La privacidad, definida como el ámbito de la vida personal de un individuo que se desarrolla en un espacio reservado, es sin duda uno de los conceptos cuyos límites están en más fuerte evolución en los tiempos que vivimos. Desde las teorías expuestas por Vint Cerf, que la califican de anomalía histórica y la condenan a convertirse en algo cada vez más difícil de obtener, hasta las visiones más radicales que pretenden protegerla hasta límites que imposibilitarían cualquier modelo de negocio basado en su explotación, todo indica que hablamos seguramente de uno de los conceptos sometidos a un debate más fuerte, más o menos sesgado en función de quienes lo propongan.
La administración Trump publicó el mes pasado una propuesta, que probablemente dará forma a la futura legislación que pueda venir en este sentido, en la que aboga por dar a los usuarios más controles sobre la forma en la que sus datos son utilizados por las compañías tecnológicas. La propuesta tiene sentido viniendo de quien viene, el presidente que más bombardea a sus ciudadanos a través de las redes sociales con publicidad microsegmentada, que se beneficia precisamente del hecho de que una compañía ofrezca supuestamente a sus usuarios todas las opciones posibles para tomar decisiones sobre el nivel de privacidad que desean, pero que, a pesar de los sucesivos problemas que experimenta en ese sentido, consigue que sean pocos los que entren a cambiar esas opciones. El caso de Facebook, que parece empeñada en demostrar que si puede acceder y explotar cualquier tipo de dato personal de sus usuarios lo hará con total seguridad, es paradigmático: si hace algunos días hablábamos la presentación de su nuevo dispositivo enfocado a videoconferencias, Facebook Portal, y de las garantías de la compañía de no utilizarlo para captar datos, ahora la compañía se desdice y clarifica que aunque el dispositivo no mostrará publicidad, los datos que pueda captar sobre sus patrones de uso sí podrán ser utilizados para segmentar la publicidad en otras propiedades de la compañía.
Al tiempo, Google nombra a un nuevo responsable de privacidad y marca los que considera sus criterios para una posible regulación federal del tema, igualmente centradas en ofrecer más poder al usuario para decidir sobre los niveles de privacidad que desea. El problema, sin duda, es complejo: si bien mucho podrían pensar, de manera intuitiva, que si les permiten decidir sobre el nivel de privacidad que desean tenderían a escoger los niveles más garantistas y cerrados, la realidad es que la gran mayoría de los usuarios simplemente no se preocupan del tema o prefieren conscientemente permitir que el estudio de sus patrones de uso sean utilizados para mejorar la propuesta de valor de los productos y servicios que utilizan.
La Unión Europea, por otro lado, a pesar de que ha cometido errores clamorosos que han creado muchos más problemas de los que soluciona, inventándose derechos artificiales e inexistentes que no hacen más que provocar problemas e incoherencias en sus intentos de aplicación, mantiene una línea de defensa de los usuarios, plasmada en el desarrollo del reglamento general de protección de datos (GDPR), que podría significar un paso interesante, si prueba tener el adecuado poder sancionador, a la hora de corregir abusos y usos malintencionados por parte de las compañías.
En otros entornos, como el caso tantas veces comentado de China, todo indica que la batalla está claramente perdida: la privacidad es una variable bajo un dominio omnímodo del estado, capaz de agregar cualquier dato obtenido por cualquiera de los actores de la industria, y que la utiliza sin ningún tipo de problema para el control social – a pesar de algunos tímidos episodios de resistencia en ese sentido – en un entorno en el que la mayoría de los ciudadanos, simplemente, carecen ya prácticamente de cualquier expectativa de privacidad y lo ven como algo que no les importa excesivamente. Por otro lado, ni siquiera está claro cuáles de los países que consideramos supuestamente democráticos tienen un genuino interés en preservar la privacidad de sus ciudadanos como un derecho fundamental o cuáles, en realidad, envidian secretamente el nivel de control que ejerce el gobierno chino.
