Una compañía es un ente relativamente abstracto, formado por una amalgama de individuos diversos, y con un fin último que, en la mayoría de los casos, tiende a identificarse con un parámetro económico, con una frase del tipo «generar valor a los accionistas». A lo largo de la historia, han sido muchas las compañías que, de una manera u otra, han demostrado supeditar claramente esa máxima de los beneficios a prácticamente cualquier otro concepto, desde IBM en la década de los ’30 y su colaboración con el régimen nazi para el holocausto, hasta, más recientemente, el envenenamiento sistemático e irresponsable del planeta por parte de Volkswagen. Si nos atenemos a los hechos, todo indica que lo más parecido a algo que podríamos calificar como «ética corporativa» es ese concepto denominado responsabilidad social corporativa, que en demasiados casos ha demostrado clara y tristemente ser poco más que una herramienta propagandística para justificar unas pocas frases grandilocuentes en una memoria anual.
Sin embargo, frente a la ética (o falta de ética) corporativa, está la ética de los empleados y su capacidad para organizarse. En la economía actual, los empleados, cada vez más, se convierten en una fuerza importante a la hora de corregir acciones emprendidas por sus empresas si, por la razón que sea, las juzgan inaceptables. Así, hemos podido ver recientemente el caso de Google frente al Proyecto Maven del Departamento de Defensa: un contrato indudablemente lucrativo para la compañía, en el que participan además muchas otras compañías tecnológicas – que en su gran mayoría no han dicho ni esta boca es mía – y que tiene como fin el desarrollo de algoritmos destinados a reconocer imágenes tomadas por drones en el campo de batalla, imágenes de personas cuyo destino es bien conocido por cualquiera con un mínimo de inteligencia y escrúpulos. La resistencia a la colaboración de la compañía en el proyecto comenzó con algunas dimisiones, continuó con una carta firmada por miles de empleados, y terminó con la no renovación del contrato con el Departamento de Defensa, así como con la publicación de unos principios éticos que pretenden marcar la actuación de la compañía con respecto al desarrollo de la inteligencia artificial.
Ahora, el turno le toca a Microsoft: la compañía que el pasado enero se mostraba «orgullosa de colaborar con la Immigration and Customs Enforcement (ICE)«, se ha encontrado, tras la fortísima polémica desencadenada en torno a la demencial práctica de esta agencia, bajo la disfuncional administración Trump, de separar a las familias demandantes de asilo de sus hijos en la frontera e internar a esos niños, solos, en centros de custodia. Las protestas en torno a esta salvaje práctica no se han hecho esperar, y obviamente, han sido secundadas por algunas compañías tecnológicas y por empleados de Microsoft, que han comenzado protestas a través de Twitter y han puesto a la compañía en una situación obviamente complicada. Ante el alboroto y las protestas, la compañía intentó primero eliminar la entrada del blog corporativo en la que hablaba de su colaboración con ICE, y posteriormente ha decidido, ante las amenazas de dimisiones entre sus empleados y las llamadas al boicot, publicar una declaración en la que se manifiesta «consternada por la separación forzada de familias inmigrantes en la frontera«. En sucesivas aclaraciones, la compañía ha afirmado que
«… queremos ser claros: Microsoft no está trabajando con el Servicio de Inmigración y Aduanas de los Estados Unidos o Aduanas y Protección Fronteriza de EE. UU. en proyectos relacionados con la separación de niños de sus familias en la frontera, y contrariamente a algunas especulaciones, no somos conscientes de que los servicios de Azure estén siendo utilizados para este fin. Como compañía, Microsoft está consternada por la separación forzada de niños de sus familias en la frontera. La unificación familiar ha sido un principio fundamental de la política y la ley estadounidense desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Como compañía, Microsoft ha trabajado durante más de veinte años para combinar la tecnología con el estado de derecho para garantizar que los niños refugiados e inmigrantes puedan permanecer con sus padres. Necesitamos continuar construyendo sobre esta noble tradición, en lugar de cambiar el rumbo ahora. Instamos a la Administración a cambiar su política, y al Congreso a aprobar legislación que garantice que los niños no estén separados de sus familias.»
Una declaración que deja en un vago «no somos conscientes de ello» el si las herramientas de la compañía son utilizadas o no por ICE, y que podría no ser suficiente para apaciguar las protestas, que podrían pedir la suspensión completa del contrato con la agencia hasta que la práctica sea eliminada.
