Un interesante artículo en The Next Web, «Employees hate their commute, not the office» , basado en un reciente estudio de Hubble, hace referencia a un problema que sin duda, muchos conocerán muy bien: el que el mayor problema del trabajo no sea la oficina en sí ni la permanencia en ella, sino la necesidad de tener que llegar todos los días hasta ella. El llamado commuting o migración pendular, que engloba el desplazamiento entre el hogar y el trabajo, sea en vehículo propio o en transporte público, pero que invariablemente, dada la organización actual de nuestras sociedades, tiende a coincidir con miles de otras personas queriendo hacer exactamente lo mismo y saturando las vías y los medios de comunicación.
La situación actual varía bastante en función de los países. En los Estados Unidos, por ejemplo, la fuerte litigiosidad imperante en la sociedad y la posibilidad de que un empleado denuncie a su compañía si considera que se ha contagiado debido al trabajo en la oficina conlleva que muchos empleadores hayan prolongado el trabajo desde casa desde prácticamente el inicio de la pandemia, lo que hace que los empleados de muchas compañías empiecen ya a plantearse que estas condiciones lleguen ya a los dos años, con la dificultad que supone tratar de volver a cambiar estos comportamientos cuando ya se han convertido en hábitos.
De hecho, el cambio de hábitos lleva ya, en países con mercados de trabajo razonablemente ágiles, provocando problemas de primer nivel a las compañías: empleados que, dentro de la llamada «Great Resignation» , deciden cambiar de trabajo aprovechando como excusa las pretensiones de sus jefes para que vuelvan a la oficina tras muchos meses de encontrarse a gusto trabajando en casa. Muchos de esos empleados, de hecho, no solo cambian de compañía, sino que se plantean hacerse autónomos o incluso se endeudan para poder plantearse un futuro distinto al que supone un trabajo de 9 a 5 al que decididamente no quieren volver. En una compañía en concreto, Stitch Fix, un tercio de los empleados se despidieron cuando la empresa les comunicó un cambio en las condiciones laborales que eliminaba la flexibilidad horaria. Nunca en la historia hemos vivido un momento como este: dos tercios de los norteamericanos se están planteando cambiar de trabajo, el número de personas que dijo adiós a su trabajo fue de cuatro millones tan solo en abril, y un 41% de los que han estado trabajando de forma distribuida quieren seguir trabajando de esa manera.
¿Qué pueden hacer las compañías para evitar este tipo de problemas? Básicamente, ser más creativas. Tras una pandemia que ha permitido que muchos empleados se den cuenta de que buena parte de su trabajo puede ser llevado a cabo desde su casa, deberíamos plantearnos qué soluciones podemos ofrecerles para evitar que vuelvan a una rutina que, claramente, era la responsable de una buena parte de sus frustraciones. A nadie en su sano juicio le gusta pasar tiempo metido en un atasco o desplazarse en medios de transporte públicos abarrotados que a muchos aún les generan cierto miedo al contagio.
El problema del commuting, en realidad, tiene que ver más con un hábito, el de la definición rígida de la jornada de trabajo, que con el desplazamiento en sí. Por tanto, las soluciones tienen que venir por parte de un estudio pormenorizado de las circunstancias de cada trabajador, incluyendo todas las actividades implicadas – desde la distancia o el trayecto, hasta necesidades como dejar a los niños en el colegio, etc. – que permitan ofrecer una flexibilidad mucho mayor, incluyendo la posibilidad de trabajar desde casa determinadas horas y desplazarse a la oficina de manera más ocasional, o fuera de las horas de más tráfico. La solución adoptada por muchas compañías para tratar de mostrar algo de flexibilidad, designar un número determinado de días para trabajar desde casa y otros en los que es obligatorio estar presente en la oficina, es rígida, absurda, y termina generando frustración derivada de su arbitrariedad. Terminar con el concepto de «café para todos» o de los supuestos «agravios comparativos» resulta fundamental para redefinir las condiciones laborales tras un período en el que hemos redefinido a la fuerza tantas otras cosas. Unos cuantos cambios en la forma de fijar reuniones y sesiones de trabajo en grupo pueden permitir hacer que muchos empleados consigan ganar mucho en flexibilidad.