¿Cuál es el futuro de la privacidad? Que lo marcan las compañías que viven de su explotación, claramente, no parece el mejor de los escenarios. Pero que lo hagan los gobiernos, interesados en mayor o menor medida en el control de su población, tampoco parece asegurar un futuro mínimamente garantista. Posiblemente, la mejor baza esté en la acción ciudadana, basada en un nivel de información lo más riguroso posible: mientras una parte importante de la población siga sin darle importancia al tema, sin preocuparse de conocer o controlar las opciones de privacidad de los productos que utilizan, o pensando que «como no tienen nada que ocultar, no tienen nada que temer«, la solución al problema seguirá estando lejos. Que muchos usuarios se manifiesten cada vez más molestos por los niveles de agresividad e intrusión de la publicidad en la red sí puede importante, porque generalmente termina llevando a esos usuarios a tomar una posición más beligerante y activa, pero tampoco garantiza nada, y de hecho, parece estar desembocando en una situación en la que conseguir un nivel adecuado de protección de la privacidad solo está al alcance de «los más listos», de aquellos que saben buscar el conjunto de herramientas suficiente para hacer frente a la situación.
¿Empresas? ¿Gobiernos? ¿Usuarios? ¿Quién y cómo debería condicionar la agenda en la evolución futura de un concepto como la privacidad?
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Anomalía histórica no lo sé. Pero que ya no vivimos en una cueva donde se hace rara la visita del vecino, sí está muy claro.
Con cámaras por doquier, drones y captación de ultrasonidos, no sé muy bien qué es eso de la «privacidad».
Con gente que pide préstamos para conseguir las zapatillas deportivas de alto standing (ya no valen buenos coches), no sé de quien hablamos respecto de conservar la privacidad. Y gente que la vende (y la inventa previamente) en fastuosa exclusiva.
Con internet, hablar de privacidad es hablar de los coches de caballos… «que magnífico porte tenían los muy majos»!!
Me hace a mi el efecto que la “privacidad” ha venido a ocupar el espacio que ha dejado libre la “virginidad” .Ambos conceptos son parecidos, pobres y ricos nacemos rodeados de una especie de aura mágica y esotérica, que no se sabe bien por qué razón, hay que tratar de conservarse sin mácula.
Lo triste, es que bien por inconsciencia propia, o porque estamos rodeados de seres que se lucran atravesando este aura, mantener la privacidad es casi imposible.
Mantener la privacidad supone una tarea delicada y tediosa de ocultación, que nadie sabe a conciencia como realizar y por otra parte, la pérdida de privacidad, no tiene marcha atrás, nada ni nadie, te puede volver al estado primigenio una vez tu privacidad ha sido traspasada.
Por tanto cabe realizar mucha protección preventiva, pero una vez has sido clasificado como individuo de de sexo, varón, gordito, de mas de 40 años, que vive en Madrid, y que eres amante del cocido y el fútbol y eso ha llegado a un ignoto servidor en cualquier “paraíso digital”, ni se puede borrar, por mas que las leyes lo manden, ni se puede modificar. Has perdido tu privacidad para toda la vida.
Consecuencia de ello, es que todo lo que se haga a posteriori es inútil. Quien desee un listado de varones, o de gorditos, o de amantes del fútbol, conseguirá como si fuera marihuana, por un camino o por otro, legal o ilegal un listado donde ahí aparecerás tu te guste o no.
Otra cosa es que la “privacidad” como la antigua “Virginidad” se sobrevalora asombrosamente, de modo que quien la pierde siente que le han robado algo de inmenso valor aunque la realidad demuestre que los datos de una persona son de valor entre poco y casi nada. Yo en su momento los valore tirando por alto, en 48$ por persona y año. Admito que puedo estar confundido, pero mas pienso que lo estoy, por dar una valoración irracionalmente alta, que por lo contrario..
