El episodio del progresivo destierro de Alex Jones y su InfoWars de la mayoría de las plataformas sociales – hasta el momento, YouTube, Facebook, iTunes, Spotify, MailChimp y las recomendaciones de producto de Amazon – y la insistencia de Twitter, en el seno de un fuerte debate interno, en mantener sus cuentas abiertas está generando una interesantísima discusión sobre lo que debe o no debe estar permitido en social media, con argumentos que tratan de convencer a Jack Dorsey de que no hablamos de una cuestión de reglas o de hechos, sino de valores.
Mientras, Alex Jones y su InfoWars han alcanzado su pico máximo de popularidad, y han visto las descargas de su app, no retirada de las tiendas, alcanzar el cuarto lugar en los rankings. Es posible que a medio plazo, eliminar o restringir las cuentas de este tipo de las redes sociales termine por limitar su alcance e influencia, pero a corto plazo, no cabe duda que lo que ha hecho es convertir a su creador en una especie de víctima de una supuesta conspiración global, darle mucha más importancia de la que realmente tenía, y radicalizar aún más a sus ya radicales seguidores.
El debate en torno al tema, en cualquier caso, es positivo: como bien comenta en su artículo Li Yuan, corresponsal de The New York Times en Asia, esas discusiones son simplemente imposibles de plantear en países como China. Seguramente el mejor análisis que he leído en ese sentido es el de Jeff Jarvis, que afirma que las plataformas de social media no son medios como tales, sino que representan algo nuevo que aún no somos capaces de entender y que, seguramente, tendría un mejor paralelismo con el del ágora, la plaza pública, el lugar en el que tiene lugar la discusión.
En la plaza pública, la presencia y la discusión está sometida, sin duda, a una serie de reglas. Esas reglas no solamente aluden a cuestiones como la educación o el decoro, sino que, muy posiblemente, deban tener en cuenta otros factores, que incluyen desde cuestiones básicas culturales o de tradición, hasta otras que pueden ser entendidas como provocación intencionada. Además, esas reglas evolucionan con el tiempo: las discusiones sobre la trata de esclavos o sobre el derecho de voto de la mujer, por ejemplo, eran perfectamente habituales hace algunas décadas, pero desde hace ya mucho tiempo, lógicamente, se consideran erradicadas como tales, y proponerlas no solo no tiene sentido, sino que muy posiblemente se consideraría fuera de las reglas, como lógicamente está comenzando a ocurrir, tras muchos años de esfuerzos, con discusiones más recientes como el matrimonio gay – y no en todos los países. Esa evolución de las reglas forma parte de un contrato social en permanente evolución adaptativa con respecto a un entorno que a la vez lo modifica y lo posibilita, un entorno definido, en muchos casos, por la disponibilidad de herramientas tecnológicas.
Toda plataforma o herramienta con un cierto nivel de adopción sufre, de manera natural, intentos de explotación maliciosa, sean de delincuentes que tratan de sacar provecho del desconocimiento o la ingenuidad de sus usuarios, o de otro tipo de actores perversos. Las redes sociales han visto como. tras una primera fase de adopción explosiva, comenzaban a aparecen actores maliciosos que las explotaban para, por ejemplo, simular una popularidad muy superior a la que realmente tenían, manipulando estados de opinión y aprovechándose de los muchos que eran incapaces de entender que, por ejemplo, detrás de un aparente movimiento político o una corriente de opinión determinada, podían estar factorías de bots y oleadas de cuentas falsas que simulaban ser usuarios, pero que en realidad, solo formaban parte de una estrategia preconcebida. Limpiar las plataformas de social media de este tipo de actores es, lógica e indudablemente, responsabilidad de sus propios gestores, e incluso algo tan fácil de entender es, en realidad, complejo cuando tenemos en cuenta que los mercados financieros, la semana pasada, castigaron a una red como Twitter por presentar unas cifras supuestamente inferiores en número de usuarios cuando, en realidad, no habían hecho más que eliminar cuentas falsas. Si esa tarea de limpieza por parte de las redes sociales, para la que comenzamos a tener herramientas cada vez más eficientes, choca con la estupidez y la incomprensión de unos analistas que no ven más allá de una cifra como si fuera algún tipo de indicador o multiplicador mágico, las cosas ya comienzan a ponerse complicadas, porque se genera un incentivo para esas plataformas por presentar unas cuentas no reales, fruto de procesos de manipulación llevados a cabo por todo tipo de actores perversos.