En una circunstancia en la que muchas rutinas relacionadas con el trabajo se han convertido en hábitos, debemos recurrir a la personalización, a la flexibilidad y a la creatividad. No todos los empleados de una compañía, dada la opción, prefieren trabajar desde su casa: hay circunstancias de todo tipo que hacen que algunos prefieran trabajar en una oficina. Pero seguramente, serán muy pocos los que digan que disfrutan del tiempo de desplazamiento al trabajo. Muchos empleados valiosos pueden ser más productivos y, sobre todo, más felices, si se les otorga confianza y capacidad de gestión sobre el formato de su jornada, en lugar de obligarlos a volver por decreto a los hábitos pre-pandemia o a soluciones rígidas decididas por alguien que no tienen en cuenta sus necesidades o circunstancias. Fundamentalmente, dejar de tratar a los trabajadores como «un recurso más», y tratarlos como lo que realmente son: personas con necesidades y motivaciones diferentes.
This article is also available in English on my Medium page, «The problems of the post-pandemic world of work are going to require creative solutions«
En Norteamérica puede que sea así. Vaya, seguro que lo es: aparte de las fuentes citadas, tú has vivido en ese país y si los datos de esas fuentes no fueran verosímiles en tu vivencia y experiencia, o no habrías redactado este post o lo hubieras hecho de muy otra forma.
Pero no creo que sea esta, en absoluto, la realidad española. Para nada. En un país con un paro endémico y una cultura todavía muy vigente del trabajo fijo (si puede ser, para toda la vida), aquí las cosas no creo que estén funcionando ni que vayan a funcionar a corto y medio plazo como tú describes (y si es a largo, será a muy largo). Ya lo dije hace no muchas semanas: esto del como no me gusta este trabajo o las condiciones que me impones, me voy a otra empresa sólo está al alcance de un grupo reducidísimo de empleados de élite, no para el común de los trabajadores, incluidos muchísimos clase alta.
Aún creo más posible un cierto traspaso al trabajo autónomo que el traspaso a otra empresa (no siendo que el puesto en esa otra empresa se tenga ya asegurado).
Es que la regulación de nuestro mercado laboral conllevaba a ello, quien tiene un contrato indefinido tiende a no soltarlo por los riesgos que supone. Esa sobre protección que pierdes en el nuevo trabajo, ya que es por acumulación, te convierte en esclavo y tragaleras, si encima tienes una tasa de desempleo enorme.
Las nuevas generaciones ya no quieren vivir para trabajar.
Y en España no son una excepción , y aunque tarden un poco mas no pueden ir contra el espíritu de los tiempos.
Muchos de los fondos europeos van a la digitalización empresarial, y eso va a redundar necesariamente en mas posibilidades para el teletrabajo.
No podría estar más de acuerdo. Antes de la pandemia, viviendo a menos de 30 Km de mi puesto de trabajo, en Luxemburgo tardaba en transporte público (en el mejor de los casos) una hora de ida, y otra de vuelta. El problema era (y es) cuando había obras, retrasos, cancelaciones, etc…
Es un infierno al que estaba acostumbrado. En coche no era mejor ya que el tráfico en horas punta podía formarse colas de hasta 10Km.
Desde que trabajo desde casa he ganado en calidad de vida, he recuperado una cantidad de tiempo superior a esas más de dos horas perdidas en el transporte público: tiempo de ocio, tiempo de formación…
Y aunque hay gente que puede concentrarse y ser productivo durante esos viajes, yo no lo era, podía leer, sí, escuchar música, pero no podía concentrarme en estudiar y al llegar a casa, después de todo el día no tenía fuerza ni motivación para hacer algo productivo: necesitaba descansar para al día siguiente volver a empezar y maldecir al CFL por los retrasos y las continuas obras y problemas en Bettembourg.
Enrique, traducir commuting como migración pendular no es lo más adecuado y en esto se equivoca la Wikipedia en español. En todo caso, movilidad pendular podría ser más correcto, ya que la migración pendular suele involucrar el cruce de una frontera.
