Laszlo Bock es, sin duda, una de esas figuras que tiende a dejar a pocos académicos indiferentes, o al menos a aquellos que somos mínimamente críticos con nuestro trabajo: en sus más de diez años como responsable de gestión de personas en Google, Bock acabó con una de las prácticas que la compañía utilizaba para incorporar talento, basada en requerir a los candidatos unas calificaciones elevadas a lo largo de todo su proceso formativo, y afirmó, tras una serie de rigurosos análisis, que la correlación entre las calificaciones obtenidas y el desempeño profesional era básicamente nula, un ataque a la variable fundamental del proceso educativo ante el que el mundo académico aún no ha sido capaz de reaccionar de una manera concluyente.
Tras abandonar Google y convertirse en autor de un best seller sobre el tema, «Work Rules!«, Bock fundó, con otros dos ex-compañeros de Google, una compañía llamada Humu, dedicada al desarrollo de algoritmos para mejorar la satisfacción de los empleados. Para lograrlo, la compañía se alimenta de datos obtenidos de encuestas internas de satisfacción y clima laboral, identifica aspectos críticos que podrían influenciar positivamente la experiencia de los trabajadores respetando su confidencialidad, y les envía pequeños mensajes (nudges, a modo re recordatorios, «toques» o «empujoncitos») con recomendaciones que podrían poner en práctica para tratar de mejorar su satisfacción o la de las personas que trabajan con ellos. Ante unos datos que revelasen, por ejemplo, frustración por los procesos de toma de decisiones de un departamento, su responsable podría recibir indicaciones para que tratase de implicar más a sus subordinados en dichos procesos, reduciendo así la sensación de arbitrariedad o de oscuridad, y contribuyendo así a un mejor clima laboral.
Los mensajes, generados por algoritmos de machine learning a partir de la información extraída de los empleados, aparecen enviados desde la dirección de uno de los fundadores de Humu, Wayne Crosby, y son un intento de recordar a los trabajadores aspectos que, sin pretender ser obligatorios o coercitivos, podrían incidir en una mayor satisfacción, en una posibilidad mayor de consecución de sus objetivos personales, o en un clima laboral más adecuado.
¿Qué implicaciones tiene poner algoritmos a hacer recomendaciones personalizadas a trabajadores sobre su comportamiento o, en general, sobre su forma de llevar a cabo su trabajo? Los creadores de Humu afirman que con los nudges no se trata de lograr que las personas hagan cosas no quieren hacer o – mucho menos – que puedan llegar a perjudicarles en virtud de un objetivo colectivo determinado, sino simplemente recomendar pequeños cambios que muy posiblemente esas personas considerarían adecuado poner en práctica, pero que no lo hacen por falta de un estímulo o un recordatorio adecuado.
Sin embargo, una cosa son las intenciones iniciales de la herramienta, y otro muy diferente sus consecuencias una vez implementada en empresas y con trabajadores reales. ¿Qué actuación toma la compañía ante una persona que, por ejemplo, hace caso omiso sistemáticamente de los mensajes que le llegan de una herramienta así? ¿Podríamos llegar a calificar a una persona por este comportamiento, a influenciar sus posibilidades de promoción o a impactar su salario? Las reacciones que este tipo de consejos o indicaciones puedan generar en los trabajadores dependerán, muy posiblemente, del tipo de cultura empresarial del que estemos hablando en cada compañía. Que un mensaje así sea visto como una amable sugerencia destinada a la mejora, como una recomendación prácticamente coercitiva o como un intento más o menos soterrado de reducir una posible conflictividad laboral es posible que no dependa tanto de las intenciones de Humu como del entorno o contexto en que tenga lugar en cada caso.
En una época en la que la cultura empresarial y el activismo interno parece estar convirtiéndose en un elemento decisivo de control de la estrategia de las compañías, este tipo de herramientas pueden ser consideradas una forma de cuidar al empleado y de alinear sus objetivos con los de la compañía con un nivel de granularidad y atención prácticamente imposible para directivos humanos, pero también como una manera de intentar poner bajo control o desdramatizar este tipo de dinámicas de protesta.
¿Hasta qué punto pueden este tipo de mecanismos ser vistos o utilizados como una forma de manipulación, como una actuación de un elemento superior, con visión global del entorno al examinar todos los datos generados por todos los trabajadores de la compañía, que trata de influenciar a cada una de sus piezas para la consecución de un objetivo? ¿Quién es susceptible, dadas las condiciones adecuadas, de tener una actuación más coordinada y eficiente para, por ejemplo, reducir la rotación de personal? ¿Un algoritmo de este tipo o un directivo con experiencia? ¿Hablamos de una herramienta analítica más en manos del directivo, o de los inicios de un proceso de sustitución? ¿Podríamos estar vislumbrando una era en la que algo tan inherentemente humano como la gestión de personas pasase a ser, cada vez más, desempeñado por algoritmos?
This article was also published in English on Forbes, «Is using algorithms in human resources a no-brainer, or something more sinister?«
El punto crucial seria la obligatoriedad de obedecer a los «toques» o «empujoncitos».
Esto me suena al típico humo americano de «estamos aqui para ayudarte, incentivarte, etc.» que al menos los europeos no aceptamos de buen grado por no ser parte de nuestra cultura laboral (lo vemos como falsedad e hipocresía). Sólo que en vez de hecho por personas te ponen ahora una IA, con lo que ya ni se molestan en estar pendientes del tema.
Me conozco de buena tinta estos rollos porque trabajo en una multinacional americana donde he vivido reuniones esperpénticas de altos directivos con nosotros los empleados donde el tipo nos animaba a decir en el salón de actos que somos los mejores, etc. Eso puede que funcione al otro lado del charco pero aquí nos mirábamos unos a otros como diciendo… pero qué payasada es esta?
