Hace algunos días, me pidieron desde Informativos Telecinco (mi participación es un breve en el min. 24:30) que comentase brevemente acerca de los casos de supuestas obsesiones estéticas, como el ab crack, el thigh gap, el collar bone, el desafío A4, el belly button challenge o el diastema, cuya popularidad crece debido a su circulación a través de las redes sociales, y que marcan cánones estéticos que suelen coincidir con prácticas poco saludables – cuando no abiertamente aberrantes.
Mi intención, como prácticamente siempre en estos casos, fue la de tratar de situar la responsabilidad en el lugar adecuado y evitar demonizaciones gratuitas: las redes sociales no son buenas ni malas, obviamente. Los fenómenos de imitación y gregarismo en torno a cánones estéticos han sucedido siempre a lo largo de la historia de la humanidad por todos los medios posibles en menor o mayor escala, y por mucho que el uso de las redes sociales pueda intensificar su circulación, hablamos de un problema vinculado a la naturaleza humana. Entre otras variables, debido a cuestiones relacionadas con la comunicación y la educación.
Tratar de borrar las redes sociales de la ecuación no es una solución. Ni es ni realista, ni lógico, ni recomendable, ni siquiera posible, y seguramente, intentarlo provocaría efectos aún más peligrosos. Las redes sociales son solo un ámbito más de las complejas relaciones entre los adolescentes y sus padres, y la paternidad no funciona como «estar ahí salvo cuando se meten en la red». Pensar en las redes sociales o en internet como en un lugar donde resulta imposible plantearse estar con nuestros hijos es sencillamente absurdo, una dejación de responsabilidad.
Por supuesto, esto no es sencillo. Si intentamos convertirnos en controladores de la actividad de nuestros hijos, nuestra actitud generará rechazo, y terminará convirtiéndose en una invitación a mantener algún tipo de doble vida, de perfiles «para mis padres» y «para mis amigos». Si pretendemos «ser colegas» y estar presentes haciendo Likes y comentando, puede llegar a ser aún peor. Como todo, es una cuestión de equilibrio: estar por genuino interés, como parte lógica de una relación, dejando el debido espacio, pero no estando ausentes. Estar porque realmente es algo que nos interesa entender, sin convertirnos en una presencia agobiante, pero sí intentando educar en el sentido común. No es fácil obtener frente a nuestros hijos una postura de autoridad moral en este ámbito basada en el conocimiento, pero sin duda se convierte en imposible si desde el primer momento renunciamos a ello y nos reconocemos como completos ignorantes. Desde una posición de conocimiento e interés en el fenómeno podemos aspirar a convencer a nuestros hijos de que «ser youtuber o instagrammer» no es un plan de vida muy razonable o muy realista, o inculcarles qué cosas corresponden al ámbito de lo público y cuáles al de lo privado. Pero si tener esa conversación y ser convincente resulta complicado desde una base de entendimiento, intentar tenerla desde posiciones de ridiculización y tremendismo resulta imposible, y solo desencadena un patético «mis padres no se enteran de nada». No, no es fácil, pero pocas cosas en este ámbito lo son.
Hoy mismo, un estudio de ANAR trataba de perfilar el ciberacoso, un problema en el que de nuevo, en muchos casos, sorprende una actitud ausente de los padres, una dejación de responsabilidad, un «¿cómo íbamos a suponer…» No, ni el acoso es algo nuevo, ni las redes sociales no son distintas de otros ámbitos: del mismo modo que intentamos – o deberíamos – saber con quién y por dónde andan nuestros hijos cuando salen, deberíamos igualmente saber qué hacen en la red, qué fenómenos les llaman la atención, a quiénes siguen o idolatran, y cómo les influye. Si unos padres no intuyen que su hijo o hija tiene un problema de acoso, los que tienen un problema – de relación – son ellos. No hay ninguna ley escrita que impida la comunicación en torno a estos temas, y de hecho, una relación natural entre padres e hijos debe contener una dosis lógica y razonable de información bidireccional sobre las cosas que se hacen en la red, las aplicaciones y redes que se usan, las personas con las que se comunican o los temas que se tratan. Entre planteárselo, intentarlo y conseguirlo, por supuesto, hay un trecho. Y se recorre con paciencia, conocimientos y comunicación.
