Elodie Cuzin me llamó para hablar acerca de la ley Sinde para la revista francesa Stratégies, y me cita brevemente en su artículo titulado «Hadopi, brandon de discorde en Espagne«.
Elodie Cuzin me llamó para hablar acerca de la ley Sinde para la revista francesa Stratégies, y me cita brevemente en su artículo titulado «Hadopi, brandon de discorde en Espagne«.
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En España se ha abierto la caja de Pandora, la ley Sinde sienta el precedente de que el poder judicial puede ser puenteado sin problemas creando una comisión de mercenarios que actuen de forma paralela a la ley del pais, la Coalición de estafadores, junto con la ministra y las gestoras han formado un bloque que ha impuesto sus intereses aún en contra de los de sus clientes y pretenden mantener a una industria no con sus productos y servicios sino con la imposición de subvenciones a fondo perdido y el expolio de los ciudadanos y otros negocios, todos les debemos algo a este atajo de parasitos, es vergonzoso como un gobierno puede llegar a ser tan inutil y miserable como para venderse a este lobby, no buscar soluciones a problemas gravísimos del pais y encima demostrarnos que cuando les interesa a ellos pueden unirse para sacar adelante propuestas mientras que si las propuestas nos benefician a nosotros cada uno va por libre y poniendo trabas al otro, de verdad es vergonzoso ver lo que esta pasando en España.
Lo contrario del Estado totalitario no es el Estado liberal, una utopía que jamás ha tenido encarnación en el mundo estatal, sino el Estado parcelario, es decir, repartido entre los partidos estatales adueñados del poder constituyente.
Con los partidos únicos de los Estados totalitarios y los partidos varios de los Estados de partidos –parcelarios o «parcelitarios»–, la sociedad civil se queda huérfana de representación política.
Los partidos se han apoderado de la democracia y no hay más democracia que la que ellos dicen que es democracia. Tocqueville definió con precisión a los déspotas democráticos, al caracterizarlos por el desprecio que sienten hacia sus semejantes, de modo que sólo ellos son dignos de ser libres para hacer lo que se les antoje. El resto han de ser siervos, pero voluntarios, pues los tiranos democráticos cuidan las formas: obtienen la adhesión y obediencia apelando a la demagogia del humanitarismo igualitario.
Fue Robert Michels quien en su libro, Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna (1911), formuló una ley política –la «ley de hierro de la oligarquía»–, que expresa la inevitable tendencia de las grandes organizaciones burocráticas a ser gobernadas por un escaso número de miembros situado en su cúspide. Tocqueville tuvo tácitamente presente esa ley, influido por Montesquieu, quien declaró que «constituye una experiencia eterna que todo hombre investido de autoridad abusa de ella.»
Fueron los anarquistas los primeros en subrayar las consecuencias jerárquicas y oligárquicas de los partidos políticos, como señala Robert Michels. Y, así, por ignorancia de lo que significa la libertad política moderna o, tal vez, por simple descreimiento y falta de confianza, prescribieron una sociedad con libertad civil, pero sin Estado.
Es el antipolicitismo del desgobierno –o antigobierno– imperante en el régimen de poder de los actuales Estado de partidos, «una especie de “mafiosidad” cuyo objetivo consiste en crear amplias clientelas políticas que recuerda al despotismo oriental.