Amaya Quincoces, de EFE, me llamó para hablar acerca de la aparente crisis de confianza y relaciones públicas que Facebook está experimentando al hilo del anuncio de relanzamiento de su nueva plataforma, Atlas, que propone la administración de publicidad segmentada en base a la información de los usuarios recogida y procesada por Facebook, pero en páginas web no pertenecientes a la compañía.
En realidad, nada que Google no lleve más de diez años haciendo, pero que viniendo de esa Facebook en la que, en lugar de «simplemente» buscar, volcamos la historia de nuestra vida y milagros, puede resultar, al menos de manera intuitiva, más preocupante para algunos.
El artículo de Amaya se titula «Facebook abre el botín de sus datos en un entorno agitado por la privacidad«. Yo lo he visto en El Confidencial, pero está apareciendo en bastantes sitios como es habitual en las noticias de EFE.
Los problemas de Facebook, en cualquier caso, habría que encuadrarlos dentro de un movimiento más generalizado en el que, como comentábamos hace algunos días, se empiezan a cuestionar los modelos basados en la gratuidad como forma de obtener información que permita segmentar la publicidad, modelos en los que el usuario no es cliente, sino realmente producto, literalmente «pares de ojos con tarjeta de crédito» que son ofrecidos a los anunciantes.
Por otro lado, el movimiento de Facebook con respecto a su política de cambio de nombre, que ha afectado de manera directa a la comunidad LGBT, ha llevado a una escenificación todavía más fuerte de las protestas contra su forma de tratar la privacidad, lo que ha redundado en un fuerte apoyo de este colectivo – con todo lo que conlleva en cuanto a fijación de tendencias – a iniciativas prácticamente recién estrenadas como Ello. En muy pocos días desde su lanzamiento en beta cerrada, la red social que promete no hacer publicidad, no vender datos de sus usuarios, no obligar al uso de nombres reales y tener una tolerancia cero hacia los comportamientos de tipo abusivo ha visto como el interés por probarla crecía hasta superar en algunos momentos las veintisiete mil solicitudes por hora. Claramente, plantear tu identidad como una contraposición a Facebook, como un auténtico anti-Facebook que odia todo aquello en lo que el invento de Mark Zuckerberg se ha convertido, puede ser una posición muy interesante.
Obviamente, queda mucho por ver sobre Ello: además de estar en rigurosa beta – y muy beta, sin una simple versión móvil y a falta de muchísimas prestaciones razonablemente exigibles, – su modelo sin publicidad solo se comprende en función de planteamientos como el pago por uso o, como mínimo, el freemium, que parece ser lo que por el momento insinúan sus promotores. Por otro lado, el hecho de estar financiados mediante capital riesgo, que lógicamente exige una salida a su inversión y, por tanto, un «momento de la verdad» en el que el número de usuarios es «vendido» al siguiente inversor para que lo ponga en valor, hace que algunos analistas hayan manifestado sus dudas sobre el modelo de Ello, lo que ha sido contestado desde el ámbito de la compañía con un pragmático «con financiación o sin ella, odiamos la publicidad, queremos cambiar los valores, y somos libres para hacer lo que queramos«.
Por el momento, estamos asistiendo con Ello a uno más de esos experimentos en difusión de la innovación: ya están dentro todos los sospechosos habituales de probar este tipo de cosas, y se puede ver cómo el interés por probar una propuesta nueva e indudablemente provocativa se superpone a la fatiga mental que produce la idea de crear perfil en la enésima red social, o síndrome YASN (Yet Another Social Network). Lo que sí parece claro es que, más allá de la novedad de una nueva red social o las protestas contra Facebook por uno u otro motivo, estamos viviendo un auténtico cuestionamiento de un modelo al hilo de la fuerza de la mensajería instantánea o de los mensajes «de usar y tirar» como Snapchat que, para muchos, resulta la auténtica razón de ser, toda una filosofía que los ha llevado hasta donde están. Si la tendencia continúa, tiene la magnitud de un auténtico movimiento sísmico.
This article is also available in English in my Medium page, “Rethinking models based on data«
La cantidad de dinero que hay en esos datos privados es tan enorme que muchos sacos reventarán por malsana avaricia. El aguante está siendo sorprendentemente alto. Se diría que los sacos son muy elásticos o que el ser humano tiene una enorme capacidad de adaptarse sin reaccionar mientras los cambios sean suficientemente suaves y progresivos (síndrome de rana hervida).
Más de alguna gran compañía de Internet pensará que la capacidad de aguante de sus usuarios es infinita. Hasta ahora se captan millones de usuarios con con ofertas gratuitas a cambio de cosechar datos y bombardear con publicidad y con correos que rozan el spam, pero a base de buscar el límite del aguante de sus usuarios, podría encontrar el límite de su aguante sin pretenderlo.
El replanteamiento del modelo podría llegar tarde para los más avariciosos. Sería un replanteamiento postmortem.
Yo no comprendo como el robo/recolección de datos de un usuarios puede dar lugar al mantenimiento de tantísimas web y servicios en Internet.
¿Qué pueden valer hoy en el mercado el perfil de 100000 usuarios seleccionados por el criterio que se indique, por ejemplo país y nivel social? ¿Que puede valer en el mercado esos perfiles cuando los posean al menos seis empresas diferentes y los estén subastando a la baja entre ellos a los posibles peticionarios?
Si hay una «burbuja digital» habría que buscarla en la valoración de estos perfiles.
#001 y #002 birli y birloque deciis lo mismo que yo, que internet ya no tiene futuro … la burbuja va ser chica
#003 Garepubaro
http://www.nachosomalo.com/alibaba-el-killer-del-este-que-ya-esta-aqui/
La pujante preocupación por la privacidad como bien escaso es de pura lógica. Sólo hace falta leer -no clickar afirmando haber leído- las condiciones que uno acepta al darse de alta en cualquier red social, Facebook la primera. Ya no se trata de ceder tus datos a cambio de un servicio, sino de aceptar que las condiciones de ese trato pueden cambiar en cualquier momento. Lo que ocurre en casa de otro acostumbra a regirse por sus reglas, aunque lo hayas aportado tú. Y si esa casa cambia de dueño, pueden cambiar también sus normas según sus intereses, no los tuyos.