No pensaba escribir sobre el cierre de Mobuzz. Cuando un tema te implica personalmente, cuando es el proyecto de un amigo de verdad, de esos que cuentas con los dedos de una mano, y cuando te lleva a replantearte aspectos de la naturaleza humana como lo ha hecho éste, se hace muy difícil escribir sobre él. Cuando defender cosas en las que crees te convierte en una especie de triste muñeco de feria para que una serie de sujetos desahoguen en ti sus frustraciones, cuando lo pasas tan mal que acabas perdiendo hasta las formas y la educación, y cuando además eso no es ni la infinitésima parte de como lo está pasando uno de tus mejores amigos, lo ultimo en lo que piensas es en el prestigio de tu blog o en el tuyo propio.
Mobuzz ha cerrado, efectivamente. Lo he sabido igual que todos los demás, por los mismos medios. Hasta el lunes por la mañana que pude hablar con Anil, creía que los planes eran otros, que aún cabía una posibilidad diferente que al final no ha salido, a pesar de intentarse hasta el último momento. Al coro de fúnebres palmeros que celebran el mal ajeno, directamente no tengo nada que decirles, más allá de saber con detalle quienes son para cuando en algún momento los avatares de la vida me los pongan cerca, tenerlo en su debida consideración. A quienes lo lamentan, que los hay porque aún queda gente de bien, decirles que el cierre, como sostuve en su momento porque conozco perfectamente los números de la compañía, no se debe a la falta de viabilidad del proyecto, ni mucho menos a una pretendida – e inexistente – política de derroche. Se debe a una falta coyuntural de financiación, a la salida brusca de un socio, y a la falta de garantías para poder reflotar el proyecto en este momento. Y por supuesto, al agotamiento. A ese negro agotamiento que te cubre, que te pringa como el chapapote cada vez que miras alrededor intentando encontrar un apoyo y, en su lugar, te encuentras patadas de cobardes palmeros arremolinados en torno a una pelea de patio de colegio que jamás quisiste protagonizar.
Es muy posible que Anil lo vuelva a intentar pronto, y volverá a tener todo mi apoyo, porque sigo creyendo en el proyecto como el primer día. El cierre de Mobuzz no demuestra nada: una cosa es, como dicen en bolsa, el análisis fundamental, y otra el análisis técnico. ¿Era bueno el proyecto? Sí. ¿Tenía sentido ecnoómicamente? También. ¿Se pudieron hacer algunas cosas mejor? Por supuesto, como siempre. Ninguna de esas cosas incluye nada reprochable, ni un exceso de gasto – que no lo hubo – ni un problema del modelo de negocio – que funciona perfectamente cuando se relaciona la capacidad de un show de generar publicidad a un precio razonable, con sus costes de producción. ¿Se pudo comunicar mejor? Sin duda: se esperaba una actitud comprensiva y constructiva en la blogosfera, similar a la que surgió en las comunidades en inglés y en francés, y en su lugar, apareció una manada de lobos dispuestos a despedazar cada palabra, cada gesto, a malinterpretar cada posible señal existente o inexistente. A ensuciar. A negar el pan y la sal.
Falló la capacidad y dedicación de la empresa a la parte comercial, la inversión en desarrollo de negocio. Eso no se puede negar, y constituye el mayor problema: además de tener producto, hay que esforzarse mucho, mucho por venderlo. Pero la empresa funcionó durante cuatro años, con muy buenos momentos, con abundantes premios por la calidad de su producto y su buen hacer, con desarrollos propios buenos y originales en numerosas áreas, y con un equipo y un ambiente fantásticos. Todo esto, punto por punto, lo negarán algunos, aquellos que no contentos con ver la caída, quisieron contribuir a ella pidiendo desde sus páginas que no les ayudara nadie, que no lo merecían, que no tenían derecho ni siquiera a pedir donaciones voluntarias. A esos que directamente ridiculizaron y engañaron de manera vil e irresponsable esparciendo mentiras inventadas o patéticas cuentas calculadas con absoluta ignorancia de lo que estaban hablando. A los que se regodearon con insistencia y persistencia infinita, queriendo meter el dedo en toda cuanta herida querían/creían ver – y si no la había, provocarla por pura erosion, como una gota malaya. Pocos eventos me han enseñado tanto acerca de la naturaleza de este país y de algunos de sus habitantes como el cierre de Mobuzz. Y son cosas que, de verdad, preferiría no haber aprendido. Era mucho más feliz antes de haberlas experimentado.
Esta entrada no admite comentarios ni pingbacks. Ya lo he pasado suficientemente mal, ya he tenido bastante, y como ya he dicho, no es ni una parte infinitesimal de cómo se debe haber sentido Anil pasando lo que ha pasado y leyendo lo que ha tenido que leer en éste y en otros sitios. No dare más explicaciones más que en mis clases cuando analicemos el caso, que sin duda lo haremos. Si quieres disfrutar con el mal ajeno, hazlo en otro sitio. Si por el contrario, quieres lamentarlo u ofrecer ese consuelo y apoyo que muchos ofrecieron con sus mensajes y donaciones (se está procediendo al reembolso de todas ellas), muchísimas gracias de corazón, y disculpa que no te ofrezca sitio para hacerlo aquí: el desgaste que supone simplemente moderar los comentarios, aunque no lleguen a salir, me lo impide. Espero que lo entiendas. Nunca he pretendido ser ni mucho menos perfecto, y hoy, en esta entrada, perdóname si no te ofrezco la hospitalidad habitual. De veras que lo siento.
Y para Anil, un abrazo fuerte, muchos ánimos y, como siempre, todo mi apoyo público, privado y donde haga falta darlo. Donde lo necesites.