Y recibimos emails donde la compañía muestra su preocupación por nuestro bienestar, si estamos estresados, etc. y nos dirigen a lecturas muy monas tipo autoayuda y consejo. Muy americano todo y muy falso todo.
A mi que me escuchen los problemas y los intenten resolver es lo que me ayuda y que me valoren con el sueldo y menos rollo. Lo haga un jefe o una IA.
Joder. No había caído en la cuenta de que la compañia se llama HUMU, pues eso, humo. Hay veces que eligen nombres que les van que ni al pelo. :)
Como otras palabras extraemos de manipulación reflexiones derivadas en función de lo «manipulado» que ya tenemos el cerebro.
Desde que nacemos estamos manipulados (condicionados). Y el que esté libre que tire la primera piedra (si consigue descubrir donde tiene el primer «chip introducido» por otros).
Así es imposible ponerse de acuerdo con un concepto básico, para la evolución humana (algo diferente de la del resto de animales) como es la palabra educación. Y a partir de eso, ¿como nos pondremos de acuerdo con la «educación logarítmica»?
El programador, como el educador, es un director de sistemas. Desde manipular en sentido zafio a manipular respectando la libertad del educando, va algo más que un parsec (o gigamillones de ellos).
No somos capaces de imaginar que un ser «programado» pueda actuar con eficacia y libertad en su proceso de desarrollo vital (o logarítmico). Y así nos va. Pobre naturaleza y su «procesador» ADN.
No estoy seguro si debo contestar un Amén o un… mande?
Buenas! Aquí Jaír, de EfectiVida.
Está claro que la IA avanza cada día un poquito más. No había reflexionado hasta ahora sobre tener jefes-bots. Así que gracias, una vez más, a este blog, que me hace pensar tempranito en la mañana.
No estoy del todo seguro de por qué, pero no me gusta la idea del “humus” ese. Creo que en la época actual hay al menos dos tipos de trabajos. Unos en los que se requiere iniciativa, y otros en los que se requiere que se haga lo que está protocolado. Por poner un ejemplo, un comercial versus conductor de autobuses.
Para el primer tipo, cada vez más abundante, hace falta contratar a gente que tenga ese tipo de capacidades autónomas, creativos, productivos, que sepan gestionar su tiempo, etc.
Para el segundo tipo de trabajo, hace falta contratar a personas capaces de seguir pautas, de entender protocolos, etc.
El segundo tipo de trabajo va a menos, porque eso lo sabe hacer una máquina, pero mientras sigan existiendo las dos maneras de trabajar, pienso que las empresas deben buscar estos perfiles.
Al mismo tiempo, el conjunto de educadores deberían darse cuenta de la realidad y empezar a enseñar cositas como educación financiera, auto-conocimiento, sistemas de aprovechamiento del tiempo, y todo eso tan poco importante para nuestras vidas.
En resumidas cuentas, creo que es más efectivo empezar por las bases, educando y contratando adecuadamente, y dejarse de mensajitos animadores ninguneando al empleado y rebajándolo al nivel de un algoritmo. Somos más que eso. Que usemos la IA para nuestro beneficio, fantástico, pero usarla para controlar humanos me parece un poco rayar el límite.
Por supuesto, es una opinión más, claro está. Lo que sí puedo decir a mi favor, es que este comentario lo he escrito yo, y no un bot.
Por si interesa, dejo un artículo que publiqué sobre el tema: Cuando un robot aprueba examenes algo anda mal
Un saludito desde las Canarias!
El miedo de los ricos es que les tomen por tontos y el de los mediocres que les manipulen. Lo difícil es cambiar quien no quiere hacerlo.
P.D. La vaca de Jobs se ha quedado sin leche. El futuro es meterte en el bolsillo de 7500 millones de personas.
¿El teléfono monedero?. O bien. una App que abra las cerraduras autorizadas , por reconocimiento facial. Dinero, llaves, cartera y teléfono es lo que llevamos todos en el bolsillo.
Suena interesante lo que hace Humu. Pero lo me más me asombra es cómo se siguen encontrando nichos donde aplicar AI.
Bueno, es una herramienta interesante, sobre todo para las empresas que no tienen buen management de personal o jefes que hacen de jefes y no de líderes. Todo es bienvenido en el mundo profesional para motivar y cumplir objetivos, sin que se convierta en una herramienta de control y presión.
El «tecnomanagement» está muy confundido. Sus gurus y otros responsables se han formado a ciencias adaptadas al mundo inanimado, y no entienden en absoluto que la psicología, y la psicología social en particular, no responde(n) a las mismas verdades.
Estos nudges están condenados a ser ineficientes, la gente no dejamos de adoptar tal o cual comportamiento porque no sabemos que está mal, o por deconocimiento de cual sería otro mejor. Los factores son demasiado variables como para concretarlos aquí.
La motivación humana no forma parte de un conjunto cartesiano, sino de un sistema abierto en el que aparecen permanentemente propiedades emergentes.
El sencillo hecho de introducir nudges ya modifica el sistema, por lo que los algoritmos que los han diseñados ya han quedado obsoletos.
Parece que existe una pugna entre quienes siguen bregando por un Management heredero de la revolución industrial (todo es mensurable, y domeñable mediante lo ‘ingenieril’) y quienes apostamos por una perspectiva que pone los factores humanos en el centro. Este artículo profundiza en la amenaza que suponen estas prácticas orientadas al control y la manipulación. https://elpais.com/internacional/2019/01/04/actualidad/1546602935_606381.amp.html