¿De veras la defensa de 48€ per cápita, (en el mejor de los casos), merece el ingente esfuerzo que se les pide con la GDPR a todas las empresas del país, para proteger unos datos de unos clientes que obligatoriamente exige Hacienda y que son tan sencillo de obtener con solo leer el chip que tienen los DNI y que por un motivo o por otro te piden en todos los lados?.
Yo creo que es un tema que hemos sobre valorado en exceso y nos preocupa también en exceso.
A mi me preocupa más que una parte importante de los medios y blogs tecnológicos se olviden de una cuestión vital para la privacidad, el dinero en metálico.
Su propuesta, confiar en las fintech, compañía con menos de 5 años cuyo modelo de negocio les lleva a tener un gran porcentaje de usuarios de los que no reciben ni un céntimo, pero que por la presión social, ¿no van a recolectar nuestros datos?
¿Vamos a pasar de la malvada banca tradicional a la honorable banca electrónica? Desde luego, si pasa, habrá qué crear una nueva religión basada en los milagros de la tecnología.
Qué pocos comentarios para un tema tan interesante, al menos para mí. O bien es cosa del lunes, o da una idea de cuánto puede preocupar :)
Mi respuesta sobre la pregunta final del artículo es que somos los usuarios quienes deberíamos, primero, definir qué podemos entender por privacidad en el entorno actual y, segundo, gestionar la información que proporcionamos a los productos que usamos. A mi modo de ver sería la mejor manera de forzar a gobiernos y empresas a acotar una recolección de datos cada vez más desmesurada.
Ocurre que surgen varios problemas al respecto. Además de los mencionados por Enrique en el artículo, añadiría la forma de hacer llegar las demandas a los actores interesados y, especialmente, la falta de concienciación sobre el tema; quizá no debamos exagerar pero minimizar su importancia me parece peligroso.
Por otro lado, no se trata únicamente de cuántos datos elijas proporcionar sino considerar quién va a manejarlos, con qué propósito, y las garantías de seguridad que se ofrecen. No es lo mismo la información que puede manejar Twitter que tu historial clínico, por ejemplo.
Con todo, veo problemas insalvables ahora mismo. Desde el momento en que se usa un smartphone se pierde indefectiblemente una parte de la privacidad por el funcionamiento inherente a este tipo de dispositivos: localización, cuentas, apps utilizadas…. Por abundar más, ¿Qué ocurre con los contactos? Que la inmensa mayoría de usuarios los suben a la cuenta de Gmail (principalmente) y si tú estás en esa lista ya tienen tu número de teléfono, email y cuantos datos almacenara el usuario. ¿Di yo mi consentimiento a mi amigo, familiar, socio o lo que sea, para que diera mi teléfono a Google? Pues no. Pero sería absurdo que pidiera permiso a cada uno de sus contactos, si es que hubiera caído en la cuenta. Y una vez hecho eso, como dice Gorki, se ha perdido la virginidad. La única vuelta atrás sería cambiar tus datos y, aún así, solo protegerías parcialmente una parte de tu privacidad.
Ahora mismo me parece una batalla perdida pero no por ello debemos desentendernos de una cuestión que puede llevarnos a indeseables escenarios de control.
Personalmente, siempre he sido muy celoso con este tema, influido por páginas que leía cuando comencé con internet. Mi evolución ha sido curiosa y pudiera parecer contradictoria con lo que he comentado: de usar Linux durante años a un Windows 10 al que he otorgado muchos permisos. De tener uno de los pocos calendarios offline que había en la Play Store en mi primer Android, a utilizar cuentas de tareas, notas y más programas. De rootear cada teléfono solo para instalar un cortafuegos, a fiarme del control de permisos de Android (que no incluye impedir el acceso a internet de las apps, por cierto). Y, como soy muy curioso, hasta uso el Asistente de Google y Cortana para ver cómo evoluciona esta tecnología.
Eso sí, continúo cifrando los archivos que considero importantes, en mi móvil, en el ordenador y, por supuesto, en la nube. Algo es algo, aunque Google y Facebook tengan hasta el número de mi tarjeta de crédito.