Pero más allá de la limpieza de la plataforma y de la eliminación de los malos actores que intentan aprovecharse de ellas, está la discusión sobre las normas de comportamiento en las redes sociales. Por muchas normas que pongamos aludiendo, por ejemplo, al respeto, al uso de insultos o a las amenazas, a estas alturas parece ya perfectamente claro que comportamientos como el acoso o el bullying son enormemente difíciles y complejos de tipificar, que pueden llevarse a cabo sin necesidad de insultos o amenazas directas, y que además, existe un constante intento de empujar las reglas más allá para convertir en normales comportamientos que, seguramente, no deberían serlo. Esa discusión existe no solo en las redes sociales: está presente incluso en la calle, cuando se definen los comportamientos con respecto a, por ejemplo, un famoso o una figura polémica.
¿Debemos permitir discusiones que cuestionan elementos que la sociedad en su conjunto ha considerado adecuado asociar al pasado, o considerar fuera de la discusión? Cuando una persona utiliza las redes sociales para intentar negar el holocausto, para defender el racismo, para impulsar la discriminación o para cuestionar derechos fundamentales, por ejemplo… ¿está realmente intentando que esa causa sea revisada o vuelta a discutir, o simplemente pretende provocar, generar una atención y tratar de aprovecharse de ella para otros fines, que en muchos casos tienen incluso trascendencia económica? ¿Debemos realmente permitir que cada poco tiempo aparezca otro imbécil más a decir que el hombre no llegó a la luna, que las vacunas son malas y deben evitarse, o que en realidad Hitler no era tan malo, o deberíamos contar con mecanismos que permitiesen aislar y eliminar ese tipo de comportamientos? ¿Es realmente menos libre una sociedad que impide o aísla determinadas discusiones o argumentos que, de hecho, ya no se pueden tener fuera de las redes sociales sin ser sometido a un aislamiento o considerado como un imbécil? ¿O es más pobre, en realidad, una sociedad como China, Rusia, Irán o Turquía, por citar algunas, en las que estas discusiones no tienen sentido porque todo, lo que se puede hablar y lo que no, está ya previamente decidido por un poder político o religioso superior?
No, la discusión, decididamente, vale la pena, como vale la pena congratularnos por la posibilidad de tenerla. Que la democracia tengo numerosos problemas implica que debemos plantearnos trabajar en mejorarla, no que debamos tener envidia de los regímenes que no la tienen, y con la discusión sobre la libertad de expresión ocurre lo mismo, porque de hecho, forma parte de las reglas del juego democrático. Pocas cosas en esta discusión pueden interpretarse de manera maximalista o unívoca: ni la libertad de expresión implica poder gritar «¡fuego!» en un teatro lleno de gente, ni implica que el que abuse de ella esté libre de efectos perniciosos por parte de los que opinan que no debería poderse decir lo que se dice. Madurar esta discusión y no menospreciar su importancia es tarea de todos.
This post is also available in English in my Medium page, “I’m glad we’re discussing what can and cannot be said on social networks»
Después de leer dos veces tu post, sigo sin saber si eres partidario o no de la libertad de expresión o de «poner limites» a las conversaciones.
Me gusta mucho la definición de Jeff Jarvis, de que las plataformas de social media son como el ágora o la plaza pública, en definitiva un lugar en el que se conversa y aparece la discusión. Me gustaría recordar que en castellano hay una palabra para definir esos sitios, que es los «mentideros», lo que indica lo habitual que era que en un sitio así hubiera «fake new» .
