La captura, almacenamiento y utilización de dióxido de carbono (CCUS), bien en su modalidad de procesamiento directo de emisiones de instalaciones industriales o en la de captura directa del aire, está recibiendo una atención mediática cada vez más importante: tecnologías para llevar a cabo esa captura existen desde hace ya muchos años, lo cual no las exime, lógicamente, de ser mejoradas con otras metodologías, pero faltaba el elemento fundamental: el incentivo económico.
La subida de los precios por tonelada capturada de dióxido de carbono está empezando a convertir la alternativa de capturar dióxido de carbono en un posible modelo de negocio, con todo lo que ello puede conllevar de positivo y negativo. Se estima que hasta el 90% del dióxido de carbono producido en elevadas concentraciones en instalaciones industriales puede ser capturado mediante metodologías relativamente sencillas, además de porcentajes menores cuando lo capturamos directa de la atmósfera, en donde el dióxido de carbono está, lógicamente, mucho menos concentrado. Tras su captura, hay que plantear su almacenamiento, que no es sencillo y exige contar con lugares adecuados para hacerlo sin comprometer la estabilidad sísmica del territorio, o su utilización en industrias de diversos tipos, como los materiales de construcción.
La evolución de los precios por tonelada de dióxido de carbono está llevando a que veamos cada vez más proyectos e instalaciones dedicadas a su captura en lugares diversos, incluso en capas altas de la atmósfera. Sin embargo, plantear la captura de dióxido de carbono como solución a la emergencia climática es una peligrosa falacia, que bajo ningún concepto debería convertirse en una excusa para continuar con nuestro ritmo de emisiones. Tenemos tecnologías adecuadas para ello, pero la cantidad de dióxido de carbono capturada frente a nuestras emisiones ha sido históricamente bajísima, un auténtico error de redondeo. Elevar su magnitud hasta el punto en que la tecnología tenga sentido tanto económicamente como desde el punto de vista ecológico exige la construcción de muchas más instalaciones, y el desarrollo de un mercado que tiene que ir más allá de la mera venta de certificados a quienes quieran seguir emitiendo, para convertirlo en una verdadera moneda con valor intrínseco, en una forma de invertir en la viabilidad de la vida humana en el planeta, y con procesos que puedan ser llevados a cabo y convenientemente auditados por cualquiera, incluido un simple agricultor que decida utilizar determinados métodos de cultivo.
Una idea, por tanto, viable a partir del momento en que podamos vincular el precio de la tonelada de dióxido de carbono a un fondo que permita pagar por ello no simplemente como excusa para que alguien pague y pueda emitir otra tonelada de dióxido de carbono (por mucho que vaya siendo cada vez más caro), sino como planteamiento sostenible en sí mismo. Todos los escenarios de futuro contemplan el uso de este tipo de tecnologías como forma de tratar de equilibrar el balance de emisiones, ahora solo falta que, además, lo planteemos con la mentalidad adecuada.
This article was also published in English on Forbes, «Why carbon dioxide capture could be a profitable business«
Resulta normal que se busquen todas las alternativas de secuestro de carbono ante los precios actuales. No mencionas la captura de carbono realizada por algunos sistemas naturales. En el caso forestal, desde el siglo pasado se sabe que es una ayuda, pero nunca la solución, aunque hoy en día algunos intenten vender lo contrario. Y lo del fondo, perfecto… pero también debería favorecer a esos sistemas naturales. Aquí en España conviene recordar que las tierras forestales capturan, más o menos el 10% de las emisiones anuales que se producen… a coste cero. Es decir, que los propietarios no reciben un euro al respecto. Un cordial saludo
La ecuación es fácil, si con lo que hay se captura el 10% de lo emitido, multipliquemos el terreno forestal por 10 y se captura todo lo que se emite.
Para el CO2 nada mejor que un poco de meditación
Tradicionalmente para capturar el Dioxido de Carbono se ha utilizado la fotosíntesis, o el proceso metabólico por el que las plantas verdes convierten sustancias inorgánicas (dióxido de carbono y agua) en sustancias orgánicas (hidratos de carbono) desprendiendo oxígeno, y lo hacen aprovechando la energía de la luz solar.
Basta acumular los materiales resultantes y no dejarlos descomponerse-
Interesante punto de vista sobre ese papel, que algunos tecnólogos desaforados pretenden hacerle cumplir a la «pobre» tecnología.
Como ya pasó con la energía nuclear, parece imposible erradicar el tipo de «pensamiento» científico, real o supuesto, que introduce avances tecnológicos, que tiene efectos colaterales mucho más desastrosos que los entuertos quijotescos que intenta resolver.
Ya lo decía un tal Jesucristo, cuando para combatir el pecado del ser humano, denunciaba que no había posibles no pecadores, y no por justificar el pecado, si no para evitar precisamente que se siguiera pecando.
El científico resabido tenía que aprender algo del Cristo precrucificado.
Aunque habiendo políticos capaces de negar la realidad (científica) del Amazonas (leído hoy mismo), ¿para que nos vamos a preocupar de las lecciones positivas, que llevan dando algunas religiones y, sobre todo, la ciencia?
Y seguimos exprimiendo al usuario que no quiere o no puede renunciar a su confort. Ni el precio ni las consecuencias le hacen desistir de su consumismo.
Una pregunta, quién va a pagar la tan cacareada “transición energética “, las utilities?
Los euros no crecen en los árboles, es la nómina de los que tienen empleo. Antes se pagaba la generación, luego generación+sistema (transporte, distribución, ..), pronto (generación+sistema+emisiones, ..), … ese paraíso idílico renovable no es tal, será una nueva factura gigante a pagar por todos.
A seguir currando que alguien tiene que pagar la fiesta.