En cualquier caso, dos casos que vienen a dejar una cosa cada vez más clara: si no estás de acuerdo con las prácticas de tu compañía, si te parecen éticamente reprobables, no estás obligado a colaborar con ellas, y deberías hacer caso a tu conciencia, oponerte y protestar. Pero una cosa es protestar, una acción que podría costarte el puesto de trabajo, en una empresa norteamericana, en un mercado de trabajo expansivo y con múltiples opciones, y en puestos en los que, en muchos casos, basta con ponerse en ese mercado para obtener otro puesto en otra compañía, y otra es hacerlo cuando no te consta que otros vayan a secundarte, cuando estás en un país con un mercado de trabajo complicado o con un índice de paro elevado, o cuando tu puesto no te garantiza un movimiento fácil a otra compañía. Los mercados de oferta y los de demanda, en este sentido, es previsible que no funcionen igual.
¿Tiene un precio la ética? ¿Solo puede comportarse éticamente aquel que puede permitírselo? Obviamente no debería ser así, y que empleados de algunas compañías norteamericanas empiecen a sentar precedente en este sentido es algo que podría llegar a tener un valor en el futuro. Al menos, si las compañías no hacen gala de un comportamiento ético por sí mismas, podremos contar con la ética de sus empleados para ponerlas en situaciones en las que, por las buenas o por las malas, tengan que cumplir con unos principios y con la sociedad en su conjunto. Que este tipo de comportamientos se generalizasen a otros países y otras compañías sería de lo más deseable, por el bien de todos. Pero sencillo, sin duda, no va ser.
This article was also published in English at Forbes, “Can employees force a company to be more ethical?»
Tengo bastantes reticencias a que nadie, ni la opinión popular, ni la propia compañía, deba forzar a una empresa que ofrece servicios neutros como Azure a filtrar el uso al que se destina ese servicio, repito, neutro, como es el alquiler de ordenadores en la nube. Creo que puede ser una censura que no trae nada bueno y si abre la puerta a otras censuras que los mismos que critican esa politica del ICE no estarían de acuerdo si les deniegan el uso de Azure por otros motivos.
Otra cosa muy distinta es hacer desarrollos concretos o que puedan ser mal utilizados para un fin como ese, como el ejemplo anterior que ponías de identificación de caras.
Ttodos preferimos trabajat en ONG que se dedicarn a cultivar el bien, (siempre que nuestro el puesto de trabajo sea similar a l que tenemos en todo, salario, posibilidades de ascenso, +amiente laboral, …. ), pero de eso a pensar que los empleado puedan llegar a marcar las pautas deontológicas de sus empresas, es a mi juicio demasiado optimista,
Sólo en un mercado con abundancia de empleo, un empleado puede permitirse el lujo de abandonar su puesto de trabajo. porque su empresa ha firmado un acuerdo con el ministerio de defensa, o ha decidido explotar recursos naturales, o colabora en la evasión de impuestos..
La ética está muy ligada a la conciencia. Y la conciencia de un ser humano no varía (de forma natural) por ser empresario o trabajador. Y como somos humanos hay mucho trabajador con menos conciencia que su empresario.
Y dá igual ser patrón que marinero, en esto de la conciencia, porque la llegada a buen puerto es tarea de todos.
Si hay un buen ejemplo de como los sindicatos pueden ser más reaccionarios que un empresario, está en USA. El problema de los barcos es que generan, así que hay dinero por medio, las llamadas mafias. Organizaciones especialistas en lavar las conciencias de sus empleados. Y que sirven de claro ejemplo para muchas otras organizaciones (ni las ONG están vacunadas contra ello).
Con un presidente que gusta de jugar a César y Poncio Pilatos, pasando por Herodes indirecto, ¿que podemos esperar? Aparte del aplauso de millones de usamericanos, empleados o no.
No existe ningún santoral donde estén inscritos los empleados ni los pobres, por el hecho de serlo.
También entiendo (no comparto) mejor la corrupción de un pobre que la de un rico ( o la de un empresario, de un político de altura, de un representante eclesiástico…). Digan lo que digan los neooptimistas capitalistas sigue habiendo clases y necesidades claramente diferenciadas.
El conflicto moral de un individuo dentro de una empresa comienza en el momento en el que los que implantan la ética dentro de la empresa, fuerzan a sus empleados a adquirir conductas contrarias a los valores del empleado.
