Cuanto más pasa el tiempo desde que terminó la época de los confinamientos y del trabajo distribuido obligatorio, más me voy dando cuenta de hasta qué punto estamos pecando de falta de ambición y de visión en este tema.
Cada vez son más las compañías que pretenden retornar a cómo se trabajaba antes de la pandemia, creyendo erróneamente en el mito de que verse físicamente supone algún tipo de ventaja de cara al trabajo y, supuestamente, al desarrollo de la innovación corporativa. Con ello, generan en muchos casos la alienación de unos trabajadores que, en algunos casos, llevaban ya más de dos años aprendiendo a desarrollar de manera óptima su trabajo desde sus casas o desde otros sitios, y que en muchos casos, acostumbrados ya a rendir más y mejor en esas condiciones, no querían simplemente volver al mundo del atasco y de la oficina.
Mientras muchas compañías persisten en su cultura del control e incluso pretenden instalar el llamado bossware en los ordenadores de los empleados que trabajan de forma distribuida para extender ese control a cuando no están a la vista, algunas otras, desgraciadamente una minoría, están dándose cuenta de que obligar a sus empleados a volver a la oficina es un error, y de que la innovación tiene en realidad muy poca relación con el contacto físico, y tiene mucho más que ver con la capacidad de dedicar tiempo a ella. Si saturas de trabajo a tus empleados, tus empleados adoptarán un mecanismo de supervivencia: se dedicarán a ello, y desconectarán en cuanto lo terminen, un efecto mucho más marcado si, además, pretendes ligarlo con unas horas concretas. La innovación no se produce de 9 a 5, y creer que unos trabajadores obligados a permanecer en un sitio determinado ese horario van a ser más innovadores que otros que trabajan desde donde quieren y en una cultura de confianza es, sencillamente, una estupidez.
¿Quieres construir o reforzar una cultura innovadora? Pues déjate de mitos absurdos sobre la presencialidad y empieza a pensar de forma más evolucionada. Algunas de las compañías más innovadoras del mundo dan absoluta libertad a sus empleados sobre dónde y cómo quieren trabajar, y no están mentalmente enajenadas: simplemente funciona. La innovación se produce, en primer lugar, cuando los trabajadores hacen su trabajo a gusto, desde donde quieren y como quieren, no cuando pretendes encerrarla como en un taller de la época de la Revolución Industrial. Innovar no tiene nada que ver con gastar dinero en futbolines, en grifos de cerveza o en sillones de masaje. Es el producto de una cultura. Y si quieres obtener esa cultura, la filosofía del control simplemente no funciona. Sometido a una cultura basada en el control, un trabajador no innova: solo hace su trabajo, sin más.
El problema está, como decía, en la falta de ambición. Muchos directivos siguen viendo la videoconferencia y las herramientas de trabajo asíncrono como los documentos compartidos, los sistemas de mensajería y otras, como un «problema de la pandemia», y eso supone una fortísima limitación. Simplemente, no fueron capaces de aprender a usar esas herramientas durante el tiempo que lo intentaron, y se limitaron a intentar hacer lo mismo que hacían sin ellas. Por supuesto, una receta para el desastre. ¿Quieres innovar? Pues no te limites. Las herramientas disponibles permiten no solo innovar, sino crear relaciones fuertes y muy productivas entre las personas de la organización, siempre que lo hagas de la manera adecuada.
En primer lugar, tienes que conseguir que tus trabajadores utilicen esas herramientas bien. Una videoconferencia no es aparecer en pantalla con aspecto patibulario, con una pared detrás y con los bordes desenfocados patéticamente mientras se genera una aureola a tu alrededor cada vez que te mueves. Eso es, a estas alturas, simplemente imperdonable, my refleja un nivel de dejación y de desinterés alucinante. A poco que hayas hecho reuniones distribuidas, deberías haber aprendido a iluminarte en condiciones, a manejar una cámara virtual, a ponerte una cámara, un segundo monitor y un micrófono decentes, y a utilizar una pantalla verde – como mínimo. Mis videoconferencias del principio de la pandemia no se parecían en nada a las que hago ahora, y sobre todo, he conseguido una cosa: encontrarme comodísimo cuando las hago.