Lo que no estoy en absoluto contigo es en asegurar que en esos sitios haya reglas. Al revés lo que impera en ellas es la total libertad, incluso para «propagar mentiras» por eso se llaman mentideros, Se puede propagar, que el Rey ha mandado matar a Escobedo, o que unos grandes almacenes están pasando una crisis profunda, y sin tener ninguna prueba para ello, porque lo que cuento, se lo cuento a mis amigos y no «al público». El ágora es la fuente del rumor sin confirmar por definición.
¿Tiene riesgos este actitud? – Por supuesto tiene riesgos, ¿Cuando gozar de libertad no es peligroso? Hay riesgo de que se propaguen, «Fake News», se haga bullying a un niño, o que se lancen avisos alarmistas sobre el peligro de la Coca Cola.
Si, la libertad, es el riego que tiene, que caiga en el libertinaje, pero la falta de libertad no tiene riesgo, tiene la seguridad de caer en el despotismo.
Es que a veces no es bueno decir si eres partidario o no lo eres, se estimula más y mejor el debate si te limitas a exponer y documentar con enlaces los hechos y dejas a los comentaristas que opinen ellos… es algo que hago mucho en clase, y me sale bastante natural :-)
Este debe ser unos de los temas para llamar a Iker Jiménez a ver si nos aclara algo, porque no sólo está Gorki confundido con tu opinión, admito que yo también, sino que jura que está de acuerdo con la mía de tu último post sobre este asunto, y yo por más que leo y releo no lo veo. Misterios de la comunicación humana.
A la cama no te irás, sin saber una cosa más. Es el primer caso en mi vida en el de la razón a alguien sobre algo y se lo tome mal.
Efectivamente parece haber un problema de comunicación aquí. Lo decía como divertido por la anécdota. En ningún momento me lo he tomado mal, Gorki.
Sin riesgos no hay democracia. Me apunto a la frase final de Gorki. Por cierto que el lapsus de riego define perfectamente al papel de la libertad en la evolución democrática.
Y por supuesto el mentidero, ágora, graffitis, panfletos, charlas de bar… son mecanismo de acción democrática. ¿Que se cuelan mentiras? Acaso House of Cards no demuestra que antes de internet ya se hacía de la mentira el arte de la falsa política. Y con Felipe II… La Historia está ahí!
Lo que no tenían antes, ni los poderosos ni los oprimidos, era el ágora virtual. Por eso es necesario defender a ultranza (ser intolerante si cabe!) la libertad de internet.
Lo mismo que fuera de ahí.
Antes estaba de acuerdo con que en nombre de la libertad se debería permitir propagar las ideas que fueran … ahora igual me he hecho más viejo o me ha hecho cambiar de opinión el que vivamos en unos tiempo en los que empiezan a ganar fuerza los discursos que ya arrasaron el mundo allá en los años 30 del siglo pasado pero cada vez le veo menos sentido a lo de darle voz a los que quieren acabar con la democracia para proteger la democracia. En fin, aquello de la paradoja de la tolerancia de Popper que incluiste en la entrada del otro día.
Si Andrew Wakefield, médico que asoció el uso de las vacunas con el autismo, fue justamentw expulsado de la profesión médica y sus publicaciones retiradas porque sus estudios eran mentira.. por qué no hacer los mismo con tierraplanistas, y semejantes? Gracias a Wakefield el movimiento antivacunas tuvo un empuje. Resultado? Niños muertos todos los años y la vuelta de algunas enfermedades que considerabamos ya superadas. Algunos diréis que no es lo mismo que infowars, pero lo es. Es como lo del tipo americano que se presentó con un arma militar en un restaurante porque había leído que la Clinton tenía allí un negocio de pornografía infantil. Ni confundamos el derecho a decir mentiras y propagar bulos con la libertad de expresión
No soy contrario a que cierren esa página y si se considera necesario que procesen a suced autor, lo que. soy contrario, es que eso lo haga Facebook o Twitter, lo deben hacer ante una denuncia, jueces en virtud de unas leyes y con un abogado defensor que defienda sus derechos. Si se lo concedemos a cualquier criminal, a ese autor con igual razón