La cuarentena, sin duda, está siendo dura. Una alumna norteamericana del IE lo describe muy bien y con una perspectiva bicultural sumamente interesante en un artículo en Gizmodo, «What It’s Like to Be Sick and in Quarantine at the Epicenter of Spain’s Coronavirus Outbreak«, cuya lectura me parece verdaderamente recomendable.
Pero con el crecimiento de las cifras de infectados en evolución descendente debido a esas duras medidas de confinamiento, algunos países como España empiezan, a pesar de la gravedad de la situación y de la baja fiabilidad de los modelos estadísticos utilizados, a plantearse la vuelta a la normalidad: el confinamiento puede funcionar para detener temporalmente la expansión de una enfermedad, pero obviamente, no puede mantenerse indefinidamente. La actividad económica y la normalidad, con mayores o menores variaciones, debe reanudarse.
A falta de una vacuna – que en caso de aparecer, debería someterse a criterios de distribución razonables, globales y equitativos – y un tratamiento para la enfermedad verdaderamente efectivo, y ante las dificultades de muchos países para contar con pruebas diagnósticas fiables, las medidas de confinamiento han sido la única manera de contener a un virus con una capacidad infecciosa muy rápida y elevada. Pero del mismo modo que en la primera fase de la pandemia habría sido fundamental contar con una gran capacidad para diagnosticar a la población, ahora, de cara al final de esta fase, esas pruebas diagnósticas vuelven a serlo. Frente a los primeros tests desplegados, que utilizaban generalmente frotis nasales para identificar material genético del virus y que tomaban un cierto tiempo en su procesamiento, surgió una segunda vía, la identificación de anticuerpos en sangre, menos fiable a la hora de saber si una persona había contraído la infección, pero sí para comprobar si la había tenido, y de manera, además, mucho más rápida.
El funcionamiento de estos tests es, por tanto, radicalmente diferente: mientras en un test de detección del virus el resultado que esperas es el negativo, en un test de detección de anticuerpos en sangre lo que razonablemente esperas es que salga positivo, dado que el contar con anticuerpos implica haber pasado la infección y haber obtenido, por tanto, una cierta inmunidad ante la misma. Hablamos de tests muy diferentes, y de ahí la gran confusión generada en torno a los mismos. Pero en cualquier caso, la polémica sobre este tipo de tests ha sido abundante: empresas dudosas que afirman tener autorizaciones que no tienen, otras que sí son capaces de obtenerlas, abundantes dudas sobre la fiabilidad de los resultados cuando las personas pueden haber desarrollado anticuerpos para otras variedades de coronavirus diferentes (un simple catarro, por ejemplo)… claramente, las cosas en torno al tema no son tan sencillas como algunos pensaban.
Sin embargo, cada vez más países parecen pensar que este tipo de tests podrían jugar un papel muy importante a la hora de poner de nuevo la economía en marcha tras el parón: tanto Alemania como el Reino Unido hablan de la posibilidad e expedir pasaportes o brazaletes a las personas que posean anticuerpos contra la enfermedad, lo que hipotéticamente permitiría a esas personas abandonar tranquilamente la cuarentena y reincorporarse a la sociedad y a las tareas productivas.
De nuevo, la cuestión sigue sin ser sencilla. En primer lugar, porque partimos de una identificación no del todo fiable que podría redundar en nuevas infecciones en personas erróneamente identificadas como inmunes por haber pasado, por ejemplo, un simple catarro. Esas personas, además, deberían contar con un entrenamiento básico en rutinas de desinfección para evitar que se convirtiesen en transmisores de la enfermedad, y habría que tomar decisiones sobre las funciones que deberían desarrollar de cara a optimizar el funcionamiento de la economía. ¿Es tan sencillo como que cada uno retorne a su puesto de trabajo, o deberíamos pensar en soluciones creativas que apelan casi a la épica, como el ejército de CoronaCorps que describe Wired, que pretende aprovechar a esas personas para llevar a cabo los servicios más básicos y fundamentales para la sociedad?
Otros, como The Guardian, opinan que la idea de los pasaportes no es adecuada, y se inclinan en su lugar por apps que permitan, con las adecuadas garantías de privacidad (algo que los expertos en privacidad ven razonablemente posible), un control de los movimientos de las personas infectadas, una idea que ha sido puesta en práctica por países como China, aunque con no pocos problemas.
Conviene ir pensando en lo que nos vamos a encontrar cuando las medidas de confinamiento comiencen a relajarse. Si, llevados por la priorización de la economía a toda costa, lo hacemos demasiado temprano, podría ser un error muy importante que nos llevase a nuevos brotes de la enfermedad. Si no cambiamos muchos de nuestros hábitos de relación e interacción, podría igualmente pasar lo mismo.
Pero además de las acciones directas destinadas a poner de nuevo en marcha la economía, nos encontraremos con otros efectos, posiblemente más leves pero no menos importantes, que nos afectarán de muchísimas maneras: ¿cuánto tardaremos en volver a meternos en un vagón de metro o en un autobús atestados sin pensar que estamos sometiéndonos a un riego terrible? ¿Iremos a grandes superficies y a tiendas con la misma tranquilidad? ¿Nos probaremos una prenda de ropa si sabemos que puede habérsela probado antes una persona infectada? ¿Cuánto tardaremos en volver a mirar a una persona acatarrada sin suspicacia? Y si cada persona con un simple catarro se confina para no alarmar a otros, ¿cómo haremos para que pueda mantener una relación normal con su trabajo, sus estudios o su vida en general? Muchos de los mecanismos que hemos aprendido rápidamente y a la fuerza a poner en marcha, como la enseñanza online, deberán seguir funcionando aunque hayamos vuelto a una relativa normalidad.