Hay muchos padres que no alcanzan el nivel protector/educativo de una loba normal y corriente. Con la tremenda desventaja de que los lobeznos que salen de la cueva no se enfrentan a un mundo de humanos depredadores ( por naturaleza y constante acondicionamento social).
Como si en el barrio analógico de toda la vida no hubiera «redes sociales» de todo tipo!
Un problema que se nos plantea a todos los padres, es saber encontrar el punto de equilibrio, entre la autoridad paterna y el cultivo de la confianza de los hijos, entre el saber, (y manipular), la vida de nuestros hijos, y el preservar su libertad e intimidad.
No es nada fácil de encontrar el punto de equilibrio. En mi casa fuimos mas bien autoritarios que compañeros de nuestros hijos, y mas confiados que fiscales de su vida privada, aunque nos preocupamos mucho de que, a nuestro juicio, su entorno de amigos fuera adecuado y no nos salió mal del todo, pero no sé en cuanto de ello intervino simplemente la suerte.
No me atrevería decir a nadie que nos imitara o que hiciera lo contrario, mi mujer y yo simplemente hicimos lo que consideramos oportuno en cada momento, teniendo en cuenta tanto nuestra personalidad, las de mis hijos y las circunstancias en cada caso, pero es difícil indicar cual es lo oportuno, porque pequeños detalles pueden obligar a grandes cambios de actitud.
¡Gran respuesta y explicacion sobre educación de los hijos GORKI!
Yo tampoco me atrevería jamás a decirle a otros padres lo que deben de hacer, los hijos no vienen con manual de instrucciones ni son una ciencia exacta. Pero creo que sí me siento con confianza para decirles, en algunos temas, lo que NO deben de hacer…
Ni los niños viene al mundo con manual de instrucciones, ni los padres hemos sido especialmente preparados para serlo, de modo, que no queda más remedio que improvisar y estar atento, para corregir cuanto antes los errores que cometamos, tanto por exceso, como por defecto de cariño y tanto por exceso como por ausencia de autoridad..
Evidentemente, hay cosas que son errores, sea cual sea, la personalidad de padres e hijos, y quizá el mayor error es no saber ir soltando amarras a medida que van creciendo. Yo opino, que aun niño de tres años, debes ser tu, el que decida cuando deben irse a dormir, sin embargo, es evidente, que no es adecuado que mantengas la misma política cuando tienen 20 años.
Ahora bien, ¿Cuando hay que cambiar de política? – Pues como diría un gallego, – «Depende».
¿Depende de qué? – «Pues depende de las circunstancias»
O sea, que cada cual se apañe en su caso
En mi opinión, afortunadamente, los hijos viene de serie preparados como los coches modernos para soportar sin problema una conducción brusca, sin que haya que hacerlos un previo rodaje, lo que no impide que debamos tratar de no abusar de su aguante.
La educación es siempre un tema complejo que requiere buenas dosis de paciencia, comprensión y sensibilidad, pero yo si me voy a atrever con algunos consejos que sirven para cualquier ámbito, incluido el tecnológico:
Comunícate. Dedica tiempo a escúcharles con atención, aunque sus intereses sean diferentes a los tuyos.
Empatiza. Trata de comprender sus problemas, ilusiones, miedos y motivaciones.
Da ejemplo. Busca en tu comportamiento lo que deseas en el suyo.
Perdona. Cuando cometan errores trata de que comprendan sus consecuencias sin culpabilizarles.
Informa. Explícales el porqué de las cosas, sin imposiciones que puedan ver como arbitrarias.
Aprende. No dejes que tu falta de conocimientos sea un problema para entenderles y ayudarles.
