De recomendadísima lectura este artículo de Wired sobre el efecto real de técnicas de marketing como los pop-up y el spam. ¿La tesis? Al fastidiar a los usuarios, los anuncios consiguen ser más recordados, cut through the clutter, y, por tanto, tienen una eficiencia mayor. Si unimos a esto su escaso coste, el cóctel sale perfecto: (cito y traduzco)
«En el mercado de la venta por catálogo, tienes suerte si consigues que un 2% de las personas que reciben tu catálogo acaben comprando algo. Pero si un spammer lanza un millón de mensajes para vender un producto que cuesta 20$, únicamente necesita un 0.1% para ganar $20,000″
El artículo revisa los mitos y los hechos de este tipo de marketing de una manera bastante eficiente, y como decía al principio, es de lectura imprescindible para cualquier interesado en marketing. Pero vuelvo a la tesis fundamental… ¿será que me he perdido algo? ¿Iría mejor el negocio si cada vez que doy una clase o conferencia, empezase insultando a la madre de todos los presentes? Hombre, acordarse se acordarían, aunque no tengo claro si de mí o, por reciprocidad, de mis familiares más cercanos… ¿El modelo «Ramoncín, Rey del Pollo Frito», aplicado al negocio de la formación?
Algo no funciona en este razonamiento. O eso espero, porque no me veo haciendo según qué cosas…
Las técnicas del spam y popups son las de Atila y los Hunos. Arrasas y te llevas el botín, pero no vuelve a crecer la hierba. Además, sólo son efectivas con aquellos que viven en la hinternet, que por desgracia todavía son muchos. Yo con Gmail y Firefox soy relativamente inmune al spam y totalmente inmune a los pop-ups.