La empresa por si misma no tiene ética, la ética pertenece a las personas, no a las figuras jurídicas, pero si se rige por órdenes y normas que se implantan desde la más alta posición.
El empleado antes de empleado es individuo, y éste se construye sobre unos valores que ha adquirido en su educación y vida en sociedad, antes de entrar en la empresa.
No hablo que a un musulman lo intenten convertir a cristiano, lo que no puede ocurrir es que un paso adentro de la puerta de la empresa se rigen unas normas, y un paso afuera de la puerta de la empresa, estas normas no es que no sean éticas, si no prácticas totalmente ilegales.
Cuando las prácticas tóxicas se institualizan como la ética de empresa y cuando ésta se refuerza desde la más alta posición, es un buen momento para pensar en colectivo y decidir como han hecho los empleados de Google, que ellos no quieren hacer productos para guerra.
Desde que Milton Friedman ha afirmado que la única responsabilidad social de los directivos es la de enriquecer al máximo a los accionistas, y que el Banco de Suecia se lo ha agradecido otorgándole su premio (indebidamente etiquetado «premio Nobel»), Ética ha desertado las juntas directivas tapándose la nariz por el olor.
Me llama la atención, en el comunicaqdo de Microsoft, la repetición de la expresión «Como compañía, Microsoft».
Como compañía, Microsoft es un ente impersonal, anónimo, inmaterial y, por tanto, desprovisto de toda conciencia.
Si el comunicado redactara «Los directivos de la compañías Microsoft», entonces la emporesa empezaría a ganar un poquito de credibilidad en sus declaraciones sociales.
Mientras tanto, siguen siendo frases huecas destinadas a ilusionar a las masas.
La organización trasciende o rebasa en dimensión a los que identificamos como integrantes en una mirada rápida.
Cuando se presta más atención y se enfoca mejor la mirada, se descubre que la organización es una red que conecta a varios grupos de interés o stakeholders.
Siendo así, tendría que asegurarse un Proyecto de Ética Organizacional que evolucione e integre a los accionistas y los directivos, los consumidores, los intermediarios, los proveedores, los reguladores, los complementadores y los competidores, entre otros.
Como economista industrial mi hipotesis favorita es que la empresa es como el barco de un vikingo, que cuando muere le prenden fuego y se hunden los dos.
Es raro que las empresas duren décadas y mucho menos siglos. Tienen una expectativa de vida acorde con la de quienes las lideran.
But this is just a theory! An economic theory!
No veo la posibilidad, al menos en nuestro país que es el que conozco profesionalmente, de que la forma profesional de los empleados, reflejo único de su forma de ser humano, pueda ejercer su derecho a la protesta apelando a sus valores y principios.
Tan solo porque la empresa de nuestro país, al menos la pequeña y mediana, que es la máxima representación del tejido empresarial, sigua abanderando un modelo visceral en sus esferas ejecutivas donde, en última instancia, el que manda es el jefe por encima de todo.
Y porque en estas empresas no hay cultura de ética y reputación, no hay una propuesta firme de escribir y transparentar a sus colaboradores internos y externos los valores que la guían. Incluso muchas carecen de una visión, pero no la visión de párrafo y medio escrita en la web, sino la visión real de la misma basada, precisamente, en los valores y principios que debe moverla.
De ahí que el profesional, el empleado, el trabajador o como queramos llamarle, tiene muy escasas ocasiones para mostrar su faceta de ser humano y, acudiendo a sus valores, posicionarse aunque sea de forma contraria a las decisiones de la empresa en que está.
Y pienso que todo viene de una de las emociones primigenias del ser humano: el miedo, porque por mucho que pataleemos, seguimos poseídos por el miedo y somos recipiente de los miedos que nos atenazan, siendo la mayoría de ellos irreales, tan solo fruto de nuestra educación y visión de nosotros mismos.
Mientras no cambien los modelos relacionales inter personales e intra empresariales en cuanto a la gestión de las emociones y la percepción global de que todos estamos en el mismo barco, mientras no haya líderes naturales a la cabeza en lugar de jefes de pandereta y mientras que el profesional piense que tiene que hacer cualquier cosa para mantener su puesto de trabajo, no seremos capaces de abanderar la ética y decidir por nosotros mismos.
Gracias Enrique por la entrada, excelente como siempre.
Saludos cordiales