Mi columna de esta semana en Invertia se titula «Cómo va a cambiar el centro de la ciudad» (pdf), y habla de las experiencias de ciudades norteamericanas como San Francisco, Nueva York o Chicago, cuyos centros se están viendo sometidos a fuertes cambios debido a la evolución del trabajo en oficina tras la pandemia.
Los Estados Unidos son, en ese sentido, un país en el que estos cambios se están viendo de manera mucho más activa, al combinar un mercado de trabajo muy flexible y activo con una pandemia que ha llevado a que aún muchas compañías no hayan siquiera tratado de volver a los hábitos anteriores de trabajo en la oficina.
La evolución de las ciudades en torno a un centro en el que tienden a agruparse grandes edificios de oficinas ha dado lugar, a lo largo del tiempo, al desarrollo de servicios asociados con esa migración diaria de trabajadores de lunes a viernes. Tras más de dos años de pandemia, son cada vez más los trabajadores que, aunque en muchos casos no pretendan trabajar completamente en modo distribuido, sí buscan modelos de flexibilidad mucho más abiertos, que convierten el esquema tradicional de oficina en completamente obsoleto.
En muchas ciudades, de hecho, habíamos vivido un modelo opuesto: muchas compañías, ante la dificultad de situarse en un centro de la ciudad colapsado y muy caro, desplazaban sus oficinas al extrarradio, dando así lugar a presiones de desplazamientos diarios opuestos, y a accesos a las ciudades que se colapsaban a determinadas horas. ¿Qué ocurre con todos esos modelos cuando los hábitos de trabajo evolucionan y se vuelven progresivamente más líquidos, más híbridos y más flexibles?
Para muchas compañías, esto supone la necesidad de rediseñar sus oficinas siguiendo modelos que tienden a inspirarse en los llamados third places, sitios que no son ni el hogar ni la oficina tradicional, sino entornos del tipo cafetería con espacio para trabajar, biblioteca, campus o coworking en los que se fomentan ambientes propicios para la comunicación y el desarrollo de comunidad, ya que el trabajo que requiere específicamente concentración y aislamiento pasa a llevarse a cabo, siguiendo las experiencias de los períodos de confinamiento debidos a la pandemia, en el domicilio.
Esos modelos híbridos de trabajo están determinando, además, que vivir en el centro de las ciudades pase a tener, para muchos trabajadores que antes valoraban la conveniencia de vivir cerca de sus lugares de trabajo, un atractivo mucho menor. El resultado es que, en muchos casos, esos trabajadores se desplazan a zonas en las que el mismo dinero puede permitirles vivir en propiedades más grandes o con más comodidades, que se compensan además con una menor frecuencia de desplazamiento a unas oficinas que, además, se han quedado en muchos casos vacías, porque las nuevas necesidades determinan un dimensionamiento sensiblemente menor: menos trabajadores concurrentes, en torno a menos espacios exclusivos.
¿Qué hacer con todos esos edificios de oficinas vacíos? Adaptar los centros de las ciudades a las nuevas dinámicas de trabajo exige mucho más que simplemente pedir a las compañías que obliguen a sus trabajadores a volver a las oficinas: va a necesitar cambios, muchos de los cuales son difíciles de imaginar, para que esos centros recuperen la vitalidad económica en función de unos hábitos ahora diferentes. Más flexibilidad en los usos del espacio, en la remodelación de oficinas para dedicarlas a otros usos, o en la apuesta por dinámicas que no estén condicionadas al cada vez más obsoleto horario de oficina. Las compañías que lo entiendan, seguro que sabrán cómo obtener beneficios de esos cambios.
This article is also available in English on my Medium page, «Who will be first to take advantage of the changes sweeping through the inner city?»
Yo lo que espero es que esto no termine como Detroit…
En Europa tenemos la suerte de que el centro de las ciudades se puede peatonalizar y convertir en espacios verdes sin que eso suponga una merma de ingresos. Más bien al revés, el centro puede ser un vivero de bares, consultorios, cafeterías, showrooms y demás.