De hecho, ahora se produce una paradoja: soy más productivo en una reunión en videoconferencia que en una presencial. Tengo acceso a más materiales, puedo mostrarlos más fácilmente y de manera más cómoda que si estoy con esas personas en la misma habitación, y además, la reunión tiende a durar menos. El cambio es enorme… pero la gran mayoría de las personas con las que me reúno, con algunas honrosas excepciones, siguen teniendo el patético aspecto de quien carece de ambición en ese sentido. Su forma de reunirse no ha cambiado nada desde el principio de la pandemia.
Hay personas de compañías innovadoras que, simplemente, no conocen físicamente a sus compañeros o a su jefe. Y no pasa nada. Na-da. Trabajan perfectamente desde donde quieren, son más felices, tienen reuniones perfectamente productivas e innovan. Yo mismo trabajo con varias personas a las que nunca he visto en persona, y sin embargo tengo una relación profesional perfectamente completa con ellas, siento que las conozco, hablamos en muchas ocasiones de temas que no son estrictamente de trabajo, nos contamos chistes, nos reímos, nos relajamos y nos sentimos a gusto trabajando. Pensar que eso es imposible es, simplemente, falta de ambición. Mitificar el contacto físico solo refleja una cosa: que algunos pobres jefecillos sienten que cuando los trabajadores no están en el mismo lugar físico que ellos, no los pueden controlar.
¿Quieres innovar? Enseña a las personas a trabajar cómodamente desde donde quieran. Abandona la cultura de control y sustitúyela por una basada en la confianza. La innovación requiere eso, confianza, diversidad de experiencias y visiones, y se enriquece con las herramientas y las actitudes adecuadas. Si no sabes hacerlo o no lo entiendes, deja paso a alguien que lo haga, porque tu insistencia en la vuelta a la oficina a trabajar como antes va a provocar a tu compañía mucho más mal que bien. Pronto, serás una «compañía del pasado», que cada vez menos personas cualificadas encontrarán atractiva para trabajar. Y de algo así, del empobrecimiento progresivo que supone quedarse solo con los trabajadores que se conforman y no tienen la ambición de hacer mejor las cosas, no puede salir nada bueno.
Hemos tenido dos años para aprender, pero muchos directivos no han sabido hacerlo. Peor para ellos. A medida que maduren las generaciones más jóvenes, que entienden el trabajo de otra manera, se convertirán en dinosaurios – si es que no lo son ya – y se extinguirán. Y en muchos casos, sus compañías con ellos.
This article is also available in English on my Medium page, «Distributed work, myths about innovation and a lack of ambition«
Cuando un cliente me pregunta que cuánto cobro por hora, siempre digo lo mismo: esa pregunta no tiene sentido en mi trabajo. Yo a veces trabajo mientras me ducho, monto en bicicleta o incluso durmiendo.
Yo no vendo mi tiempo, yo resuelvo problemas y cobro por implementar la solución.
Hoy día hay muchos trabajos como el mío. El rato que estamos delante del ordenador no es más que el proceso de trasladar lo que ya está solucionado en nuestras cabezas a un soporte digital. ¿Para que quieres que vaya a ninguna oficina?
Como bien dice LUIS se trabaja mientras se ducha y eso no puede entrar en tarifa alguna. Pero no en todos los trabajos, se sigue dándole vueltas una vez acabada la jornada laboral
De todas formas hay tendencia (como no) a dispararse hacia los lados del propio pie. Porque los senadores romanos podían resolver pequeños conflicto (los grandes eran asunto de legiones), en la sauna romana, privada o pública. Y así muchos más métodos de confluencia.
Pero todo depende del grado de confianza que se tenga con los interlocutores.
Yo no podía confiar en mis compañeros de claustro, simplemente porque ni siquiera estaban mirando de frente y solían atender a pequeñas minucias, totalmente ajenas al motivo de la discusión. Así que, por qué me iba a fiar de su imagen, tan estática (y «perdida») en una pantalla como en presencial? Para colmo, tan poco llena de interactividad comunicativa, como denuncia el propio Enrique.
Aun a riesgo de discrepar con vosotros, he de decir que yo no lo tengo tan claro.