Te dediques a lo que te dediques, vete pensando en ello. No va a ser en absoluto trivial.
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Como yo he pasado muchas epidemias, la tosferina el sarampión etc, tengo ideas de las medidas que se tomaban entonces y que perfeccionadas pueden ser útiles actualmente.
Todo se basaba en suponer que nadie tenia interés en mentir si habia pasado la enfermedad o no, algo que al ser epidemias infantiles era cierto, porque los que la pasábamos, no éramos elemento económicos. Ahora no es así y pudiera dar motivos de engaño, por la pura cocicia de la gente.
Entonces salvo los momentos de fiebre, no nos quedábamos en casa, sino que salíamos todos los días al parque
Yo iba al Retiro, y dentro del Retiro, un paseo paralelo a la verja frente a la iglesia de san San Manuel Y San Benito se reservaba para los niños que estaban pasando la enfermedad de turno, tosferina , sarampión,… pues esos eran los que contagiban.
Separado unos 20 metros, habia otro paseo paralelo que se reservaban para los que no se habian contagiado. Y los que habian pasado la enfermedad, podian jugar con uno y con otros niños, pues no la volverían a pasar.
Supono que los, (afortunados), que habian pasado la fiebnre ( y no habian tenido secuelas graves), harian de vectores, pero como todos la teníamos que pasar, pues tampoco importaba mucho.
Volvamos a nusetra epidemia, Todos tenemos cierta idea de si hemos pasado la gripe o no, unos con seguridad y otros probablemente, Mientras no haya pruebas de anticuerpos fiabloes, no lo sabremos nunca con seguridad.
Asi pues podemos dividir la poblacion entres grupos, unos que no la han pasado, otros que la estan pasado y otros que la han pasado, (pero puede ser que aun infecten)
El tercer grupo puede perfectamente ya salir de casa e ir a trabajar, puesto que aun a riesgo de infectar solo se encontraria con gente que ha pasado la enfermedad y ellos están inmunizados.
Los que están en enfermos, que se queden aislados en cas,a, o en el hospital, segun la gravedad, pues esos si que pueden infectar.
Y queda un tercer grupo, los que no la han pasdo, que bajo su resposabilidad, pueden salir a la calle porque estan sanos y no contagiian a nadie y yo creo, que si extreman las medidas de prudencia (higiena, mascarilla, guantes, y sobte todo distancia social), tiene un relativo riesgo de dar con un enfermo porque esos estan aislados y si que pueden encotrarse con un inmunizado, pero podemos tomar una conveccion , por ejemplo que los no inmunizados utilicen mascarilla y una camisa o camiseta blanca atada al cuello a modo de capa.
Cuando uno con mascarilla se cruce con un sin mascarilla, ambos extremaran las precauciones de separase lo mas posible y si se cruzan con otro con mascarilla, pueden simplemnte mantener la distancia social como prevención. Incluso se puede legislar que los inmunizados anden por la acera de los pares y los no inmunizados por la de los impares.
Respecto al ultimo parrafo yo creo que no pasara nada de tiempo antes de que suceda eso: Yo apostaría a que si, por ejemplo, se hubiese levantado la cuarentena el viernes, el finde estarían todos los bares, tiendas, cafeterias, discotecas y cines llenos igual que siempre.
La situación es endiablada:
Por una parte, además de no haber vacuna (ni se espera que haya a corto plazo) el virus es muy contagioso lo cual hace que cualquier «vuelta a la normalidad» sea un gran riesgo para que haya rebrotes.
Por otra parte tanto la paciencia de la gente como la inactividad económica parecen tener un límite que no estamos dispuestos a sobrepasar.
¿Cómo compaginar estos dos hechos? Podemos ir adquiriendo inmunidad de grupo a un ritmo que no sature hospitales, lo cual es fácil de decir pero delicado de implementar y puede llevar mucho tiempo. En cualquier caso nos enfrentamos al dilema salud/economía y tocará sacrificar una de las dos o parte de las dos. Personalmente priorizo la salud pero tendrá que ser una decisión que tomemos como sociedad.
Lo que me parece gravísimo en todo este asunto es cómo se han juntado la desinformación general, la desorientación de los profesionales (infravalorando muchos la situación, empezando por la OMS) y el desmadre de los políticos (cada país tomando distintas medidas y decisiones, improvisando, rectificando…). Me sorprende que no haya un protocolo claro de actuación para estas situaciones.
En el lado positivo, es la primera vez que toda la humanidad lucha contra un enemigo común (¡como si nos hubiesen atacado los extraterrestres!) y todos tenemos «skin in the game» (nos afecta e involucra a todos) lo cual me hace pensar que enseguida encontraremos tratamiento/vacuna para este virus. Además espero que salgamos reforzados para enfrentarnos a una situación similar en el futuro y no se repita tamaña desorganización.