En USA/Canadá hablamos de sociedades altamente motorizadas y bajamente peatonales. Me acuerdo que tanto a mí como a mi hermano nos han dado el alto en Chicago por estar paseando por el centro en vez de ir en coche. No sé si esto pueda ser salvable o si USA dejará los centros de las ciudades para los indigentes y se irán todos al extrarradio.
Mi idea de negocio para USA sería centros de coworking pequeños en esos barrios del extrarradio, para aquellos que quieran un ambiente de trabajo sin tener que renunciar a su casa cerca. Con lo mal que va el internet en algunos suburbios creo que será una genialidad.
Como era poco cómodo vivir en una ciudad dormitorio, es justo que democraticemos el problema y trabajemos por hacer insufrible vivir en el centro, así todos contentos.
Pero, ¿dónde están los datos de esa tendencia?
¿Quién se va a meter dos horas de viajes todos los días para hacer «trabajo híbrido», si el commuting era precisamente lo que se quería evitar?
Los centros de la ciudades son como el Bitcoin, se encarecen en el mercado, como «inversión», pero nadie quiere vivir en el núcleo de una ciudad si tiene familia.
Y eso es lo que sucede en San Francisco.
Lo que es ridículo es que me salga más barato un apartamento en New York, que en un casco antiguo tan deteriorado como el de Madrid.
Si los sueldos medios (mediana) están descendiendo – al mismo ritmo que aumenta el salario mínimo – y no hay una economía productiva que soporte ese coste de la vivienda, la tendencia es claramente diferente a la que anuncian.
Adam Neumann debe estar retorciéndose en su tumba.
–
Me hace gracia lo del «third place». En su momento, hace ya más de una década, un buen amigo mío estaba cursando un máster en IESE.
Le tocó estudiar el tema del éxito de «Starbucks», especialmente en EEUU. Y la idea fundamental era que los americanos no tenían un «third place». Solo tenían oficinas (trabajo) y casa (home). Y Starbucks, con sus grandes mesas donde poner el portátil, la posibilidad de mover sillas alrededor de mesitas, etc, permitía tener un «tercer lugar» donde quedar.
Por una vez, los españoles nos habíamos adelantado: Nuestro «third place» siempre había existido y se llamaba BAR! (En sus diferentes vertientes, desde el típico bar de tapas, a la cafetería o a la «granja»).
Es por ese motivo que «Starbucks» no tiene el arraigo en España que si tiene en otros paises. Aquí sus clientes principales (al menos en Barcelona) son los turistas (especialmente los americanos)…
Muy bien dicho, el trabajo híbrido es estar en casita, reuniones internas con videoconferencia y reuniones externas en un buen restaurante.
No hace falta inventar palabros.
Tienes toda la razón si la oficina va a ser una cafetería ¿Por qué no quedar los empleados en la cafetería que les quede mas cómoda a los que tienen que reunirse?.
El problema real en España , no se en Nueva York, es que las empresas están abriendo oficinas en las quimbambas, por ejemplo en la Carretera de la Coruña, a 15 Km del centro de Madrid, pero SIN PARKING, y los empleados que tienen que ir a trabajar a ellos, que si no todos, son la mayoría, tiene que ir en coche privado, porque ir allí, desde sus ciudades dormitorios en transporte público, es imposible, (vive en una urbanización de Alcobendas y trabaja en Boadilla veras lo que es bueno), pero cuando llegan, no saben donde dejar su coche.
Me cuesta ver el valor o utilidad de un centro de una ciudad en el que ya predominan las grandes cadenas para el ocio, que en estos espacios se reduce a la moda y la restauración.
Porque seamos sinceros, ¿un madrileño cuantas veces va a un museo o teatro? ¿Tres o cuatro veces al año?
Si tenemos en un centro comercial lo mismo que en el centro, sumando un acceso sencillo en coche y aparcamiento en la misma puerta, ¿quién va al centro? Pues los que viven en el centro, y encima estamos diciendo que la gente se quiere marchar porque tienen más comodidades en otros lugares.