Con mayor probabilidad, el término commuting podría adaptarse al español no a partir del inglés sino del alemán, idioma en el que existe la palabra Pendeln y otras derivadas de la misma para denominar a las personas que a manera de un péndulo (Pendel) van y regresan regularmente de un trabajo ubicado fuera de su zona de residencia.
Estos términos alemanes ya tienen una traducción al español y solo sería necesaria una ampliación de las respectivas definiciones. Únicamente las traducciones que propongo de Pendler/Pendlerin serían neologismos:
das Pendeln (sustantivo) –> el penduleo
der Pendler / die Pendlerin (sustantivos) –> el penduleador / la penduleadora
pendeln (verbo) –> pendulear
pendelnd (adjetivo) –> pendular
Yo cada día estoy más convencido que la mejor situación de superar esto es adoptar un modelo mixto.
Las empresas tienen que planificarse mejor y concentrar las reuniones en horarios que dejen las horas punta sólo a los que tienen puestos exclusivamente presenciales (Sanitarios, seguridad..etc)
Yo me acabo de jubilar y me he propuesto ser consecuente con algo que toda la vida he reclamado: que los jubilados (y parados y demás) y los activos tengan la misma calidad de servicios, pero en circuitos separados. No es normal que una persona activa esté a las 9 de la mañana haciendo cola para que le hagan una extracción para una analítica y tenga delante media docena de jubilados. En el transporte público igual: me he propuesto no usarlo -salvo casos de una cierta fuerza mayor- antes de las 09:30 y lo menos posible entre las 14:00 y las 16:00. En fin, quien use gimnasios u otras instalaciones públicas, debería tener la misma actitud. Los que podemos programarnos libremente el día, tendríamos que dar prioridad a la gente que no puede hacerlo.
Estoy totalmente de acuerdo. Y por otra parte, incluso opino que determinados servicios deberían ofrecer horarios «a contracorriente» del horario comercial tradicional. Por ejemplo, un banco: Si la oficina es de atención a empresas, lógico que esté operativa en horario comercial. Pero si es de atención a particulares, casi sería más operativo que abriese de 8 a 10 y de 19 a 22h. Casi podrían hacer los 2 servicios (empresarial y particular) con 2 turnos y aprovechando las mismas instalaciones.
Lo mismo, con oficinas de la administración destinadas al particular, sistemáticamente se penaliza al usuario que trabaja en horario de mañana, ya que es la única alternativa que ofrece la administración en su rígido 8 a 3, que para el funcionario estará muy bien, pero para el cliente puede ser una mi. Afortunadamente gracias a la digitalización, cada vez es menos necesario personarse in situ.
Como durante las restricciones en supermercados en el confinamiento de la pandemia, prioridad a ancianos y sanitarios: OK, desde un punto de vista del respeto, vulnerabilidad, agradecimiento, me parece fenomenal. Otra cosa es que yo afortunadamente pude seguir trabajando, y en los pocos minutos que podía destinar a la compra al mediodía me encontraba una cola de ancianos para comprar el pan. ¿Qué han hecho durante toda la mañana fuera de las horas punta?
Aunque no puedo estar mas de acuerdo en lo que se dice, soy bastante pesimista sobre que las cupulas empresariales cambien de mentalidad en este sentido. No a menos que se les oblique o se vean forzadas a ello por razones competitivas.
Desde los poderes públicos, si existiera una reflexión acerca de los costes sociales y medio ambientales de ese «conmuting» bien podria acabar en una regulación al respecto o incluso una imputación de esos costes a las empresas. Pero no confio en que nuestros politicos tengan la visión para ello.
Desde la competitividad, hay motivos para pensar que una organización que permite que sus trabajadores organicen sus vidas como mejor les convenga va a tener una ventaja competitiva a la hora de captar talento; por no hablar del ahorro de costos que podría suponer el no tener que mantener o poder reducir unas costosísimas instalaciones de oficinas. Puede que por ahí venga el cambio.