otro tipo de desafíos, desde el conocer el lugar fuera de la temporada turística, hasta simplemente superar la burocracia necesaria para poder establecerse o mantener una relación laboral con una compañía situada en otro país.
De una u otra manera, un estilo de vida que antes se consideraba simplemente una extravagancia, parece destinado a convertirse en una opción realista y planteable para cada vez más personas. Que los destinos turísticos sepan entenderlo, interiorizarlo y plantear una oferta adecuada es simplemente una cuestión de empatía y de tiempo.
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Todo esto tiene mucho que ver con el precio de la vivienda, absolutamente imposible en las grandes ciudades. No entiendo cómo no hay iniciativas de creación de mini ciudades con servicios comunes y vivienda a precios razonables, en torno a los 100.000 euros con entornos cuidados, zonas verdes, gimnasio, zona de mascotas, garaje para reparaciones, energía solar, y un largo etcétera. Actualmente los precios baratos suelen coincider con zonas marginales o degradadas socialmente por decirlo suave. He visto modelos así en Estados Unidos, pero en caro. No sé si sería viable la verdad.
Trabajo 100% remoto desde el Covid. Si nada te ata, se puede vivir por poco dinero bastante bien en la.costa del azahar, costa blanca o costa trpical, que aun son adsequibles con precios por debajo de los 100k para pisos.
Probad en Motril/Velilla-Taramay, Peñíscola/Vinaroz y seguramente os sorprendan.
Yo acabo de comprar en la Axarquía un piso de 115m por menos de 90k en la calle principal del pueblo, con Digi de 1Gbit por 30e/mes.
Vamos, no hay comparación con Madrid
La cosa va de gustos y yo soy en esencia urbanita. Estoy en un pueblo de costa del Cantábrico, donde tengo segunda vivienda y vengo todos los años, porque hace fresquito y se está muy bien. Pero no me quedaría aquí después de Septiembre, ni por asomo, ¡¡¡ Vaya muermo !!!.
Hay muchos jubilados que entre otras cosas, para ahorrar, se viene a residir España,. Por la Costa del Sol son legión, Es otro tipo de turismo, que existe desde hace años también en Alfaz del Pi, (Alicante), hay un pueblo tomado por los noruegos que trabajan en el Mar del Norte, Son refugiados económicos, huyen de Hacienda Noruega.
Realmente el turismo sólo beneficia a unos pocos: hostelería, constructoras y cadenas comerciales.
Para el resto son pisos y alquileres prohibitivos, ruidos y molestias, trabajos mal pagados y malas condiciones de trabajo.
a la vista del enorme interés despertado, me atrevo a sugerir la novela / ensayo » gran hotel Europa » de Ilja Leonard Pfeijffer. No es un tema menor, por lo que respecta a Europa es un tema capital. Nuestro futuro es vender nuestro pasado. Después de Disneyland solo seremos un gran parque temático, otro sitio donde hacerse » selfies».