El dilema lo veo claro, o te conviertes en un verdadero casco histórico en el que pasar el sábado y al que se puede llegar en quince minutos sin hacer tres trasbordos y sudando como el que hace una maratón en agosto o lo apuestas todo al turismo de más o menos calidad.
PD: Parece que en Madrid ya nadie quiere vivir en el centro, porque el 26% de la población del distrito Centro ya es inmigrante.
En mi país, situado en América Latina, la mayoría de trabajadores prefieren la oficina para el trabajo y no hacerlo desde casa. Creo que la razón principal es la comodidad: 1) aire acondicionado (casi nadie tiene en casa), 2) espacio para trabajar (casas pequeñas sin espacio solo para trabajo); además del hecho de que al estar en casa el empleador espera que trabajemos a cualquier hora.
Se nota la herencia cultural común. En España es prácticamente lo mismo…
Toda esta tendencia de trasladarse a vivir desde el centro a los suburbios va a recibir su complemento perfecto cuando llegue el coche autónomo , que va a posibilitar una reducción del parque automovilístico muy considerable, además de la coordinación entre vehículos, para optimizar la fluidez del trafico, lo que eliminará la única desventaja que es el tiempo que se tarda en desplazarse del centro a las áreas residenciales.
No hace falta el coche autonomo (ni compartido)…
Ya hace años que decidi abandonar Barcelona y vivir en el extraradio (en varias poblaciones)… y mi calidad de vida aumento considerablemente… el teletrabajo (cuando lo tengo) lo acentua…
Lo que hace falta es un transporte publico (como digo siempre) Eficiente y Economico… precisamente algo, por lo que nadie esta por la labor…
Todo lo que se hace, son CHAPUZAS, como la ZBE. Con un buen transporte, la gente deja el coche en casa.
Y estas cosas (para los visionarios) no ayudan… XDD
Starlink sube 140€ el precio del kit de antena necesario para conectarse al servicio
Detecto en Enrique una cierta tendencia a señalar a los Estados Unidos como precursores de todo; y frecuentemente es cierto: es el país referente en Occidente y tiene una capacidad brutal para exportar/imponer su cultura a los demás países del mundo occidental (y hasta del otro, si se me apura).
Pero en lo referente a los modos laborales y empresariales, esa tendencia de Enrique se cae. Las relaciones laborales en Europa -y más aún en España- son completamente distintas de las norteamericanas, no sólo en el marco regulatorio -que también- sino en el propio ámbito intelectual de la relación del trabajador con el empresario, de la diferencia -que la hay, y mucha- entre un autónomo y un emprendedor (el primero es esencialmente un trabajador y el segundo básicamente un empresario, aunque en determinados momentos ambos puedan adoptar una misma morfología jurídico-laboral).
Y no. Dejando aparte todo lo que muy acertadamente se ha dicho de la diferencia en los usos del espacio público que se hace en Europa -y especial y particularísimamente en sus países latinos- la propia relación entre trabajadores y empresarios hace que sea muy difícilmente extrapolable lo que allí sucede -en materia de usos, de sociología- a lo que pueda suceder aquí. En este ámbito, Nueva York no es -y a corto y medio plazo, va a seguir sin ser- precursora de nada en el ámbito de los usos y hábitos laborales más allá de las fronteras norteamericanas y de otros países -muy pocos- sobre los que pueda influir en este específico campo.
Y, para muestra, la realidad: recordemos que, a los pocos meses de declarada la pandemia, echamos -me incluyo- las campanas al vuelo pensando que el teletrabajo se había impuesto como fórmula definitiva y que el mundo oficinístico no volvería a ser igual. Pues bien, un simple vistazo a esa realidad nos muestra palpablemente que de eso nada, que a las primeras de cambio se ha regresado a la oficina y que las fórmulas -por demás estúpidas- de dos o tres días a la semana en modo presencial y otros dos o tres en modo teletrabajo, no son más que una transición clara hacia la vuelta a la antigua normalidad y una circunstancia provisional para torear los efectos, aún patentes y con ciertas posibilidades de resurgir, de la pandemia.