Soy una persona digamos muy teckie desde hace muchos años. Siempre he estado familiarizado con cualquier ambito de teletrabajo, herramientas digitales y procesos que aumentan la eficiencia.
Asimismo hace años me hice emprendedor, monte mi propia empresa y he intentado mantener una cultura de trabajo por objetivos y «cero facetime» desde su fundación.
Como buena empresa SaaS e innovadora, nos organizamos en menos de 24h cuando llego la pandemia y trabajamos muy bien y crecimos mucho.
Pero analizando los cinco primeros años de mi empresa, soy un gran fan del trabajo flexible, pero creo (o al menos en mi experiencia), que hay determinadas situaciones, procesos, toma de decisiones, etc que combinando un trabajo flexible con algo de trabajo presencial, tienen una productividad maxima, mayor que un trabajo 100% remoto.
Y por ello soy algo esceptico sobre un trabajo 100% flexible. O al menos en mi empresa
Es que “flexible first” no quiere decir “flexible only”. De hecho, la gente de Automattic, por ejemplo, montan una o dos macro-reuniones al año para verse, relacionarse y disfrutas juntos. Y en muchas otras compañías, rehacen sus oficinas para reconvertirlas en sitios de reunión informal, con más pinta de cafetería o de pub que de oficina…
Sí, pero la parte presencial -que convengo eventualmente necesaria- debe ser flexible, es decir, no tasada en horas de duración ni basada en horarios de presencia. Muchas empresas y, claro, Administraciones públicas, han establecido días de presencia obligatoria en horario completo, de forma que uno tiene que acudir a la oficina, pongamos por caso, martes y jueves de 8 a 3,30. Con lo que la mayoría se pasan dos días semanales haciendo estúpidamente en la oficina lo mismo que harían en casa. ¿Y qué pasa si es necesario ir a la oficina en miércoles, no ocho horas sino las dos o tres necesarias para una reunión (con sus prolegómenos y sus consecuentes)? No se trata de estar a favor de la presencialidad o de la distancialidad, sino, sencillamente, establecer un sistema flexible: hay quien puede no necesitar aparecer por la oficina en dos meses pero luego haber de tirarse allí diez horas diarias durante dos semanas por imperativos de su propio trabajo (no de su empresario: de su trabajo).
Una lanza en favor del trabajo presencial.
Hay quién se adapta al teletrabajo y quién funciona mejor en la oficina, ambas situaciones son perfectamente respetables, eso no es de ahora, ya existía antes de la pandemia, solo que a los que trabajaban en casa se les denominaban autónomos o freelancers y no estaban en nómina.
No todo son ventajas en el teletrabajo, el intercambio informal de contactos en el ambiente laboral es sumamente productivo mientras que la soledad en casa es mala compañera en la jornada laboral.
Sin contar con la dificultad que presentan las viviendas española a la hora de crear un ambiente de trabajo cómodo, el simple hecho de ocultar el fondo en las teleconferencias obliga a recurrir a soluciones artificiosas como la pantalla verde que usa Enrique.
Bajar a tomar un café con los compañeros, incluso con los de otros departamentos, no es lo mismo que hacerlo frente a una webcam. Sin contar que pocas veces vas a ver compañeros de otros departamentos en la multiconferencia con lo que se pierde lo que ese contacto aporta.
Típico del empresauriado casposo de este país y de muchos otros. Y excuso decir cuando en el ámbito público se aplica la parte necia de sus normas.
Cuando entré en la función pública -de la Generalitat- teníamos horario de mañana y tarde sí o sí. La teoría de Pujol era que cuantas más horas estuviera abierta la tienda, más clientela acudiría. Fue inútil explicarle que la jornada partida fastidiaba la productividad y que la Administración pública no es una tienda, la gente no va a comprar: va a cumplir obligaciones, ya que no le queda otro remedio, o a pedir dinero, favores, permisos y sinecuras diversas ídem: porque no le queda otra. Eso aparte, la inmensa mayoría de los ciudadanos tenía metabolizado que la Administración -así, en general- funcionaba de 8 a 3, con lo que había quien acudía a las 8 y se encontraba con que no había nadie, que las dependencias estaban cerradas; y quien llegaba a las 2 y veía que todo el mundo se iba a almorzar en tromba (el horario era obligatorio de 9 a 2 y había que hacer 2,30 horas en régimen de flexibilidad entre las 3 y las 7) con lo cual, encima, pagábamos el cabreo ciudadano los funcionarios. Tardamos veinte años en convencerle de que eso era una patochada. Era para verlo: las unidades de atención al público se pasaban las tardes durmiendo (metafóricamente hablando, aunque no descarto yo que algún caso…) y las unidades que no se dedicaban a la atención al público tenían frecuentes problemas de coordinación porque nunca se sabía a qué hora llegaba o a qué hora se iba determinado fulano/a.
