Un nuevo producto/servicio de Amazon, aún en oferta muy limitada, me ha resultado enormemente llamativo: su nombre es Amazon Dash, y es básicamente lo que se ve en la imagen. Una especie de mando de unos dieciséis por tres centímetros, provisto de dos botones y un pequeño scanner de códigos de barras, más un simple agujero para colgarlo en cualquier sitio y que esté al alcance de la mano.
¿Cuál es la idea? La simplicidad máxima: que lo cuelgues en cualquier sitio de la cocina y, cada vez que te hace falta cualquier cosa, eches mano de él, y o bien lo uses para escanear el código de barras del producto que se te acaba de terminar, o bien, si no lo tienes, grabes lo que necesitas para que sea sometido a reconocimiento de voz. Tu petición, en cualquiera de los dos casos, es enviada a Amazon, que a través de su servicio Amazon Fresh te lo pone en casa en menos de veinticuatro horas.
El producto solo está disponible por el momento por invitación y para clientes de Amazon Fresh, que cuesta unos trescientos dólares al año y únicamente opera en áreas limitadas de unas pocas ciudades, pero es una muestra clara de toda una filosofía: hacérselo al cliente lo más fácil posible. La idea que subyace tras una oferta de este tipo es, claramente, que maximizando el nivel de sencillez, facilidad y comodidad para llevar a cabo una tarea, un número significativo de clientes pueden decidirse por esa opción, sobre todo si además el servicio asociado tiende a dejar pocas dudas sobre el resto de sus prestaciones (nunca se ha caracterizado Amazon por ofrecer servicios diferencialmente caros o diferencialmente malos, sino más bien por lo contrario).
El movimiento – y recordemos que por el momento hablamos de un servicio en pruebas del que solo Amazon será capaz de extraer conclusiones – es seguramente lo más agresivo que he visto en mucho tiempo en el mercado de la distribución. Muy pocos competidores contarían con la infraestructura tecnológica, la operativa y la logística para lanzar algo así, que funcionase a la Amazon, y que ofreciese semejante nivel de conveniencia. Resulta muy difícil analizar una oferta así, y para hacerlo, tenemos que hacer aún demasiadas suposiciones, pero para un cliente que decide pagar trescientos euros al año (que incluyen sus costes de envío) y que viva en las áreas en las que este servicio opera, me puedo imaginar a clientes que dejan de pasar casi completamente por su supermercado habitual salvo que necesiten una compra no planificada y de relativa urgencia. Una filosofía, la de simplificar todo hasta el límite, que se ha probado exitosa en muchos otros casos, y que sin duda puede poner a prueba la cintura de muchos competidores. Como dice Wired, no siempre tiene sentido crear un dispositivo dedicado a una función tan específica y concreta… salvo cuando lo tiene. Hacer la compra mediante este dispositivo puede ser tan sumamente fácil, que se vuelva casi peligroso.
No, no estamos hablando del fin del mundo ni de algo que vayamos a ver en todas partes mañana. No echemos campanas al vuelo, ni gritemos «disrupción» a pleno pulmón: infinidad de servicios similares se han quedado en el tintero tras las pruebas iniciales por problemas de todo tipo. Amazon Dash, por el momento, es solo la prueba de una filosofía determinada. Pero dadas las condiciones oportunas, es una filosofía que debería hacer que muchos se echasen a temblar.
(This post is also available in English in my Medium page, “Lending new meaning to convenience: Amazon Dash«)
El encanto de lo simple es algo que se infravalora con demasiada frecuencia. Lo complicado a mí me parece que es un precio a pagar por hacer cosas que no pueden hacerse de forma sencilla y para rebajar ese precio la solución pasa por ocultar las complejidades al usuario final.
Siempre he pensado que la principal cualidad de la gente genial es su habilidad para simplificar y convertir en sencillo lo complicado. La imagen de ese cacharrito me parece muy atractiva.
Lo que no me gusta es su precio. Teniendo en cuenta que es un aparato que sirve para comprar, tendría que ser extremadamente barato.
Digo yo, que de tanto simplificarnos la vida, llegará el día que seamos unos auténticos inútiles. Incapaces de resolver cualquier pequeña dificultad que nos encontremos en el camino. Seremos más dependientes, más vulnerables y más rehenes de aquel que tanto nos facilitó la vida.
Está muy bien pero el aparatito es algo superfluo, no hace nada que no pueda hacerse con una app del móvil, algo que todos tenemos siempre muy a mano.
En mi casa la costumbre de siempre es que el que finaliza un producto, lo escribe en un papel pegado con imanes a nevera. para el día que se decide ir al Hiper tener la lista preparada. Sería por tanto sustituir el papel por ese chisme.
El problema, es que no me gusta que me envíen cosas a casa, pues normalmente en mi casa no hay nadie en las horas habituales de envío. Esto lo ha resuelto Amazon con unos puntos de entrega estratégicamente repartidos por la ciudad. Si el trabajo se reduce a pasar por los puntos de entrega cuando te sea cómodo y recoger los paquetes, sin tener a que buscar la mercancía por todo el almacén y a continuación facturar y los precios son razonablemente competitivos. Posiblemente me consigan de cliente si alguna vez se pone en marcha el servicio en Madrid.
La verdadera «simplicidad máxima» sería no hacer nada y que la alacena o la refrigeradora escaneen y detecten la falta de algún producto para enviar el pedi… wait, ¿que no era eso lo que iban a hacer las refrigeradoras inteligentes?
Francamente si quisieras hacer algo así tiene mucho más sentido lo que señala Luis (#003) y hacer una aplicación gratuita al móvil que ya puede escanear, grabar y enviar el mensaje.
Pero, gastar en el enésimo gadget y $300 al año, utilizar tecnología de reconocimiento y transcripción de voz, enviar el pedido desplegando redundante logística de distribución de perecibles, con y sin cadena de frío, dejar el pedido en un punto designado en la ciudad o ser uno prisionero en su propia casa por 24 horas, desplazarse al punto de acopio designado -que bien puede estar a metros de la grocery store de toda la vida-, correr a recoger el pedido también con un deadline implícito, porque por más Amazon que sea la fruta igual se pudre y hay que apurarse… todo esto ya me suena más a un alarde tecnológico-logístico del nivel de la máquina para romper huevos, donde lo que está en venta es más el ego del inventor que la comodidad o la simplicidad de nada.
Vaya stress de mierda para comprar medio kilo de callos cuando aquí en el tercer mundo levanto el teléfono, se los pido al chino Luis y este lo trae en bicicleta en 10 minutos o menos, aunque hablar con otro ser humano ya no sea tan «cool» como antes.
Pufff que peligro, ya me veo a Mercadona plagiando la idea y haciendo una distribución nacional de sus productos en casa en menos de 24 horas y sin tener que pedirlo por su web.
El hecho de que sea simple teóricamente es para captar a todo tipo de público, desde el urbanita conectado a la ama de casa de 50 años que no cogió el tren tecnológico. Algo muy importante será el coste del aparatito.
Puede llegar a ser revolucionario o puede olvidarse entre los gadgets que se crearon y que no tuvieron ni continuidad ni éxito. Solo el tiempo lo dirá.
No es una mala idea, pero teniendo un market para descargar apps, encuentro bastante inútil la compra de un dispositivo así. Puede que le sea útil a la gente que le sobra el dinero, pero con las facilidades que tenemos hoy en día, lo veo un gasto innecesario.
#007: No hay que comprar NADA. El dispositivo es GRATIS. Los $300 son el coste anual de los envíos, en tarifa plana.