Este artículo de Business Week, «A File Server…in Your Living Room?» me ha hecho pensar bastante. Por un lado, estoy plenamente de acuerdo con el artículo, es más, me veo claramente reflejado en él, tanto yo como, más todavía, algunos buenos amigos míos. Cada vez más, un volumen mayor de contenidos de la vida cotidiana de las familias adquiren forma digital: al principio fueron sólo los archivos de trabajo, que, además, un gran porcentaje de usuarios evitaba o sigue evitando llevarse a casa. Pero después irrumpió, muchas veces de mano de los más jóvenes de la casa, la música. A pesar de su carga presuntamente ilegal o subversiva, la música se ha convertido en muchísimos hogares en uno de los más ávidos monopolizadores de amplias y crecientes porciones del disco duro. Pero después de la música, han llegado las películas. Y en el medio, o tal vez antes, o tal vez después… ¡¡las fotos!! Fotografías de viajes, retratos de familia, de esas que antes acumulaban polvo en un cajón o puestas en un álbum en la estantería correspondiente, y que, además, se intentaban limitar por el coste derivado de revelar las copias… Ahora lo normal es volver de las vacaciones con lo menos trescientas fotos, buenas, malas y regulares, pero que, como no hay que llevar a revelar, pasan rápidamente a engrosar las pistas y cilindros de nuestro sufrido disco duro.
¿El resumen? Una enorme profusión de contenidos digitales. En mi caso particular, mis archivos de trabajo (todos, y en más y mejor orden en casa que en mi propio despacho), archivos de mi mujer, trabajos del colegio de mi hija, fotos de todos los viajes desde que tenemos cámara digital, música como para disfrutar de varios meses de discoteca ininterrumpida… Gigas y gigas de contenidos digitales. Esos contenidos residen en el ordenador central, el de mi despacho. Cuando mi hija desde arriba, o cualquiera desde el tablet quiere acceder a ellos, los recupera a través de la red, lo cual sirve para poner música en el salón si se tercia a través de los altavoces del DVD, o para martirizar a cualquier invitado incauto a través de la televisión con las fotos del último viaje.
Todos esos contenidos empiezan a justificar, como el artículo de Business Week apuntaba, la instalación de un servidor de archivos dedicado a tal fin, y las opciones que los proveedores tecnológicos empiezan a ofrecer serán sin duda bien recibidas por geeks como yo. Seguramente, como varias veces he pensado (y me entran sudores fríos, la verdad), justificaría también la instalación de algún sistema de backup o redundancia, etc. para evitar sorpresas desagradables, amén de consideraciones adicionales que antes no eran propias de un simple cabeza de familia, sino de un Director de Sistemas de Información de una empresa mediana.
Pero… a lo que iba: ¿cómo me siento, en relación con la sociedad, con respecto a hace unos años? ¿Se ha incrementado o ha disminuido eso que llamamos «digital divide» o «brecha digital»? Con toda la dificultad que supone hacer un juicio de valor en el que uno es juez y parte, mi cauta impresión es que ha aumentado. Con toda mi parafernalia de servidores, redes, WiFi, PowerLine y dispositivos varios me veo hoy mucho más lejos de eso que podríamos considerar la hipotética «media de la sociedad» que cuando hace unos años decías «Internet» y la gente te miraba con cara de «¿Inter…qué?». Si fuese yo sólo el que me veo así, me preocuparía. Pero veo a unos cuantos más, muchos amigos y conocidos, que sin ser obviamente mayoría en la sociedad, sí se han situado y disfrutan de ese escalón superior del uso y conocimiento tecnológico.
¿Estamos viviendo una reedición, corregida y aumentada, de la brecha digital? ¿Estamos ante una sociedad estancada, merced a factores económicos, educacionales y de propuestas concretas de valor, pero también debido al miedo que determinados actores inculcan en personas normales que sólo pretenden acceder de manera más ventajosa a determinados contenidos? ¿Una sociedad en la que sólo unos cuantos privilegiados podemos pertenecer a determinadas «castas» separadas por tecnología? A la velocidad que avanza la tecnología, y considerando la adopción entusiasta de unos frente al inmovilismo refractario característico de los otros, dentro de poco esto será como los Jetsons vs. Flintstones, Supersónicos vs. Picapiedra… Y si eso es así, francamente, dudo que ese sea el camino más recomendable para sociedad alguna.
Cierto, cierto… una brecha más dentro de nuestra sociedad.. No es algo bueno pero es lo que hay.
Más o menos al respecto el otro dia pegué una rajada en un post del pobre Atach, que bien mirado no deja de ser la brecha que comentas aunque llevada de lo casero a lo profesional, más grave si cabe.
Una de las cosas en las que me suelo fijar cuando voy a foros empesariales es en el perfil de los asistentes sobre todo en lo referente a la traducción simultánea. Me gusta fijarme en cuánta gente necesita del cacharrito traductor (estimación del nivel de inglés del directivo/profesional español/aragonés) y cuál es su pericia para seleccionar el canal adecuado (estimación del grado de comprensión de ‘nuevas’ tecnologías). Y sí, entre los directivos todavía se puede apreciar cierta brecha… Algún día le dedicaré un rato en mi blog.
Es cierto que hay una brecha. Cuando «sales» del grupo en el que te relacionas te das cuenta que hay mucha gente que esta a años luz de todo esto.
La brecha digital está entre los que saben utilizar la tecnología en actividades productivas y los que no saben que hacer con ella.