Y esa es una de las pocas cosas de las que puedo hablar. Si el deber -ético o jurídico- de sigilo no me obligara a tener la boca cerrada, podría explicar cosas que ríete tú de las naves en llamas más allá de Orión.
Me has hecho largar una carcajada con tu último párrafo, con la referencia a Blade Runner. Gracias.
Yo me veo obligado «por decreto» a acudir dos mañanas a la semana a la oficina de mi cliente, y aunque no me disgusta del todo, preferiría ser yo el que decida si quiero ir más o menos días según mi estado o la época del año. La única vez que le he visto un valor añadido fue la pasada semana en una reunión presencial que se convocó explícitamente presencial para una discusión técnica delante de una pizarra donde se pudiera «pintar». Yo ya sospechaba desde que empezó la pandemia que ese era el único escenario en el que para mí era superior la presencia física al teletrabajo. También me veo obligado (por mi empresa) a enviar diariamente un «parte de trabajo» en Excel con lo que he hecho en el día (que me podría inventar), a pesar de que mi cliente no lo necesita y confía plenamente en lo que hago sin esos controles, pero pagan justos por pecadores (que también los hay y en los que no se puede confiar al parecer). La clave, como indica Enrique, es la confianza (y no defraudar, claro).
Por lo demás, como ha comentado Luis, y a mí también me pasa, pienso y se me ocurren ideas mucho más fuera de la oficina o de mi mesa de trabajo en casa (paseando, por ejemplo) que delante del ordenador (que es donde las implemento o las comparto por videoconferencia).
¿El teletrabajo es posible? Por supuesto, pero se trata de «otro trabajo» no simplemente de otra forma de trabajar. ¿Es el futuro? Probablemente, pero serán otro tipo de empresas, otro tipo de relaciones, otro tipo de vida.
Un siglo tras Taylor, el taylorismo (y sus avatares) sigue siendo dominando, así que antes que la sociedad cambie mayoritariamente al teletrabajo, pasará mucha agua bajo los puentes.
No es mío, es de otro contertulio, MICHEL HENRIC-COLL, pero yo lo suscribo
Gracias ;-)
Yo destacaría la palabra FLEXIBILIDAD.
En mi caso, salvo las clases, puedo trabajar desde casa o la universidad indistintamente. Creo y utilizo el trabajo colaborativo con herramientas que creo adecuadas.
Sin embargo, ahora prácticamente cada dia me desplazo a la universidad a trabajar como antes de la pandemia sin que nadie me lo haya pedido. Pero me concentro mejor, tengo la sensación de «estar trabajando» (aunque desde casa hacia lo mismo) y separo mejor vida familiar y profesional, pues identifico mi casa como zona de relax y el despacho como zona de trabajo. Supongo que es una cuestión mental o psicológica y que , en ese aspecto, cada persona es un mundo.
También es cierto que sólo tengo 20 minutos de recorrido y al ir con VE con carga gratuita no gasto un duro en combustible (si no otro gallo cantaría..).
Lo que quiero decir con esto, es que ni el teletrabajo es ideal para todos ni el presencial es imprescindible. Dar la oportunidad a «autoregularse», como comentas en el artículo, es la solución óptima. Y, como también mencionas, la empresa debe confiar en que buscarás la mejor manera de ser productivo con esa FLEXIBILIDAD que te otorgan.
Se consiguen más contratos y contactos con el cliente en una comida o un café que en mil Teams. Y eso es así. Con fondo verde o sin él
¿Y qué te impide comer con el cliente si trabajas desde tu casa? ¿O es que solo comes en la oficina? Yo llevo años trabajando desde casa, y eso no me da ningún problema para comer con clientes , no entiendo la relación…
La comida con el cliente es sólo un ejemplo de que, a la hora de la verdad, prima el contacto y el trato presencial. Mucha afinidad se consigue en charlas informales que no se pueden dar en remoto (nadie queda con nadie para tomar un café por Teams).