Apoya su esfuerzo y refuerza siempre su autoestima.
Conversación en familia mantenida la semana pasada mientras veíamos -sufríamos- una serie cargada de anuncios por televisión de pago (ese es un tema para otro post…):
– Hijo (quinceañero, ipad en mano y sin hacer ningún caso a lo que aparece en la pantalla grande del salón): ¿Has visto el video que ha subido Auronplay?
– Padre (yo): No, aún no… ¿De qué va?
– Hija (casi veinteañera mientras teclea en su Smartphone): ¿Cual? ¿El del tío ese que colgó en YouTube una declaración de amor absolutamente lamentable? Vi que en Twitter había dicho que se lo borraban constantemente…
– Padre: Bueno, eso a Pewdiepie no le pasa… como solo se dedica a subir cosas de Call of Duty o similares…
– Hijo: si, si … ¿Te acuerdas cuando vimos el que hizo sobre Slender? Moló mazo!
…
Si cuando me casé (allá por 1994) me transcriben esta conversación con mis hijos, me habría resultado totalmente ininteligible…
Así que no puedo por menos que apoyar todo lo que se está diciendo aquí sobre la educación en estos tiempos: Procura estar al día y entérate bien de lo que motiva e interesa a tus hijos, sin ningún tipo de prejuicios, compartiendo incluso con ellos buena parte de todo ello, pero sin perder el ojo vigilante que como padre siempre tienes que tener.
No todos los tiempos pasados fueron mejores, Cuando mis hijos eran adolescentes aparecieron los juegos de Rol y yo los consideré , (y sigo considerando), una bendición ver a mis hijos, lapiz en ristre, crear mapas, inventarse historias y nuevos conjuros, me pareció una forma formidable, (y económica), de ensanchar la mente y la imaginación y cultivar la creatividad. Tan solo me preocupaba que el tiempo que dedicaban a esa actividad no fuera excesivo, como hoy nos puede pasar con el Whats App.
Asi pensaba, hasta que un intimo amigo de uno de mis hijos, cayó involucrado en el «Crimen del Rol» https://es.wikipedia.org/wiki/Crimen_del_rol que se produjo en mi barrio,
Tanto mi hijo como su amigo, conocían a los autores e incluso su amigo había jugado con ellos, aunque nada tuvo que ver en el crimen, (la policía le interrogó, ni le detuvieron, ni le llevaron a juicio). Pero pienso, que pudo ser que mi hijo pudiera haber sido el cómplice del asesino, como lo fue el otro chico que le acompañó.
Ya dije que tuve suerte, porque incluso estando encima de lo que hacen tus hijos, puede resultar insuficiente. Ojalá sea verdad que exista el Angel de la Guarda, porque los padres no damos la talla.
Yo creo que el problema viene de raíz, y son de los padres. Dan mucha libertad a los hijos y deben de ser mas restrictivos ya que cada día los niños empiezan con las redes a más pronta edad con los peligros que eso conlleva
Enrique dime que existe otra manera de ver tu intervención en Informativos Telecinco. Verlo desde la plataforma Mitele se vuelve un auténtico suplicio.
Muchas veces se dice que no se educa como antes, pero bien es sabido que los tiempos no tienen nada que ver. Mi generación vivía y jugaba en la calle, la de ahora tiene muchas más vías para relacionarse, más estimulación y muchísima más información que procesar cada día.
El problema no son las Redes Sociales, ni la tecnología, el problema es la enorme diferencia que hay entre padres e hijos en estos tiempos, mucho mayor en cuanto a estilo de vida que la que nosotros teníamos con nuestros padres.
Digamos que somos una generación puente, nuestros errores servirán para las próximas generaciones, pero no deberíamos demonizar ni a los padres ni a la tecnología, pero vivimos en un país cuyos gobernantes prohíben por defecto.
Las Redes Sociales tienen cosas malas y otras -las más- muy buenas. Hay que tener mesura.