Como digo, es un ejemplo aplicable a muchas más situaciones en las que los resultados no se circunscriben únicamente a lo que haces delante del ordenador sino a las relaciones interpersonales. Y esas relaciones interpersonales, que considero imprescindibles, creo que se pierden con el trabajo remoto.
Trabajo en una empresa relativamente grande. A pesar de su tamaño, antes conocías a casi todo el mundo. Oías una conversación informa entre un grupo y te metías en ella con naturalidad. O a la hora de comer compartías mesa con otros departamentos. Se forjaban lazos que no creo que el trabajo remoto pueda forjar.
Saludos
Saludos
Javier, creo que en parte tienes algo de razón, pero lo único que olvidas es que de manera virtual muchas veces puedes relacionarte con gente que de otra manera jamás hubieras conocido o con personas con las que, sencillamente, resulta prácticamente imposible encontrar un día y una hora para tomar un café o con parientes y viejos amigos que viven actualmente muy lejos de tu ciudad.
Esto que dices, Enrique, lo he vivido en primera persona durante la pandemia. Seguro que habrá quien lo crea poco óptimo por no haberlo experimentado directamente, pero, entre otros lugares, trabajo como docente en dos centros de educación popular que quedan en dos ciudades alemanas a las que no he ido nunca y todo funciona bastante bien. Me contrataron por videoconferencia/teléfono, el contacto se realiza casi siempre por correo electrónico, las clases las doy por Zoom (algo que en Alemania no siempre es posible) y hay una total confianza en el trabajo que realizo. Y todo esto de parte de dos instituciones que antes de la pandemia realizaban sus actividades de modo exclusivamente presencial.
En general, se podría decir que cuando el jefe ha aprendido a moverse con soltura en el mundo virtual que se impuso durante la pandemia, las probabilidadees de que se sigan aprovechando las virtudes del trabajo a distancia son altas. Si, por el contrario, el jefe no logró nunca acoplarse a lo digital, el regreso total a lo presencial está prácticamente garantizado.
Por otro lado, si bien comparto el entusiasmo por las clases virtuales y, en general, por el teletrabajo, es claro que esto es algo que no resulta necesariamente conveniente en todos los ámbitos. La gente de menos de 16 años, por ejemplo, aprende más fácilmente de manera presencial, muchas tareas relacionadas con la elaboración de productos solo pueden realizarse dentro de una fábrica y también es claro que la socialización es una de las cuestiones que no han sido completamente resueltas en el formato virtual. Además, si la única actividad física que tenía la persona era ir al trabajo y regresar del mismo, es claro que quien labora desde su hogar debería encontrar nuevas formas de mantener su cuerpo en movimiento, para no caer en un sedentarismo extremo.
Enhorabuena por este fantástico artículo Enrique. Como siempre, es muy instructivo, refleja tu devoción por la tecnología y está perfectamente argumentado con tu propia experiencia personal.
No puedo estar más de acuerdo con la necesidad de cambiar la forma en la que trabajamos para poder favorecer la innovación, tan necesaria para todas las organizaciones. Por ello debemos diseñar entornos de trabajo donde pongamos a disposición de los usuarios todas las herramientas necesarias, en las mejores condiciones para utilizarlas.
Soy de los que creen que la presencia física favorece la rapidez en la toma de decisiones, fomenta el pensamiento crítico, facilita la socialización e impulsa el aprendizaje, características imprescindibles para consolidar la innovación.
Curiosamente, ahora mismo, la conexión física en el trabajo (o en la Universidad) es especialmente valorada por los miembros más jóvenes de nuestra sociedad, puesto que proporciona un impulso clave en su desarrollo social y profesional.
Las oficinas de antes son como las “ciudades dormitorio”, elementos del pasado que irán evolucionando hacia vecindarios híbridos, con comunidades vibrantes y dinámicas llenas de vitalidad y energía capaces de adaptarse y cambiar con las nuevas necesidades.